LUZBY BERNAL

sábado, 16 de julio de 2011

Shakespeare con Shari'a

Un musulmán fundamentalista me dijo una vez, "Escucho a Mozart, leo a Shakespeare, veo el Comedy Channel - y también creo en la imposición de la Shari'a [ley islámica]." Esta improbable combinación puede sonar excéntrica, pero no lo es. El fundador de la Jihad Islámica, una organización fundamentalista archi-criminal (o, más adecuadamente, una organización islamista), presumía de leer y disfrutar de Shakespeare. El ayatolá Ali Khamenei, la figura más poderosa del gobierno islamista de Irán, siente una famosa debilidad por el Bard of Stratford.
Más en general, los radicales islámicos tienden a estar bastante familiarizados con Occidente (siendo las principales excepciones los de Arabia Saudí y Afganistán), han aprendido sus idiomas, estudiado sus culturas o vivido allí. Una cantidad desproporcionada de ellos (como los jefes de las organizaciones islamistas turcas o jordanas) son ingenieros. En un comunicado desde su celda en una cárcel de Manhattan, el cerebro del atentado del World Trade Center citaba con propiedad las leyes del movimiento de Newton.
Esto señala un hecho importante, si bien poco conocido: al margen de lo mucho que los islamistas odien Occidente, tienen profundas relaciones con él. No son agricultores de remotos parajes, sino individuos urbanizados integralmente modernos, con frecuencia licenciados universitarios. Como individuos occidentalizados que se enfrentan a la vida moderna, ansían el conocimiento de Occidente y admiran su eficacia.
Por el contrario, los islamistas no saben casi nada de su propia cultura y con frecuencia la desprecian. Aziz al-Azmeh, un especialista en el islam, observa que son "completamente desatentos con la experiencia histórica de los musulmanes y el carácter histórico de su ley." Planes para recrear la sociedad del profeta al margen, les importa poco y saben aún menos del islam tradicional -- la religión profundamente enriquecedora de casi mil millones de fieles. El enorme grueso de enseñanzas coránicas les deja fríos, al igual que los poetas líricos persas o las hermosas mezquitas egipcias. Para ellos, igual que para cualquier burócrata sueco de la ayuda internacional o economista de desarrollo del Banco Mundial, el mundo musulmán es un lugar retrógrado que necesita con urgencia una reforma a fondo a través de la adopción de las costumbres occidentales.
Que los islamistas no aspiran a un orden islámico tradicional sino a una versión de la vida occidental con sabor islámico puede apreciarse mejor en sus opiniones de religión, política y derecho. Sus ideas acerca de la mujer son quizá las más sorprendentes; a pesar de su insistencia en imponer el velo y en castigar las relaciones sexuales extramaritales, los islamistas en la práctica desposan un enfoque más parecido al feminismo de estilo occidental que a cualquier cosa islámica.
Los musulmanes tradicionales se enorgullecen de que sus mujeres se queden en casa -- dentro de hogares acomodados, las mujeres no salen casi nunca. En contraste, los islamistas hablan con orgullo de "liberar a la mujer" y la principal organización de estados musulmanes insta al "total respeto a la dignidad y los derechos de las mujeres musulmanas y la mejora de su papel en todos los aspectos de la vida social." El velo se usaba en tiempos para preservar la virtud de una mujer, hoy también facilita el objetivo feminista de tener una carrera.
Y hay incluso más para algunos islamistas, que afirman encontrar sexy el velo; Shabbir Akhtar, un escritor británico, lo considera generando "una cultura verdaderamente erótica en la que se prescinde de la necesidad de la estimulación artificial que proporciona la pornografía." Hasta las restricciones islamistas a la mujer se derivan de modelos occidentales. Como señala As'ad Abu Khalil, de la Universidad de California, "Lo que pasa en la Arabia Saudí de la actualidad por conservadurismo sexual debe más al puritanismo victoriano que a las costumbres islámicas."
A pesar de sí mismos, pues, los islamistas son occidentalizadores. Tomen la dirección que tomen, terminan mirando a Occidente. Los varones llevan camisetas que rezan "el islam es la solución." Las mujeres llevan vaqueros debajo de sus chadores y gritan "Muerte a América." Al mismo tiempo incluso que rechazan ostentosamente a Occidente, lo aceptan.
Esta situación guarda dos implicaciones. Al margen de lo reaccionario de su intencionalidad, el islamismo no solamente adopta ideas e instituciones modernas, sino occidentales. El sueño islamista de borrar las costumbres occidentales de la vida musulmana está condenado.
Pero, en segundo lugar, el híbrido resultante es más robusto de lo que cabría pensar.
Los detractores del islamismo, musulmanes y no musulmanes por igual, con frecuencia lo desprecian como un esfuerzo retrógrado por evitar la vida moderna, consolándose con las predicciones de que quedará atrás mientras la modernización tiene lugar. Esta expectativa es errónea, porque el islamismo apela de la manera más atractiva a los musulmanes que confrontan los desafíos de la modernidad, su utopismo tiene aún un enorme potencial para provocar daño.
El islamismo seguirá siendo una fuerza durante bastante tiempo. Sus adversarios no pueden sentarse simplemente a esperar su colapso, sino que tienen que combatir activamente en lo que se ha convertido casi en un azote de nivel mundial.

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