LUZBY BERNAL

viernes, 16 de diciembre de 2011

El maestro de la prosperidad.

El maestro de la prosperidad.


La parte material es importante y necesaria para las personas.
Lo que deben entender es que los apegos traen frustraciones.
Es bueno el dinero, siempre que no te hagas esclavo de él.
Cuando el dinero falta, las personas se desesperan; lo que no entienden es que siempre hay nuevas posibilidades de recuperar las pérdidas materiales.
La prosperidad no deja a nadie de lado.
Simplemente hay que saber esperar.
Si quieres recompensa, no te olvides de ser generoso con quienes te pidan ayuda.
Porque lo que no se da, se pierde.


Estaba Francesco en el jardín junto a las rosas y al silencio del que se había hecho amigo.

Se sentó en el árbol preferido, a descansar.

Se quedó dormido, repuso fuerzas y, cuando despertó, algo le llamó la atención: ¡sus rosas estaban marchitas! Se preguntó si había sido negativo para su familia que él los hubiera ido a visitar.

Estaba preocupado; buscaría a algún maestro que le pudiera explicar esto que pasaba en su tan querido jardín.

Impaciente, buscó a algún maestro, pero estaban ocupados con sus discípulos. Rosario había viajado a acompañar a otro espíritu, y Pancho, su ángel, estaba jugando. Se acordó del perro; quizás cumpliera el papel de ángel en su casa.

—¡Hola, Francesco! —le dijo un ser gordito y con una barba gris muy larga.

—¿Y tu quien eres?

—Soy Yanino, el maestro de la prosperidad.

—Yo necesito que alguien me explique algo que me tiene preocupado. Pero quizá tú no puedas hacerlo.

—A ver, déjame decidir si puedo hacerlo o no.

—Yo tengo un jardín y, por cada buena acción de mis seres queridos, florece una rosa. Así se fue poblando de flores, pero ahora están marchitas y da la casualidad que yo, esta madrugada, visité mi casa y entré en un sueño.

—"Da la casualidad", dijiste; dices mal, es la causalidad. Las flores no solamente reflejan las buenas acciones; también sus inseguridades, porque todos esos sentimientos los puedes interpretar como acciones negativas para uno mismo.

—¡Quieres decir que ellos están mal?

—Sí, están muy preocupados.

—¿Qué es lo que les está pasando?

—Rosario no te dejó ver un papel que estaba en la mesa de luz de tu habitación.

—Yo le pregunté qué era ese papel y ella me respondió que después me contaría. Pero todavía no sé nada. ¿Qué es ese

—Tu familia tiene problemas económicos: tu casa está hipotecada. Tu mujer no encuentra la forma de hacerse cargo de la deuda; en el término de una semana, les rematarán la casa.

—¿Rematarán mi casa, dices? ¡Esa casa que me costó toda la vida poder tener!… ¡Por Dios, todo esto es totalmente injusto!. Yo fui poco previsor; nunca pensé que podía enfermarme, y menos morirme. La culpa es mía.

—No digas eso; si tú hubieras sabido que algo así te podía suceder entonces, habrías tomado algunas precauciones.

—¿Y ahora qué irá a pasar? Son personas buenas, honestas. Siempre ayudamos a nuestros amigos, a nuestros familiares. ¿Ahora dónde están todos ellos, por qué están tan solos, por qué la gente es tan ingrata?

—Tranquilízate, Francesco. Todavía te falta aprender muchas cosas de la vida.

—¿Cuáles?

—Tú has ayudado a mucha gente, porque ésa era tu forma natural de actuar. Fue lo que te enseñaron tus padres, lo que aprendiste en tu crianza. No te puedes arrepentir de haberlo hecho de ese modo; si te volviera a pasar, volverías a hacerlo exactamente igual.

—Estoy de acuerdo, pero, ¿de qué sirvió? ¿Dónde está toda esa gente? ¿Por qué no se acercan?

—Te daré un consejo; no te arrepientas de lo que diste de corazón.

—No me arrepiento. Sólo digo que muchas veces eso que "uno cosecha lo que siembra" no es real.

—No se da para recibir; cuando diste, lo hiciste sin sentirte obligado y hasta te deberías haber sentido bien mientras lo hacías.

—Por supuesto que me he sentido bien, pero no contestas a mi pregunta.

—Algunas de las personas que rodean a tu familia no saben de qué modo ayudarlos, y otros ni siquiera están enterados de lo que les está pasando. Si lo supieran, no dudes que les prestarían ayuda.

—¿Por qué, entonces, no pidieron ayuda?

—Porque son orgullosos; quieren arreglárselas solos y, a veces, solo no se puede.

—¿Quién los podrá ayudar?

—Tu hermano mayor.

—Pero mi hermano mayor es egoísta; ellos no se lo pedirán.

—¿Sabes cuál fue tu error con él? No perdonarlo. Tu hermano es un poco conservador, muy orgulloso, pero tiene buen corazón.

—Yo no opino lo mismo. No le guardo rencor, pero no creo que sea la persona indicada. ¿No hay otra opción?

—Siempre hay otras opciones, otras soluciones, otras oportunidades. Pero están tan asustados que no pueden ver la salida a sus problemas.

La gente no entiende que, cuanto más preocupada, asustada y ansiosa se vuelve, menos aparece la solución.


Ni siquiera están unidos para poder tirar juntos de su carro.

Tu hijo no quiere esa casa: su energía juega en contra de su objetivo.

Tu hija está en contra del mundo entero y, por supuesto, el banco, que tampoco tiene nada de santo, desea quedarse con la casa.

¿Sabes cuál fue la frase más usada en tu casa?

—No.

—"¡Qué mala suerte tenemos!" ¿Te parece que es manera de encarar una situación que hay que resolver?

—¿Y tú qué sentirías si se te muere un ser querido y luego te quedas en la calle?

—Sí estuviera en lugar de ellos, yo diría lo mismo.

—¿Y entonces?

—Yo estoy aquí, y desde este lugar todo resulta mucho más fácil. La vida no es tan complicada, te diría que es perfecta; ustedes la descomponen, la complican, la subestiman.

—Dime cuál es la solución y yo se las transmitiré.

—Hay que aprender que, a veces, las cosas que uno desea no siempre son las que nos convienen; con esto te quiero decir que las cosas que algunas veces crees que traen mala suerte, en realidad pueden traer buena suerte. Ante eso, es bueno dejar que las situaciones fluyan solas, sin forzar nada, porque lo que se fuerza nos trae ¡frecuentemente problemas. ¿Tú sabes que la mala suerte o la buena suerte no existen?

—No sé de la buena, pero de la mala, te aseguro que sí. Creo que la vida está más llena de cal que de arena y, cuando viene la buena, si viene, lamentablemente dura poco.

—Francesco, ¡qué facilidad tienen ustedes para desanimarse y dudar que las cosas buenas no pueden estar siempre! Éste es mi punto de vista; quizá sea mi verdad, no la verdad absoluta, pero es la que me sirvió para recibir las señales de la buena suerte mientras vivía. Cuando te propusiste algo, siempre lo hiciste con entusiasmo y con una intención buena, ¿no es así?

—Sí.

—Cuando lo lograste, ¿sentiste que fue por buena suerte o casualidad, o por los esfuerzos y la energía que pusiste para realizar ese objetivo? Cuando te empezaban a ir bien las cosas, ¿qué te decías?

—Me decía que estaba todo bien.

—¿Tenías miedo que esa racha se cortara?

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Lo sé. ¿Te olvidas que yo también estuve en otra época?

—Yo no podía creer que lo bueno fuera eterno, ni que mis proyectos fueran perfectos.

—¿Y entonces?

—Aparecieron los obstáculos y empecé con la mala suerte; todo fue decayendo, hasta terminar perdiendo todo.

—¿Qué es lo que te hizo fracasar, la mala suerte o la falta de seguridad en ti mismo? ¿Los miedos que se cruzaron por tu camino o la mala onda de tu vecino?

—Yo fui responsable por mis errores, mis fracasos; no era mi suerte, era mi mente.

—¿Sabes lo que es la suerte? Es estar con las antenas puestas. Para encontrarse en el momento justo con la situación necesaria que ayude a cumplir tu objetivo.

—¿Y cómo se hace?

—La respuesta a todo en la vida es estar atento. Acuérdate siempre de esto. Sabes que las casualidades no existen. Si las oportunidades aparecen cuando las necesitas, entonces tómalas. Tú no sabes cuándo te aparecerá la otra.

—¿Y entonces no es que la suerte viene de una mano que sale de arriba, que te elige para ser recompensado? ¿Todo está escrito? ¿Por qué hay personas con estrella y otras que nacen estrelladas?

—Dios y el universo son las manos a las cuales te refieres. Él te ha dado todo para que no te falte nada. Él es el dueño del libro de tu vida. Tú eres el que eliges cuándo y cómo escribir tus páginas. Él sólo tiene escritos los capítulos de tu vida, que no son otra cosa que las etapas importantes que transitará cada persona, como nacer, la niñez, la adolescencia. Hasta tú le pones el nombre a esos capítulos, diciendo que tuviste una niñez feliz o una adolescencia triste.

—Entonces, casi todo depende de nosotros.

—Algunas cosas que te pasan dependen de ciertas acciones tuyas que causaron dolor a otros en tu vida anterior. Y eso es lo que tienes marcado para que suceda, pero hay mil maneras que esas acciones y sus consecuencias se transformen fácilmente, sin sufrir.

—¿Cuáles serian esas acciones? Dame un ejemplo.

—Haber hecho una injusticia en otra vida, haber dañado intencionalmente a alguien.

—¿Quienes lo hacen tienen que sufrir en la próxima vida?

—La palabra correcta sería "aprender". Y aprender, a veces, trae dolor y sufrimiento.

Tener situaciones karmáticas para resolver no significa estar castigado, sino tener que pasar por ciertos aprendizajes, simplemente para superarse a sí mismo.

Por eso, cuando a alguien le sucede algo que no le gusta, tendría que preguntarse: "¿qué tengo que aprender de esta situación?"

—¿Puede ser que un golpe de suerte o un viaje estén escritos?

—No, tú escribes; un golpe de suerte se da cuando estás abierto para recibir la señal de la buena suerte. Un viaje lo decides tú; si lo emprendes con entusiasmo, acompañado o solo, alegre o triste… eres tú el que lo puede hacer o no. Si lo realizas sin ganas o con pena o con pensamientos negativos, entonces se convertirá en un viaje desagradable. Sí no disfrutas del viaje, es probable que no goces cuando llegues.

Te has quedado pensativo, ¿puedo saber qué te está pasando?

—Pienso en mis seres queridos. ¿Tú crees que mi familia, en estos momentos, no está atenta a la buena suerte?

—Mira, no está atenta porque está asustada, y tú aprendiste que el miedo paraliza. Ellos tienen apego a esa casa, dicen que a ti te costó mucho esfuerzo construirla, que está llena de recuerdos. Te digo más: ¡ojalá supieran desprenderse de esa casa! Aunque vuelvan a empezar, sería una liberación para todos.

—¿Cómo puedes decirme eso? Es cierto que esa casa costó mucho esfuerzo, muchas lágrimas, años de sacrificio, años de privarnos de ir de vacaciones...

—Puesto en la balanza todo lo que me estás contando, ¿valió la pena tanto sacrificio? Contribuyó a que pagaras parte con tu propia vida. ¿O de dónde crees que vino tu enfermedad? No precisamente de tus alegrías.

No contestas nada, porque sabes que tengo razón. Te das cuenta que los objetivos a grandes plazos se pagan muy caros, que los apegos te hacen sufrir. Tú no estás y ellos siguen apegados a tu recuerdo; no digo que esté mal, ni que sea fácil poder olvidarte pero, cuanto más se apeguen, más te extrañarán. El tiempo pasa ingratamente para ellos, porque quedaron suspendidos en él; se quedaron paralizados el día de tu muerte y ahí están ahogándose en un mar sin fondo.

—¿Por qué dices que perder la casa sería una solución?

—Si están atentos, no la perderán en su totalidad. Esa casa cumplió un ciclo; ellos necesitan renovarse. Tu mujer está sola casi todo el tiempo; le vendría bien mudarse a un hogar más céntrico; podría salir a cualquier hora y encontrarse con gente. Tu hijo pronto crecerá, y tu hija se adapta y acepta los cambios sin problemas.

—¿Cómo es estar atento?

—El banco les va a proponer refinanciar esa deuda; si la aceptan, terminarán perdiéndolo todo. Lo que tendrían que hacer es salir a pedir ayuda a alguien que los quiera y, si lo hacen, la ayuda aparecerá. Luego, podrían saldar la deuda con más tranquilidad. Más tarde, podrán mudarse a una casa más pequeña y más segura. Tú sabes que las cosas suceden para bien o por mal. Uno nunca lo sabe.

—Por más que me ponga creativo y piense en cuál es la mejor solución para que mi familia salga adelante, no se me ocurre nada. Temo que tengas mucha razón en los pasos que ellos tendrían que seguir para salvar la situación, pero tengo la sensación que se quedarán desesperados y perderán todo.

—Podrás bajar y mandarles alguna señal sobre cómo deben moverse para lograr la estabilidad perdida.

—¡Me encantaría poder ayudarlos! ¿Podría ir ahora mismo?

—Espera, espera, habrá tiempo; ahora te ruego que me escuches. Voy a hablarte como si fueses una persona que aún vive en la Tierra. En la vida, el dinero es simplemente un medio, no un fin. Tú con el dinero no puedes comer, ni vestirte, ni viajar; lo puedes utilizar si lo cambias por esas cosas.

Es sólo un papel que tiene valor, según el país; y además varía para cada persona. Te diría que el dinero es personal. Tienes que dejarlo circular para que no te termine ahogando; es como la sangre, que debe circular todo el tiempo. Tiene que tener la medida justa, que es como la medida de los zapatos: no tienen que ir demasiado justos ni demasiado grandes.

Es importante que sepas que la prosperidad es para todos. Dios le da todo lo que necesita a todo ser, para que viva con dignidad; lo malo es que la mayoría de las personas nunca se conforman. Cuanto más tienes, más quieres. No hay que dejarse vencer, pero todo tiene un límite. No puedes apegarte a lo material, porque no te dará más que esclavitud; uno se hace esclavo de lo que tiene.

Si tienes, disfrútalo y aprende a compartir, a dar; puedes poner tus energías en ayudar a quien esté dispuesto a que lo ayudes y lo pueda aceptar. Piensa que lo que no se da, se pierde.

Si no tienes dinero, no te aflijas. Quizá la rueda de la fortuna esté detenida por un tiempo. No pelees, ni busques culpables aunque los haya; tus energías se dispersarán y no tendrás fuerzas para mover la rueda.

Tú debes ser positivo, tenerte fe; busca ayuda, si ves que no puedes solo. Aunque más no sea, busca a alguien que te dé una simple palmada en el hombro, como símbolo de apoyo y afecto. Acepta que todos tenemos momentos difíciles, de sufrimiento, y ese sufrimiento radica en tener la ilusión de apegarse a algo.

La prosperidad y la abundancia existen. No es malo tener una buena posición económica; lo que está mal es apegarse a las cosas a tal punto que lo que hoy te trajo satisfacción, al cabo de un tiempo te traiga frustración.

¡Cuántas veces uno, sin tener problemas verdaderos, encuentra algo nuevo para preocuparse! O, simplemente, uno se siente triste, sin saber el motivo.

Entonces, yo te pregunto: ¿no es que a las personas siempre les faltan cosas? Y, cuando consiguen eso, les falta otra cosa más.

Por supuesto, existen otras cosas más importantes que el dinero, y te das cuenta cuando te falta eso que no se puede comprar. Piensa que, si tu familia no está bien de ánimo, estará poco próspera. Tienen que saber juntar sus energías para generar prosperidad.

La abundancia es como el agua del océano: hay agua para todos. La diferencia está en que ellos hoy la juntan con una pequeña jarra y mañana la podrán estar juntando en una gran tina.

Uno nunca sabe cuál es su real tesoro. Quizá es lo que cada uno tiene y nada más. Es difícil aceptarlo en una sociedad de competencia y consumo.

Cómo entender que, en ciertos lugares donde hay pobreza y muerte, las personas vivían con alegría, aceptación y gran espiritualidad. Sus costumbres y su filosofía están en el desapego y en buscar la liberación total del alma. ¿No será que ese modo de sentir trae la verdadera felicidad interior?

Porque, si buscas la paz interior en los apegos, tendrás paz por momentos, pero no será duradera. Lograr estar en paz con uno mismo es una tarea difícil. El secreto es saber calmar tu mente. Las personas tienen que aprender que la vida es estar donde quieres, con quien quieres, y aceptar lo que te tocó vivir con humildad y coraje. Deben comprender que el tiempo de aprendizaje para cada vida allá abajo es muy corto, visto desde aquí arriba.

—Maestro, ¿por qué no bajan algunos de ustedes y les dan una conferencia de prensa a ellos, ya que todavía les sirven sus enseñanzas?

—Porque nadie nos creería; nos encerrarían como a locos. Tendríamos que mentir para poder salir de una situación como ésa.

—¿Hubo espíritus que fueron a dar mensajes a las personas?

—Fueron muchos los que tuvieron esa misión.

—¿Y qué pasó?

—Algunos fueron escuchados, y algunas personas pudieron cambiar y mejorar situaciones de su vida. Pero, después de un tiempo desde la aparición de los maestros, a ciertas personas se les olvidaron las enseñanzas de las lecciones aprendidas.

Las personas tienen una gran facilidad para recordar lo que les hace daño y para olvidar lo que les hace bien. Lo bueno lo escriben en la arena y lo malo en el bronce.

—Tienes razón, somos muy difíciles y complicados.

—Quizás en estos tiempos, en tu mundo, se encuentre gente buscando, desde lo mental, desde la fe o desde lo espiritual, un camino que los oriente para encontrar la felicidad.

—¡O no! A lo mejor son más felices, si no se analizan tanto, si no se detienen a pensar en nada. A veces, el que no piensa es más feliz.

—No, Francesco, lo ideal no es andar por la vida sin saber para qué se está. Por supuesto, hay personas que son felices sin preguntarse por nada. Para Dios, lo importante es que sean felices de la mejor manera posible. Puede haber personas que no busquen respuestas sobre su propia vida. Pero, si empiezas a transitar por el camino de la búsqueda, entonces hay que armarse de paciencia, para poder encontrar las respuestas a los "porqués".

Una vez que entras en ese camino, no puedes salir, porque te sientes atrapado por saber más y más. Pero no te aflijas, si por el momento el camino te resulta agotador; a la larga, la riqueza interior que lograrás tener te colmará el alma y serás feliz.

Ahora, para recordarte lo que eres, quiero que vuelvas a tu jardín y hables a tus rosas para que se reanimen. Después de todo, es posible que tu energía le llegue a cada uno; tranquilízate, todo saldrá bien.

—Debo agradecerte por ayudarme con esta plática. Me hizo entender ciertas cosas que antes no comprendía.

—Me debes un favor.

—Dime cuál.

—Enseñar a quien llegue a este lugar lo que has aprendido hasta ahora.

—No creo que lo pueda hacer; ¡no estoy preparado! Por ahora siento que todavía necesito escuchar más enseñanzas de mis maestros.

—Cuando hayas escuchado lo suficiente, tendrás la necesidad de transmitirlo y no podrás guardártelo, porque no es sólo tuyo.

Respeto que no lo quieras hacer por ahora, pero acuérdate que tienes una deuda conmigo y contigo.

—Prometo hacerlo; sólo necesito un poco de tiempo.

—Estoy seguro que serás muy bueno transmitiendo tus experiencias.

Mañana tendrás un día muy especial.

—¿Podrías decirme por qué?

—Ya lo sabrás, Francesco. Ahora te dejo. Debo irme pues hay un amigo que me está esperando ansioso.




Extracto de "Francesco Una vida entre el Cielo y la Tierra de Yohana Garcia"




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