“Hace falta encender pequeños Fuegos de Esperanza por toda la Tierra”, entrevista a la hermana Marie Vaillé
Entrevista a la hermana Marie Vaillé, franciscana de María.
Su
mejor carta de presentación es su propia presencia de anciana silente,
tremendamente amable y reservada, supinamente humilde. Sin embargo esa
expresión sencilla, recatada, no puede, por más que lo intente, contener
un gozo particular. Es el gozo singular, único e inconfundible,
absolutamente inigualable de una entera vida dedicada al prójimo. Ese
gozo por más que ella lo disimule, se desborda por cada uno de sus
poros.
Paz
sumada a más paz.
Primero la paz que emana la propia Marie Vaillé, y
sus cabellos de blanca madurez, esta franciscana de María a pie de
fuerte entrega y compromiso, a pie de las enormes montañas de los Atlas
en Marruecos. Debe ser la paz de servir en el fin del mundo, al término
de una larga y dificultosa pista; de estar siempre con las puertas
abiertas y las manos dispuestas. Debe ser la paz de estar en el lugar
preciso, realizando la labor adecuada, de compartir las mismas paredes
de barro que sus vecinos, el mismo destino, su mismo calor abrasador en
verano, su mismo y blanquecino paisaje en invierno. Después la paz de un
entorno de remota belleza, paisaje ocre de belén al que apenas alcanza
el verdor de los manzanales donde trabaja, en ese tiempo casi otoñal,
buena parte de los vecinos.
Subimos
dos veces desde Midelt a la aldea de Tattiwine a pie de los Atlas en
nuestro rastreo de esa entrega absoluta. La primera vez no encontramos a
las hermanas, pues habían partido a la alta montaña, al encuentro de
los nómadas para llevarles socorro y medicinas. La segunda vez tenemos
la suerte de dar con ellas. Llamamos a la puerta ya abierta de una choza
más, una casita de barro junto a tantas otras, ningún signo católico,
ni una sola cruz en la puerta. No hallamos la más mínima ostentación,
sólo el más supremo y exquisito respeto: “La gente ya sabe dónde están
las hermanas….”
Su
pequeño hogar, humilde entre los humildes, no alberga tampoco especial
comodidad. Hasta no hace mucho curaban allí mismo a los enfermos. Ahora
ya disponen de un dispensario aparte. Una sencilla habitación casi
desnuda, sin apenas ornamentación, hace las veces de capilla. Todo
apunta que es allí donde toman la fuerza para después salir al mundo,
fuerza renovada y reciclada cada día, fuerza de un Espíritu que jamás
las abandona. Cuando reciben visitas es también el espacio de acogida
para pasar la noche.
Estamos
en la pequeña comunidad de la orden de las franciscanas de María en
Tattiwine. Viven en esta aldea bereber a 15 kilómetros de Midelt (50.000
habitantes), en un extremo del caserío casi de cuento, si no fuera por
una austeridad que raya la pobreza. En estos momentos sólo dos hermanas
conforman la comunidad, Bárbara la enfermera de origen polaco que tiene a
su cargo el dispensario y la propia Marie, la hermana ya entrada en
años, que se ocupa de los más pequeños en el pueblo. También animan una
cooperativa local de prendas, chales, colchas, mantas, macutos…
confeccionados artesanalmente con telares.
La
entrevista apenas dura media hora, pero en ese tiempo somos testigos de
cómo la gente acude a donde ellas en busca de ayuda. Somos
interrumpidos por niños y ancianos que vienen a su encuentro. Huelga la
pregunta de si son felices allí. Pero en el deseo de hallar ese secreto
secretorum que ellas, sin lugar a duda alguna, detentan, se precipita
tan indiscreto interrogante…
Se ve que es Vd. muy feliz aquí… ¿La felicidad se halla a pie de estas montañas?
Sí,
eso es cierto. Soy verdaderamente feliz aquí. Así es. Como puede ver,
la gente entra aquí, viene, va… Es una vida muy familiar en medio de las
montañas.
¿Qué la trajo hasta aquí…?
Bueno,
en realidad me han enviado… Somos enviadas. Cuando llegué a Marruecos
tenía ganas de venir a Tattiwine. Las tres hermanas que estaban aquí
mudaron al mismo tiempo, así que me dijeron: “Tú has deseado siempre ir a
Tattiwine… Sí es mi gran deseo, contesté…”
¿Qué ha encontrado Marie en las montañas del Atlas marroquí?
Una
acogida excepcional. Es una suerte de fraternidad muy fuerte. Las
gentes se abren enseguida. Ahora que vivimos aquí o antes cuando
estábamos en la tiendas, a menudo nos decían “venid”, “entrad”… Al
principio cuando marchaba Bárbara y me quedaba sola en la casa, no
querían por nada que durmiera sola. Las madres me decían que bien fuera a
dormir a su casa o bien me enviaban a una hija para hacerme compañía.
Ya
conocía el sentimiento de acogida marroquí, pero no hasta este punto.
Aquí es muy grande. Por lo demás todo se comparte. Vienen a traernos
pan, huevos…, lo que tienen en ese momento que no es nunca mucho. Ahora
es época de manzanas, pues ya nos ha llegado una mujer que nos ha traído
una bolsa llena de manzanas. El espíritu de compartir aquí es
extraordinario. El marroquí es de por sí muy hospitalario, aunque eso ya
no se vea en las ciudades. En los grandes núcleos urbanos es como en
Europa. Cada quien en su casa.
¿Al volver a Francia qué encuentra…?
Es
muy diferente. Me digo a mí misma: “¡Estoy mejor en Tattiwine…!”
(Sonrisas) Antes ese género de acogida reinaba por doquier. Ahora se
imponen cada día más los valores de ganar y ganar, de tener más, del
bienestar individual… Aquí también va penetrando esa cultura
materialista, aunque todavía hay diferencia con respecto a Europa.
¿Cuál es concretamente su labor?
Tenemos
el dispensario que lleva Bárbara que atiende a la gente del pueblo y a
los nómadas de la región. Por mi parte atiendo a los chavales que están
retrasados en la escuela y a los que aún no tienen edad escolar. También
promovemos una cooperativa de trabajo artesanal compuesta por mujeres.
Las
hermanas que estaban con anterioridad a nosotras comenzaron con la
cooperativa para que las mujeres pudieran tener un poco de dinero. En la
cooperativa eligen su propia presidenta del lugar. Hay también una
amiga nuestra francesa que les ayuda con las cuentas.
Aquí
apenas se vende, únicamente a algunos turistas que se acercan hasta la
aldea. Intentamos hacer exposiciones en Casablanca, Tánger, Rabat… Una
hermana nuestra, Montse, es la que se encargaba de establecer estos
contactos, puesto que la gente adulta es toda analfabeta. Ahora sin
embargo todos los niños van a la escuela. Los jóvenes han ido también a
la escuela. Tenemos puesta mucha ilusión en que esto marche.
¿Le dan mucho trabajo los pequeños?
Comenzamos
a dibujar, a colorear… Aprendemos también a hablar, a cantar. Tienen
que aprender el árabe, puesto que ellos saben el bereber y al ir a la
escuela se encuentran con que todo es en árabe. Yo hablo un poquito de
árabe, un poquito de bereber, pero me ayuda una mujer del pueblo que
sabe francés, árabe y también bereber. En el tercer año de permanencia
en la escuela ya aprenden el francés. Los chavales sólo tienen tres o
cuatro horas por la mañana de clase, con un profesorado que no está
especialmente motivado. Cuando llueve o nieva ni siquiera vienen. En
invierno están a menudo ausentes y eso es duro, es difícil.
¿Perspectivas de mejora de esa situación?
Ahora
se está construyendo una casa comunal, en la que va a haber dos salas
para el preescolar, otras salas para la asociación de jóvenes y otra
para acoger a niños que viven en las montañas. Se trata de poderles
proporcionar a un pequeño grupo de niños nómadas, además de
escolarización, un lugar donde comer y dormir.
¿Cómo se manifiesta aquí el diálogo interreligioso?
Aquí
el diálogo interreligioso es en realidad el diálogo de la vida. Las
gentes saben aquí que nosotras somos religiosas, que nosotras rezamos y
nos respetan. Nosotras también, como no podía ser de otra forma,
respetamos sus plegarias, sus ceremonias… A la postre es ese exquisito
respeto mutuo lo que conforma el diálogo. No hablamos de religión.
Vivimos con ellos. Se dan cuenta que vivimos igual que ellos, en las
mismas condiciones. Se dan cuenta de que no deseamos cristianizarlos, ni
de aprovecharnos de ellos. Es así como llegamos a ser considerados unos
más entre ellos.
Mucho aprecio por lo tanto por parte de la comunidad…
Sí,
nos llegan a decir: “¡Sois nuestras hermanas!” Por supuesto nosotras
les consideramos a ellos igualmente como nuestros hermanos. Es
entrañable. Finalmente es así como se manifiesta el diálogo
interreligioso, más que con bellas palabras y demás… Lo importante es
que cada quien pueda vivir su propia fe allí donde se encuentra, de
forma sencilla y natural. Lo importante es la manifestación de amor
genuino hacia los otros…
No hay siquiera un crucifijo en la puerta de su casa…
No,
no. No estamos aquí para hacer prosélitos. Toda la gente del pueblo
sabe que nosotras somos creyentes y que estamos aquí, disponibles…
Cuando las gentes pasan dicen: “He ahí a las hermanas…” La misma gente
del pueblo nos envía a las personas que están necesitadas.
¿Han llegado a rezar juntos?
Hemos
rezado dos o tres veces juntos. No es habitual. Antes venía el Padre
Antonio desde Midelt todas las semanas a impartir la misa. Toda la gente
le conocía. Cuando él murió se hizo una sadaqa, es decir una comida
religiosa en su honor. Es una comida y al mismo tiempo es una ofrenda.
Por ejemplo cuando alguien enferma y finalmente se cura también se hace
una sadaqa con la finalidad de agradecer esa curación…
A
la sadaqa que organizamos por Antonio vinieron incluso los nómadas de
la montaña. Hicimos comida para toda la gente e invitamos a los Fiquis
que son quienes dirigen la oración en la mezquita.
¿Los Fiquis?
Sí, como los imanes, pero éstos habitualmente tienen estudios. Los Fiquis no los tienen.
¿Cómo transcurrió la sadaqa?
Primero
recitaron ellos sus plegarias y después nos llegó el turno a nosotras.
Rezamos el Padre Nuestro y cantamos dos cantos en árabe. Esa fue nuestra
oración conjunta. A la muerte de Juan Pablo II hicimos otro tanto,
sadaqa con oraciones. Primero los Fiquis y después nosotras, mientras
que los asistentes escuchaban con un gran respeto.
Ellos
saben que nosotras respetamos su religión y ellos respetan la nuestra.
Cuando vienen a casa y saben que estamos rezando, ellos esperan.
¿Este diálogo de la vida a un nivel reducido puede trasladarse a una esfera más amplia, puede transformarse en universal?
Sí,
debería ser algo más universal. Sí son precisas las oraciones, los
templos para encontrarse…, pero para Dios las oraciones no son mejores
en función de su marco religioso. Dios no se congratula más con unas
oraciones que con otras. Dios es más grande que todo lo que imaginemos.
¿Cuál es la esperanza para este mundo?
El
problema es que a la gente le falta precisamente la esperanza. Estamos
faltos de esperanza. La falta de esperanza representa la muerte. Yo
abrigo la esperanza de que un día todas las gentes nos vamos a
reencontrar. Vamos a comprender que es preciso amarnos verdaderamente.
Nos vamos a dar cuenta de que no merece la pena pelearse por un poco de
petróleo, por un trozo de tierra o a saber por qué…
No
sé cuándo, pero los jóvenes algún día se reencontrarán en la esperanza.
Hace falta encender pequeños fuegos de esperanza por doquier, esos
pequeños fuegos un día alumbrarán la tierra entera.
¿Y el futuro de la Iglesia?
Yo
abrigo también la esperanza de una Iglesia más vinculada al propio
pueblo, que entre más en la vida de la gente. Es preciso que la Iglesia
esté más con los pobres, con los pequeños y olvidados… Obrando así la
Iglesia se convertirá en lo que en verdad está llamada a ser. Convendría
retomar el valor de la simplicidad, pero simplicidad con amor, de lo
contrario la simplicidad no representa nada… Convendría retornar al
espíritu de los primeros cristianos.
¿Qué necesita nuestro mundo?
Hace
falta amor para comprender que el otro es, al igual que yo, imagen de
Dios y que por lo tanto no le puedo hacer mal, más al contrario estoy
llamado a ayudarle. Estamos llamados a vivir y trabajar juntos y en
unión.
¿Son duros los inviernos aquí?
Sí
lo son. Nieva mucho, aunque no todo el tiempo. A veces nos podemos
quedar hasta tres o cuatro días sin poder salir del pueblo. Cuando la
nieve se deshiela, el barro lo invade todo.
¿Y la Navidad…?
La
Nochebuena la pasamos aquí. Invitamos a las mujeres y los niños a
nuestra fiesta. Les damos chocolate y galletas. Les convocamos a la
fiesta de Nuestra Señora María. Ellos al fin y al cabo creen también en
María, la madre de Jesús. Ella se encuentra en el Corán. El día de
Navidad bajamos a Midelt.
¿Para los nómadas de más arriba en la montaña será aún más duro el invierno?
Sí
lo es. La nieve hace a menudo que las tiendas se caigan Es por ello que
cuando llegan los días más fríos, bien se meten en las cuevas, bien
descienden a cotas más bajas. Los más pobres no se pueden mover y se
quedan. Hace falta camión para llevar la tienda, las bestias, los
utensilios… y para ellos es caro. Unos y otros vuelven en el mes de
Mayo.
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