LUZBY BERNAL

jueves, 5 de agosto de 2010

Certeza es Saber.

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Un buen número de seres humanos, en el propósito de la consciencia y desde la conciencia, anhelamos recibir el mensaje, emitido por el Padre, que desvele la incógnita de cómo tomar el camino de regreso al verdadero hogar del que un día partimos en misión.

Nunca se han dado, en toda la historia conocida, como en este momento de agosto de 2010, tantas y tan variadas respuestas al encaje del puzle. La figura del mensaje parece ir ganando cuerpo, pero aún se presenta difuminado.

Tantos mensajes parciales, tantas iniciativas, tanta luz y tanta ausencia de ella a un tiempo.

El mundo y el ser emergen nos dicen unos y otros de la matemática, la forma y la geometría; empero ¿realmente es así? Pudiera dar la impresión de que fuese así y esto constituyera una pieza troncal del entramado. Sin embargo, el esqueleto de lo que creemos ser no implica que realmente seamos lo que en verdad somos.

En todo caso parece coherente moverse entre lo que uno cree y siente.

El mensaje del Padre es para mí la orden, sugerencia o petición de regreso al hogar, sea este un lugar o un estado de la conciencia. En esto da la impresión de que coincidimos una gran cantidad de intuiciones.

El mensaje, si he interpretado correctamente el sueño que tuve hace unas noches, viene del tres e integrado en una envolvente logarítmica, que incorpora una esfera grande y otras dos algo más pequeñas que la acompañan. Es un sonido, al tiempo que algo físico y en forma de sol.

Siempre nos ha acompañado. Emergió en el mismo instante en el que comenzaron nuestras experiencias y es en sí el origen mismo del compromiso experimental de cada cual.

El origen es forma, geometría y número. El Padre crea con estos mimbres y los seres humanos le imitamos. Aspiramos a ser arquitectos e ingenieros de diseños de esperanzas, desde los que configurar el trazado del mapa y el contorno de la existencia de nuestras vidas. Nadie nos ha pedido nunca ir más allá de esto, excepción hecha de voluntades interferentes no solicitadas, que condicionan y usurpan la virginidad de lo emitido.

En la escala humana comparativa nos movemos habitualmente en analogías para entendernos y hacernos entender los unos con los otros. De esta manera sabemos que si hay un emisor, por fuerza debe de haber tanto un receptor como un medio apto para la propagación del mensaje. El emisor inhala y exhala; en la exhalación emite aliento electromagnético, transformado por el tres, que viaja por el vacío pleno de lo cósmico. Vibración sonora radiada en todas direcciones y dimensiones en forma de esferas brillantes y doradas.

El receptor, nosotros mismos, viajamos a la misma velocidad, acompañando al mensaje. ¿Por qué pues si hemos partido juntos aún no hemos interpretado lo que se nos dijo desde el comienzo?

Probablemente a causa de la impaciencia. Tanta era la alegría por complacer al Padre que salimos diligentes y en estampida a cumplir la misión encomendada, sin haber escuchado realmente lo que se solicitaba de cada cual.

Pero ¿cuál es el cuerpo central del mensaje? El cuerpo central viene determinado por el impulso de la esfera matriz del Padre, la otra esfera es la Madre y la tercera el ser: yo, tú, las plantas, los animales, insectos, lo visible, lo invisible y todo lo que vibra.

El cuerpo central del mensaje por fuerza ha de estar contenido en cada cual y de seguro incluye lo contrario de la impaciencia: serenidad paciente y amor sin límite.

Por medio y en el periplo vital de cada uno de nosotros hay amaneceres; brillos en los que el Sol despunta al alba y regala perfumes arrebolados de belleza sin par; pálpitos y miradas de asombro ante lo maravillado y lo creado.

Anocheceres también en los que el cielo se cuela de pleno en pupilas engrandecidas de éxtasis, dibujando la esperanza alegre de saberse del Padre.

Días y tardes en las que todo se manifiesta, exquisitez de luz o de todo lo contrario; espacios donde el amor, dolor y miedo se confundan hasta el extremo, no dejando resquicios que permitan el corto recorrido que media hasta el umbral. El umbral de antesala a la Casa.

A veces la cercanía se manifiesta tan inminente que da la impresión de que quizás no sea preciso entender la totalidad del mensaje para alcanzar la manilla de la puerta. ¡Está tan a la mano!

Rompernos la cabeza entonces; rompernos incluso el corazón pretendiendo afinar el oído. Lo que se puso en juego con aquello fue nuestra voluntad. El mensaje todavía reverbera ecos de ¿quieres que tu voluntad y la del Padre coincidan?

Dios no juega a los dados; juega a sentirse hombre e iluminarse de sí.

¿Cómo entender entonces la matemática del corazón y compatibilizar esto con la dureza extrema del dolor DOLOR?

La única probabilidad es que Dios y el Padre seamos nosotros mismos. Ningún Padre envía al hijo a arriesgada misión de algo que él mismo pueda atender sin esfuerzo.

Pero ¿cómo entender la fragmentación de Dios en cada una de las criaturas que le componemos?

No hay tal. Dios tiene una sola limitación. No se puede ir de sí mismo. Aquí es donde intervienen el número, la forma y la geometría. El Padre adopta figuras o formas en número sin final hasta dar con el espejo donde reconocerse. Dios se ha hecho hombre en la contemplación de lo que es.

En mi niñez imaginaba al universo como un cubo contenido en otro; este mayor a su vez en otro y así hasta que mi corazón se aceleraba, mis sienes palpitaban, entraba en pánico y me quedaba tembloroso al borde de la nada.

Han transcurrido muchos años de aquello; todavía me sostienen algunos de aquellos miedos. No obstante, cada vez intuyo más cercana la descodificación del mensaje.

Implícito al “hágase” de lo primigenio, el mensaje creador contiene un encabezamiento cifrado con el destino, la parte central y un código final de seguridad. La seguridad que permita a éste llegar íntegro y proporcionar la ventana de visión precisa a cada cual en el momento adecuado.

Cada ser aceptó en su momento la ventana desde la que contemplar una parte de la totalidad. La panorámica se divisa desde una torre redonda e inmensa, veladas las ventanas de más arriba excepto para quienes suben peldaños. Desde las ventanas pequeñitas, una para cada cual, hay visión pequeñita; empero sumando visiones se obtiene una aproximación del conjunto. Eso es lo que ofrece el difuminado puzle del ahora. Y por vez primera se comparten visiones en un mismo instante y comenzamos a hacernos idea de cómo será la totalidad. El eco de la cantidad de visiones conjuntas alcanza finalmente a quienes tienen dispuesto el dial y se esfuerzan día tras día en sintonizarse en el Padre.

“Sed como yo lo soy de la totalidad; hágase vuestra voluntad y no la mía” podría ser parte del mensaje. Evidentemente esto es una elucubración, pero son tantas las evidencias de que el Padre ha delegado, que es llegada ya la hora de responsabilizarse.

La honestidad en el sentir, estar atentos y discernir probablemente no resulten suficientes a estas alturas; queda pues la rendición plena y sin condiciones. Aceptar en sosiego y sin expectativas el cambio; honrarnos en cada decisión y responsabilizarnos del mejor hacer del que seamos capaz, contribuyendo al bienestar desde el bien decir y el perfecto sentir.

Francisco Limonche Valverde

Soy Espiritual

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