Una misteriosa epidemia está devastando la costa pacífica de América
Central. Ha matado a más de 24.000 personas en El Salvador y Nicaragua
desde 2000 y afecta a otros en proporciones jamás vistas antes. Los
científicos dicen tener informes de que el fenómeno se ha propagado
desde el sur de México hasta Panamá.
La situación cobró una gravedad tal que
la ministra de salud de El Salvador, María Isabel Rodríguez, pidió ayuda
internacional el año pasado, diciendo que la epidemia desbordaba el
sistema de salud.
"Es
una enfermedad que viene sin aviso y cuando la descubren ya es tarde",
dijo Wilfredo Ordóñez recostado en una hamaca de su casa de la región
del Bajo Lempa en El Salvador. El hombre comenzó a sentir los síntomas
hace diez años, cuando tenía 38.
Ordóñez trabajaba 12 horas diarias en
plantaciones de milpa, ajonjolí y arroz. Hoy sobrevive con tratamientos
de diálisis que se aplica él mismo cuatro veces por día.
Muchas de las víctimas mortales eran obreros o peones de las
plantaciones de azúcar que cubren buena parte de la zona costera.
Pacientes, médicos y numerosos activistas dicen que los causantes del
mal son las sustancias químicas que los trabajadores han usado por años
sin ninguna de las protecciones comunes en los países desarrollados.
"Me ponía la mochila en el lomo y tiraba
el veneno (herbicidas y pesticidas) sin ninguna protección, hasta una
vez me cayó todo el veneno en el lomo ", dijo Ordoñez a la AP.
Hay indicios, no obstante, que sustentan una hipótesis más compleja e insospechada.
La raíz de la epidemia, según algunos
científicos, parece yacer en la naturaleza del trabajo que hacían los
afectados, campesinos, obreros de la construcción, mineros y otros que
trabajaban hora tras hora sin beber suficiente agua bajo altas
temperaturas, sometiendo a sus cuerpos a repetidas deshidrataciones e
insolaciones. Muchos trabajaban desde los diez años.
La agotadora rutina parece ser uno de
los detonantes de la deficiencia renal crónica, un mal asociado
normalmente con la diabetes y la hipertensión, dos enfermedades que no
aparecen en la mayoría de los pacientes centroamericanos. "La evidencia
refuerza esta idea del trabajo manual y una hidratación insuficiente",
dijo Daniel Brooks, investigador y profesor asociado de epidemiología de
la Universidad de Boston, quien trabajó en una serie de estudios de
este mal.
Pero, a su vez, no han surgido pruebas sólidas del papel de los
pesticidas y otras sustancias químicas."Yo creo que todo indica que no
son los pesticidas", dijo la doctora Catharina Wesseling, una experta en
epidemias y directora regional de Programa sobre Trabajo, Salud y Medio
Ambiente de América Central. "Es demasiado multinacional y está muy
esparcido. Yo apostaría por las reiteradas deshidrataciones, casi
diarias. Eso es lo que pienso yo, pero no se ha demostrado nada".
El doctor Richard J. Johnson,
especialista en riñones de la Universidad de Colorado, en Denver, que
trabaja con otros expertos que estudian el mal, también sospecha de la
deshidratación. "Es un concepto nuevo, pero hay alguna evidencia que lo
respalda", dijo Johnson. "Hay otras formas de lesionar los riñones:
metales pesados, químicos, toxinas... Se ha considerado todo, pero no
hay explicaciones firmes todavía para lo que sucede en Nicaragua. A
medida que se agotan estas posibilidades, las deshidrataciones
recurrentes suben en la lista".
En Nicaragua la cantidad de muertes por
la deficiencia renal crónica subió de 466 en 2000 a 1.047 en 2010, según
la Organización Panamericana de la Salud. En El Salvador ese organismo
registró un incremento parecido, de 1.282 casos en el 2000 a los 2.181
de 2010.
Más
al sur, en las plantaciones de azúcar de Costa Rica, también se han
registrado agudos aumentos en la incidencia del mal renal, según la
médica Wesseling, al tiempo que las estadísticas del organismo
panamericano indican que en el caso de Panamá las cifras están subiendo,
aunque a un ritmo más lento.
El incremento en las estadísticas de la
enfermedad podrían obedecer a que ahora se lleva mejor la cuenta de los
casos, pero los científicos dicen que no hay dudas de que está
ocurriendo algo mortal, algo que la medicina no conocía.
En naciones con sistemas de salud más
avanzados, el mal que afecta la capacidad del riñón de limpiar la sangre
es diagnosticado tempranamente y tratado con diálisis en clínicas. En
América Central, muchas de las víctimas se tratan a sí mismas, en casa,
con formas de diálisis más baratas y no tan eficientes, o siguen
adelante sin diálisis.
En un hospital de la ciudad nicaragüense
de Chinandega, Segundo Zapata, de 49 años, está sentado en su
habitación, cabizbajo, cuando lo visitó un periodista de AP en enero."Ya
no quiere hablar", relató su esposa, Enma Vanegas, un año menor que
él.Sus niveles de creatinina, un químico que delata problemas renales,
eran 25 veces los normales. Su familia le dijo que lo hospitalizaban
para que recibiese diálisis. En realidad, el objetivo era aliviarle el
sufrimiento mientras esperaba la inevitable muerte, según Carmen Ríos,
de la Asociación de Enfermos de Insuficiencia Renal de Nicaragua. Zapata
le imploró al fotógrafo de AP que lo llevara a su casa. "Deja la
cámara, toma una ametralladora y sácame de aquí a la fuerza", le dijo.
El hombre murió el 26 de enero.
La
doctora Wesseling, trabajando con científicos de Costa Rica, El
Salvador y Nicaragua, estudió a grupos de la costa y los comparó con
grupos con hábitos de trabajo similares, que también estuvieron
expuestos a pesticidas, pero trabajaban en zonas a por lo menos 500
metros (1.500 pies) sobre el nivel del mar.
Un 30% de los trabajadores de la costa
tenían niveles elevados de creatinina, lo que es un fuerte indicio de
que el causante del mal es el ambiente más que los agroquímicos, de
acuerdo con el epidemiólogo Brooks. Se espera que el estudio en el que
trabaja sea publicado en revistas médicas en las próximas semanas.
Brooks y Johnson, el especialista en
riñones, dijeron que saben de casos parecidos en regiones agrícolas
cálidas de Sri Lanka, Egipto y la costa este de la India."No sabemos qué
tan esparcido está (la enfermedad)", dijo Brooks. "Esta puede ser una
epidemia que todavía no ha sido identificada plenamente".
Jason Glaser, cofundador de una
agrupación que ayuda a las víctimas del mal renal en Nicaragua, dijo que
él y sus colegas también saben de casos ocurridos entre trabajadores de
plantaciones de azúcar de Australia.
A pesar de que hay un consenso cada vez
mayor entre los expertos, Elsy Brizuela, una doctora que trabaja con un
programa salvadoreño que trata a los trabajadores e investiga la
epidemia, da por descartada la teoría de las deshidratación e insiste en
que "todos los afectados han trabajado expuestos a los venenos, a los
herbicidas que se usan en los cañales".
Las
tasas más altas del mal renal que se registran en Nicaragua son las del
Ingenio San Antonio, del Grupo Pellas, cuyos ingenios procesan casi la
mita de la azúcar que produce el país. Flores y Zapata trabajaban en ese
ingenio.
Según uno de los estudios de Brooks,
hace unos ocho años la planta empezó a a ofrecer una solución
electrolítica y galletitas con proteínas a los trabajadores. También
comprobó que algunos trabajadores cortaban caña de azúcar nueve horas y
media por día casi sin descansos, al sol, con temperaturas de 30 grados
centígrados (87 Farenheit).
En 2006, la plantación, de propiedad de
una de las familias más ricas del país, recibió 36,5 millones de dólares
en préstamos de la Corporación Internacional de Finanzas, organismo
afiliado al Banco Mundial, para la compra de más tierras, la expansión
de su planta procesadora y la producción de más azúcar para el
consumidor y para la producción de etanol.
En un comunicado, el organismo dijo que
había examinado el impacto social y ambiental de sus préstamos y que
había determinado que la deficiencia renal no está relacionada con las
operaciones en la plantación.
De todos modos, la entidad dijo que "le
preocupa este mal que afecta no solo a Nicaragua sino a otros países de
la región y seguirá de cerca cualquier novedad".
Ariel Granera, portavoz del Grupo
Pellas, dijo que a partir de 1993 la empresa tomó medidas para aliviar
la carga de sus trabajadores, como hacerlos comenzar sus turnos bien
temprano en la mañana y darles muchos litros de agua por día.
Periodistas de AP vieron que los
trabajadores traían botellas de agua de sus casas, que llenaban durante
el día usando grandes cilindros llevados a los campos en busetas.
Glaser, cofundador de la Fundación La
Isla en Nicaragua, grupo activista, dijo que las compañías ni el
gobierno hacen cumplir las normas para proteger a los trabajadores,
particularmente las relacionadas con suspender del trabajo a quienes
padecen deficiencias renales dejen de trabajar en las plantaciones del
Grupo Pellas y de otras empresas.
Muchos peones a los que se les
encuentran altos niveles de creatinina siguen trabajando con otros
contratistas, dijo Glaser. Algunos usan documentos falsos o las
identificaciones de sus hijos sanos, quienes pasan los controles médicos
y van a trabajar a los cañaverales, donde sus riñones se lesionan. "Es
el único trabajo que hay en este pueblo", dijo. "Es lo único que saben
hacer".
El Ingenio San Antonio procesa la caña
de más de 24.000 hectáreas, la mitad propias y el resto,
mayoritariamente de campesinos independientes.
La agrupación que agrupa a los ingenios
de Nicaragua dijo que el estudio de la Universidad de Boston confirmó
que "la industria azucarera no es responsable de las insuficiencias
renales" porque no hay forma de establecer a esta altura "un vínculo
directo entre el cultivo de la caña de azúcar y la insuficiencia renal".
Brooks, el epidemiólogo de la
Universidad de Boston, destacó que el estudio simplemente dijo que no
hay prueba científica firme de la causa, pero que todas las
posibilidades siguen abiertas.
A diferencia de Nicaragua, donde miles
de personas con trastornos renales trabajaban en grandes plantaciones,
en El Salvador abundan los pequeños campesinos independientes. Ellos
atribuyen el mal a los agroquímicos y casi nadie ha cambiado sus hábitos
de trabajo como consecuencia de las últimas investigaciones, que no han
recibido demasiada difusión en el país.
En
Nicaragua el peligro es bien conocido, pero la gente del campo necesita
trabajo. Zapata tenía ocho hijos, tres de los cuales trabajan en las
plantaciones de azúcar.
Dos de ellos ya muestran síntomas de la enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario