LUZBY BERNAL

lunes, 3 de enero de 2011

Por consiguiente, lo que el hombre piensa y habla, eso es él



Si el hombre está alejado de Dios, del amor, de la armonía y de la paz, en su mundo de sensaciones y de pensamientos está concentrado en sí mismo, encerrado en su cuerpo y no abierto al universo, a la Consciencia, a Dios. Su voluntad humana, que en el mundo exterior es efectiva como proyección y producción, es sólo temporal y por consiguiente relativa. A la larga no puede subsistir, porque la materia tiene corta duración.

Por tanto, si el mundo de sensaciones y de pensamientos del hombre es pequeño, gira sólo en torno a sí mismo y a su estrecho medio ambiente, de forma que su consciencia universal está limitada y alterada; inundada de deseos y anhelos humanos.

Los hombres que piensan sólo en sí mismos y en el pequeño campo que les rodea, son egoístas. A menudo son duros de corazón, si no se cumplen sus deseos e ideas. Los motivos de la inclemencia e intolerancia son el sentimiento y el pensamiento humano, el ego del hombre, que se ha colocado a sí mismo en el centro de la vida material.

Los hombres cuya consciencia espiritual es muy estrecha y está muy recubierta, viven más en la consciencia corporal. Todo gira en torno a su cuerpo. Su modo de sentir, de pensar, de hablar y de actuar quiere compensar con una vida intelectual la Sabiduría divina perdida. Debido a que interiormente están empobrecidos, todos sus esfuerzos y deseos consisten en representar en el mundo lo que ya no poseen por el ensombrecimiento del alma, la Sabiduría divina.

El materialista es el egoísta que piensa sólo en sí mismo, en sus intereses, y así también actúa. Su forma de ser es a menudo dura. Se siente frustrado, y en su estructura es más tosco que los hombres que se esfuerzan por llegar a la Sabiduría divina interna. También se ofende fácilmente si sus ideas y su campo de conocimientos, que constituyen todo su orgullo, son puestos en duda.

Por consiguiente, si la forma de pensar, de hablar, y de actuar del hombre gira sólo en torno a su propia persona, y tal vez en torno a la pequeña parcela formada por algunos simpatizantes pertenecientes a su círculo visual, combatirá con pensamientos, palabras y obras todo lo que no sea suyo, lo que no corresponda a su egoísmo. En sus sentimientos y pensamientos, él está en contra de cada uno y de todo lo que no sirva a su ego y no sea útil a su forma egoísta de pensar y de vivir. Los hombres que tienen una fuerte consciencia de su ego, poseen también un rostro de expresión dura.

Todo hombre delata su forma de sentir, de pensar y de actuar a través de su mímica y de sus gestos, de los movimientos de su cuerpo.

Entonces, lo que un hombre siente y piensa, se trasluce en toda su actitud.

El cuerpo espiritual, el alma, tiene campos magnéticos.

El alma, que es el libro de la vida, registra tanto las formas positivas de sentir, de pensar y de actuar del hombre como su vida ilícita, su comportamiento egoísta. Tanto la una como la otra forma de vida se reflejan en el hombre.

El cuerpo es la expresión de lo que el hombre siente, piensa y habla, de lo que él realmente es.

El hombre egoísta es veleidoso. El mal genio puede llegar hasta la brutalidad.

Quiere tener la razón en todo lo que piensa y dice. Lucha por «sus» derechos, debido a que la justicia está ensombrecida por una vida egoísta.

Por esta razón, su intelecto es la medida de todas las cosas y el maestro de su ego.

El hombre altruista que vive de la ley, cuya base es el amor desinteresado, es apacible y humilde.

No es obstinado.

Dará, explicará y amará, poniendo ambas mejillas cuando su prójimo quiera defender su propia opinión. Esto significa que no discutirá con él, sino que dejará actuar la justicia, ya que conoce la medida de todas las cosas, y participará a su prójimo tanto como aquél pueda comprender. Le dejará el libre albedrío en sus pensamientos y en sus actuaciones, en tanto no dañe a sus semejantes con su forma de pensar y de actuar.

No permanecerá tranquilo cuando se cometan injusticias. Hablará y actuará según la ley, pero no exigirá demasiado de su prójimo ni tampoco lo delatará.

Como toda forma, el cuerpo humano es un cuerpo energético, un potencial de energía que irradia y vibra de acuerdo con la forma de pensar y de actuar de cada uno.

Cada hombre irradia lo que es, lo que él integra cuando siente, piensa y habla.

También la forma de actuar del hombre determina su ser interno y externo.

Quien no se esfuerce por alcanzar lo absoluto, lo puro, el amor divino, la paz y la armonía, las fuerzas que habitan en cada alma, transmitirá sólo desarmonías. Los hombres que viven en la consciencia física, egoísta, carentes de consciencia universal, viven en su pequeño propio mundo. Su consciencia está limitada y recubierta por su modo de pensar y de actuar.

Todo hombre transmite lo que es, pues el alma y el hombre son simultáneamente un emisor y un receptor. Imperceptiblemente transmite el hombre lo que es, e imperceptiblemente atrae lo igual. Recibe lo que envía, pues igual atrae siempre a igual.

Quien se acerque a las zonas de vibración, a los complejos de pensamientos del ego humano, será influido más o menos por ellos, dependiendo de cómo esté cargada su alma.

Si el alma de un hombre está cargada de forma similar a la de su prójimo, el alma y el hombre captarán lo que el prójimo transmite en cuanto a opiniones, ideas y deseos.

El uno asimila al otro, pues el uno siente y piensa como el otro, porque su cuerpo de energía vibra de forma semejante. Se apropia de las opiniones e ideas de su prójimo; se transforma en un imitador.

Hombres con inclinaciones fuertemente egocéntricas, que se concentran nada más que en la materia, determinan y organizan su medio ambiente según su voluntad. Imponen su voluntad a todos aquellos que viven a su alrededor, a quienes someten a sus deseos.

A la voluntad de su prójimo se someten sólo aquellas personas cuyo mundo de sensaciones y pensamientos vibra en forma parecida al de la persona en referencia, que desea organizar su medio ambiente según su voluntad.

De acuerdo con su origen, todo hombre es divino, pues Dios es amor, paz y armonía. El Ser de nuestro Padre celestial es absoluto, desinteresado y eternamente donante.

Dios, la ley, no es el ego del hombre, sino el Yo Soy del alma, lo absoluto, el núcleo sin mancha del alma, incesantemente activo e indestructible. El núcleo de ser del alma, Dios, el amor en el alma y en el hombre, está dando constantemente.

La ley eterna, Dios, está lejos de los conceptos «mío» y «para mí», o «yo mismo soy mi prójimo».

Dios creó a Su hijo, el ser puro de los Cielos, según Su imagen. Su hijo, el ser divino, lleva en sí los aspectos divinos del amor, de la paz y de la armonía, los aspectos desinteresados, eternamente donantes, Dios.

En lo más profundo de cada hombre se encuentra el cuerpo espiritual puro, el hijo de Dios. Entretanto este ser espiritual en el hombre esté cargado, es llamado alma.

En tanto el hombre sea mundano, no puede vivir consciente de Dios.

La consecuencia de esto es que él no puede reconocer su herencia, la consciencia universal, la esencia de toda vida, y por esto no la puede dejar actuar.

La consciencia universal, Dios, el amor y la sabiduría, es al mismo tiempo la consciencia creadora, pues el amor da constantemente. Quien se acerque a la consciencia universal, Dios, dará desinteresadamente y desarrollará en sí todos los aspectos de su herencia: amor, sabiduría, bondad, paz y armonía. Si las fuerzas creadoras de Dios, el amor, la sabiduría, la bondad, la armonía y la paz están cubiertas por una forma falsa y egoísta de sentir, de pensar, de hablar y actuar, el hombre se tornará cada vez más lento y torpe en su modo de pensar, se inclinará hacia la materia y su alma se atará cada vez más a la Tierra.

Los hombres que piensan sólo en sí mismos y que critican constantemente a su prójimo, que se comprenden y aceptan sólo a sí mismos y rechazan a su prójimo porque éste tal vez contradice su carácter, tienen que preguntarse tarde o temprano quiénes o qué son ellos.



Estracto de: Lo que piensas y hablas, tu forma de comer y lo que comes, muestra quién eres.
La palabra de Dios para nosotros manifestada por el Querubín de la Sabiduría divina, el hermano Emanuel.
Dada a través de la profetisa del Señor, Gabriele de Würzburg.

TRABAJADORES DE LA LUZ

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