LUZBY BERNAL

sábado, 18 de febrero de 2012

¿POR QUÉ NO SOY UN CATÓLICO ROMANO?


New post on EL NUEVO ORDEN MUNDIAL DE YAHWEH (APO.21:5, JOB 34:13)

¿POR QUÉ NO SOY UN CATÓLICO ROMANO?

by apologista

 

 

Propósito de Este Estudio:

                   Este artículo obedece a un espíritu de buena voluntad hacia nuestros amigos Católicos peruanos y extranjeros en todas partes. Sucede que muchos de mis amigos católicos me preguntan porqué dejé el catolicismo, si de niño fui bautizado en esa iglesia.

                   Pero antes de responder a esa pregunta, debo reconocer que la Iglesia Católica es por lejos la más grande organización religiosa de la Cristiandad. Su membresía sobrepasa los 600 millones de fieles, más del doble del número de miembros de todas las denominaciones Protestantes juntas. En todo el mundo existen casi 417,000 iglesias y alrededor de 157,000 escuelas, todas ellas Católicas. Tiene 32,000 hospitales, orfanatos, asilos y demás instituciones bajo su control y benefician a 16 millones de personas cada año.

                   A pesar de lo compleja de su organización mundial, la Iglesia Católica ofrece una uniformidad de fe y práctica que contrasta abiertamente con la de los otros muchos grupos competitivos y sus diversos credos. Además, reclama la vigencia de la sucesión apostólica, así como la infalibilidad de su máximo líder; algo que sólo pocas de las otras organizaciones religiosas se atreverían afirmar. Y finalmente, es aquella, la única Iglesia que puede mirar atrás en su pasado histórico, consciente de la influencia que ha ejercido sobre la civilización occidental, cuando en un tiempo ella decidió el destino de naciones y gobernantes.

                   Este es seguramente un historial impresionante. Desde el punto de vista estadístico e histórico el cuadro que hemos pintado corresponde ciertamente a la de una iglesia poderosa. Sin lugar a dudas, muchos católicos se deben sentir orgullosos por ello, así como perplejos ante el porqué alguien, a pesar de estos hechos, escogiese deliberadamente otra afiliación que no fuese la Católica. Aquellos demandarían unir esfuerzos con la iglesia Católica, a fin de juntos resistir exitosamente las asechanzas del ateísmo.

                   La razón por la cual un grupo escogiese permanecer separado de la “Madre Iglesia” se convierte así en un tema de palpitante interés, tanto para católicos, como para protestantes. Para desarrollar este tema, nos propondremos investigar algunos de los aspectos más importantes del catolicismo, tales como el de la naturaleza de la Iglesia primitiva, el rol de la Biblia, las influencias de las tradiciones, las características de la iglesia bíblica, así como el origen de las diversas prácticas de la Iglesia Católica.

                   Intentaremos que esta presentación sea lo más justa e imparcial posible, dando las referencias bíblicas e históricas del caso toda vez que esto sea posible. Confiamos en que este análisis servirá de guía a quienes han reflexionado sobre el tema, proveyéndoles del material necesario que les permita sacar sus propias conclusiones.  

Puntos de Convergencia con el Catolicismo:

                   Es sorprendente descubrir que existen muchas áreas en donde protestantes y católicos convergen o están de acuerdo. La primera y la más importante de todas tiene que ver con la creencia en un Dios que es un Espíritu Puro, Creador de todas las cosas, y que no tiene rival o competidor de igual a igual. Además, es un Dios Amoroso, Justo, Perfecto, Inmortal, Invisible, Todopoderoso, Omnipresente, y Omnisciente. Este Dios de los católicos es el mismo concebido por los protestantes, en su mayoría.

                   En segundo lugar podemos mencionar que comparten la creencia en la perfección original de la raza humana, representada en Adán y Eva, en el jardín del Edén. Según ello, Adán y Eva perdieron su felicidad, salud, y comunión con Dios por causa de su desobediencia a Su ley. Las funestas consecuencias fueron la enfermedad, la degradación, y alineación que se transmitieron de padres a hijos. Con ellos aparece “el pecado original”.

                   Como tercer punto, hay coincidencia en que Dios planeó la redención de la raza humana caída a través de un único y singular sacrificio en la persona del Hijo de Dios. Católicos y protestantes están de acuerdo que el único camino para reconciliarnos con Dios el Padre es creyendo en el sacrificio de Su Hijo, quien murió por todos los pecadores, y pagar el precio correspondiente por los pecados.

Puntos de Divergencia con el Catolicismo:

                   En relación a estas enseñanzas cristianas básicas hay total coincidencia. Pero avanzar más allá, a fin de profundizar en temas como el de la constitución de la iglesia, formas aceptables de adoración, creencias doctrinales específicas, o la naturaleza del mensaje del evangelio a ser dado al mundo, nos enfrentaría a muchas dificultades. Se levantarían barreras infranqueables debido a conceptos y creencias contrapuestas. La pregunta surge por sí sola. ¿Por qué deberían de existir diferencias si las dos tienen un origen común?

                   Se podría ofrecer una respuesta muy simple, al menos en cuanto a lo que a catolicismo y protestantismo se refiere. La razón por la cual hay armonía en los temas anteriormente expuestos es que éstos claramente están expuestos en la Biblia y son aceptados por la fe como hechos históricos. Se podría extender las áreas de común entendimiento si los católicos y protestantes, por igual, aceptaran que la Biblia es la única base sólida para la fe y conducta cristianas. Pero es justo aquí donde la línea divisoria aparece. Los católicos no creen que la Biblia sea la única guía religiosa. Ellos consideran a la tradición de la iglesia, es decir, a los escritos y enseñanzas de sus líderes a través de los siglos, como de igual valor junto a la Biblia; y es en este sentido que según ellos, hasta la supera en importancia.

                   Cuando los escritos de ciertas personalidades importantes dentro de una religión son consideradas de igual valor que la Biblia, se hace evidente que no todos aceptarán como válido este criterio. Donde sea que se acepte como única fuente de verdad a la Biblia, la tendencia que se dejará notar será hacia la uniformidad de creencias. Y es aquí donde descansan las mayores diferencias entre las Iglesias Católica y Protestante.

                   ¿Es la Biblia por sí sola una guía suficiente y segura para la salvación? Creemos que sí.

Quién Tiene la Autoridad--- ¿La Iglesia o la Biblia?:

                   Los católicos sostienen que la tradición de la iglesia es más importante que la Biblia. Para ellos “La Tradición de la Iglesia” es el “sentir” o el “criterio” de la iglesia a través de los siglos, incluyendo los escritos de sus doctores, “padres”, teólogos, así como sus decretos conciliares, libros litúrgicos, y encíclicas papales. Creen además, que esta tradición en realidad no se opone a la Biblia, sino que más bien la complementa. 

                   A esta altura estudiaremos las razones que esgrimen los católicos para justificar el énfasis puesto en la tradición. Si bien la Iglesia Católica considera que la voz de la iglesia es la voz de Dios, al mismo tiempo y con igual énfasis, ella proclama que la ‘la tradición de la Iglesia’ está en completa armonía con las Sagradas Escrituras. Por lo tanto, dado que todos aceptan la Biblia en su totalidad, podemos estar seguros que será de provecho el hacer un examen respecto a lo que las mismas Escrituras tienen que decirnos acerca de la tradición y su propósito o utilidad para los cristianos de hoy.

La Iglesia Precede al Nuevo Testamento:

                   Dando una mirada retrospectiva hacia el momento mismo en que se inició la Iglesia, sabremos que es históricamente cierto que Cristo la estableció mucho tiempo antes que comenzara a escribirse el Nuevo Testamento. Asimismo, es cierto que la tarea de enseñar dentro de la Iglesia como la de testificar el evangelio a los inconversos se estuvo llevando a cabo durante años antes que se completara el Nuevo Testamento. Estos hechos se han usado no sólo para restarle importancia a la Biblia, sino para magnificar la autoridad de la iglesia. Pasemos a ver si esas conclusiones tienen veracidad.

                   En primer lugar, los antiguos cristianos siempre tuvieron las Escrituras del Antiguo Testamento de las cuales beneficiarse. Éstas constituyen casi las tres cuartas partes de toda la Biblia. Aquellas estaban a libre disposición en las sinagogas y eran usadas con frecuencia en las discusiones de los judíos. De hecho, se nos dice que los más nobles de los judíos “escudriñaban diariamente las Escrituras” para determinar, por ellos mismos, si las enseñanzas cristianas podían justificarse (Hechos 17:11). Su razonamiento les decía que si el cristianismo venía realmente de Dios, sería factible hallar indicios en las Escrituras judaicas de que ello era así. Por cierto, los primeros cristianos ya habían llegado a la conclusión de que muchas de las profecías, oráculos, simbolismos, y otras enseñanzas inspiradas de los apóstoles, armonizaban perfectamente con aquellas de las Escrituras Sagradas Hebreas. Difícilmente se podría decir hoy que los antiguos cristianos fueron dejados sin Escrituras que los guiaran. 

                   Por supuesto que existen muchas enseñanzas del Nuevo Testamento que son exclusivas del cristianismo, las mismas que no pueden ser explícitamente verificadas en el Antiguo Testamento, aunque estén presentes allí en forma de tipos y dichos oscuros. Pero, los primeros cristianos no se hallaron “flotando en el aire”, por así decirlo, debido a la ausencia de esos escritos, pues Jesús y sus apóstoles estaban presentes con ellos ministrando en su beneficio. Los apóstoles fueron testigos oculares de eventos importantes que tuvieron lugar durante ese tiempo. En algunos casos tuvieron revelaciones especiales como una ayuda en su ministerio. Declaraciones hechas por el apóstol Pablo evidencia que él habló bajo la directa inspiración de Dios

                   En 1 Corintios 2:7,10 Pablo habló, diciendo: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció...pero Dios nos la reveló a nosotros por el Espíritu.” Otra vez dice: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es la verdad, palabra de Dios.”----(1 Tesalonicenses 2:13). 

                   Adicionalmente, la iglesia del primer siglo se le dio el beneficio de los dones sobrenaturales, tales como sabiduría, operación de milagros, don de profetizar, etc., en compensación por haber carecido de instrucciones específicas provenientes del Nuevo Testamento (1 Corintios 12:4-11). A medida que los escritos de los apóstoles se hicieron disponibles, estos dones resultaron innecesarios y con el tiempo cesaron. Así se nos entreteje un cuadro acerca de la preocupación o interés de Dios por el crecimiento y bienestar espirituales de los seguidores del Maestro durante el primer siglo. Pero también se hace evidente la identidad de aquel que controló de forma admirable sus asuntos antes que el Nuevo Testamento estuviese disponible para todos. Ciertamente no hay indicio alguno que muestre que el testimonio escrito de la Palabra de Dios fuese considerado como algo de poco valor. 

Valor del Testimonio Escrito:      

                   Se sugiere que los apóstoles, en sus escritos, casi no distinguieron entre la ‘palabra hablada’, la misma que más tarde se convertiría en la tradición de la Iglesia, y la ‘palabra escrita’ la que se convertiría después en el Nuevo Testamento. Se nos dice que los apóstoles enfatizaban en la ‘palabra hablada’. De allí se argumenta que, si los apóstoles no enfatizaron el testimonio o ‘palabra escrita’, ¿por qué nosotros, hoy, tendríamos que hacerlo? 

                   Examinado las Escrituras relativas a este tema, encontramos algunos textos que parecieran sustentar lo argumentado por el catolicismo. Por ejemplo: “Así que hermanos estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta.” ( 2 Tesalonicenses 2:15). “Retén la forma de las sanas palabras que de mi oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.” (2 Timoteo 1:13). “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles, que sean idóneos para enseñar también a otros.” (1 Timoteo 2:12).

                   Ante todo, en cada cita de arriba, Pablo se refiere a sus propias palabras como las de alguien que había sido escogido para ser un Apóstol de Cristo. Así que la advertencia de mantenerse firmes en las “sanas palabras” sólo aplica a las palabras de Pablo. No hay nada que indique que se pudiese aplicar también a las palabras de otro individuo. Más allá de esto, sin embargo, no habría autoridad para aplicar estos textos a las palabras de aquellos que habrían de venir después de los apóstoles. Para el tiempo que éstos habían fallecido, sus escritos llegaron a estar disponibles a todas las congregaciones cristianas, no siendo ya necesario que dependieran de la ‘palabra oral’ cuando ya vino a estar escrita. 

                   Además, en 1 Corintios 14:37 Pablo dice: “Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor.” Ciertamente esto revela que Pablo tenía la convicción de que sus palabras eran inspiradas por Dios mismo, o que tenían un origen divino. Por eso él urgió a sus hermanos en la fe a que leyeran sus cartas en las iglesias (1 Tesalonicenses 5:27; Colosenses 4:16).

                   En ningún lugar se nos dice que Pablo se haya sentido ofendido que hermanos en la fe compararan sus palabras con las del Antiguo Testamento, como ocurrió con los Bereanos. Por el contrario, aquellos hermanos fueron considerados más nobles que los demás, porque usaban las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) como el patrón ante el cual medir la palabra hablada, aunque viniese del gran apóstol Pablo (Hechos 17:10-11).

                   También el Antiguo Testamento aconseja: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto es porque no les ha amanecido.” (Isaías 8:20). Es decir, debemos confrontar las enseñanzas habladas, con aquellas escritas e inspiradas por Dios.

                   En Efesios 2:19,20 leemos: “Ustedes... son edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.” Dado que la escuela profética tuvo su comienzo con los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, de la misma manera la escuela apostólica se inició con las palabras de los apóstoles, tal como están registradas en el Nuevo Testamento.

                   ¿Qué es lo que tiene que decir el apóstol Pedro sobre todo esto? En su Segunda Epístola lo hallamos muy preocupado por el futuro bienestar de los hermanos para después de su “partida”. Mientras él estuvo a su lado, pudo despertarlos con su amonestación, recordándoles las doctrinas importantes, confirmándoles la verdad (2 Pedro 1:12-14). Pero Pedro también quería que los hermanos se acordaran de sus palabras aun después de su muerte. Dice: “También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas.” (v.15). ¿ Cómo podría lograr él este objetivo?

                   ¿Estaba sugiriendo Pedro que los hermanos debían de recordar y memorizar sus emocionante sermones?¿Era su intención de que sus enseñanzas pasaran de boca en boca y de generación en generación? Esto sería peligroso, pues podría distorsionarse el verdadero evangelio, y la verdadera doctrina de Cristo con el correr el tiempo. Los hermanos podrían “añadir” pensamientos e ideas propias a las enseñanzas originales, adulterando así el mensaje apostólico radicalmente. Se necesitaría un CANON (una regla para medir la verdad original) para guiarse y así preservar la sana doctrina. Por eso, el método que Pedro sabiamente escogió usar está claramente descrito en 2 Pedro 3:1,2: “Amados esta es la segunda carta que os escribo y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento; para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles.” Así, por medio de la palabra escrita Pedro evitó que sus dichos fueran olvidados e intencionalmente distorsionados, pues lo que quería era que el mensaje fuese preservado en su pureza original. 

                   Jesucristo mismo se vio precisado en muchas ocasiones a citar las mismas Escrituras Hebreas (A.T) para confirmar lo que decía y enseñaba a sus discípulos y detractores por igual. Uno de esos casos lo encontramos cuando Jesús estaba en el desierto ayunando 40 días. El diablo se le presentó para tentarlo, ante el cual Jesús le dijo: “Escrito está”, y citó la cita del Antiguo Testamento (Mateo 4:4,7,10; Deuteronomio 8:3; 6:16; 6:13). Aquí Jesús no trató de defenderse usando su lógica o razonamiento personal, lo cual hubiera sido magistral; sino por el contrario, en por lo menos tres ocasiones seguidas prefirió repetir la misma frase, “Escrito Está”. Viniendo del mismo Hijo de Dios, destinado a regir el mundo, ¿Qué poderosa demostración de respeto y de prestar atención al testimonio escrito de su Padre fue esa! También en Marcos 12:24 se le encuentra a Jesús diciendo: “¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras y el poder de Dios?”. Y en Lucas 4:17-21 se le encuentra a Jesús en la sinagoga predicando y explicando la Escritura de Isaías capítulo 61 diciendo que ella se estaba cumpliendo en él. Y finalmente, en Lucas 24:27,44-46 Jesús es hallado razonando de las Escrituras y explicándoles su significado: “Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba lo que de él se decía en las Escrituras...era necesario que se cumpliese todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas, y los salmos...Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito.’

 

La Tradición Oral de La Iglesia:

                   En otra ocasión Jesús dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada.” ( o “anulada”, Juan 10:35, WEYMOUTH). Sí, el testimonio de las Escrituras es siempre seguro y confiable, pues es inspirada por Dios y útil para enseñar, corregir, redargüir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea apto para toda buena obra (2 Timoteo 3:14-17). En cambio, los hombres se pueden equivocar. El mismo Pedro se estaba equivocando cuando insistía en que se debía guardar toda la ley de Dios, incluso la circuncisión de la carne (“Judaizar”), al ignorar u olvidar lo que Jesús había enseñado sobre la misma (Gálatas 2:11-16). Entonces vemos que aun Pedro, un apóstol, se estaba desviando, cuando él mismo pasó por alto lo enseñado por Jesús antes. 

                   Entonces, ¿los pensamientos o ideas de los líderes de la iglesia católica representan bien la palabra de Dios? Todo depende si dichos pensamientos o criterios corresponden o coinciden con los dicho por los apóstoles y Cristo. ¿Cómo lo podemos saber? ¡Por la Palabra escrita!

                   El mismo Jesús, durante su ministerio, nunca se apoyó en las escuelas rabínicas de su día, llenas de tradiciones y preceptos humanos. Evidentemente la razón por la cual no lo hizo era porque sabía perfectamente que aquellas no estaban en armonía con la Palabra escrita. A los fariseos y escribas, Jesús dijo: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón lejos está de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” (Mateo 15:7-9). Por eso, los protestantes tienen sus grandes reservas con los llamados sínodos, concilios, “El Magisterio de la Iglesia”, “encíclicas papales”, “tradiciones de la iglesia”, etc. Si de éstos no salen doctrinas de acorde con la Biblia---¡Los protestantes las rechazan! Igual debieran hacer los mismos católicos, ¿no le parece, estimado lector? Entonces, así como las tradiciones judías habían divagado tan lejos de la verdad original de Dios, que Dios la describió en Jeremías 2:13, como “cisterna he hechura humana que no podía retener agua (La Verdad)”. Asimismo, la tradición católica se ha convertido igualmente en una cisterna que no puede retener la verdad de Dios.   

                                 Los apóstoles Pablo y Pedro advirtieron en contra de la desviación de la verdad al decir: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.”(Colosenses 2:8). Pareciera que estas palabras fueran escritas directamente para los católicos, aunque fueron dichas primeramente para los judíos y sus tradiciones, y contra los llamados gnósticos de la época, entre otros grupos religiosos. “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.” (2 Pedro 1:19). Desgraciadamente los seminaristas católicos reciben mucha educación filosófica, y no mucha teológica, contradiciendo de esta manera lo advertido por los apóstoles.

 

La Iglesia del Primer Siglo

                  ¿Se ha preguntado usted si la iglesia del primer siglo fue Católica? Muchos han creído que la palabra “católica” aparece en la Biblia, pero no es cierto. Jamás aparece la frase “Iglesia Católica Romana” como tampoco “Iglesia Evangélica”, “Iglesia Mormona”, “Iglesia Adventista”, etc.

                  Pero dirijámonos a los albores de la historia de la iglesia, tomando nota de cómo era ésta, quiénes la componían, y qué es lo que ella creía. Tal investigación podría ser mejor llevada adelante si la hiciéramos al detalle, pero en atención a la brevedad nos atendremos a lo más sobresaliente.

                 Desde el comienzo se ve claramente que Jesucristo estableció sólo una iglesia y que fue ella que le dio la verdad espiritual necesaria para su salvación. Sin embargo, al mismo tiempo que la fe se fue extendiendo, en diversos pueblos y ciudades, se fueron organizando las primeras agrupaciones o congregaciones de seguidores de Jesús, cada una manteniendo su propia autonomía.

                Había sólo una organización dentro de los límites de cada pueblo. La iglesia que se reunía “en la casa” de fulano o sutano (Filemón 2) no era otra cosa que una reunión de personas con fines religiosos; el término ‘iglesia’ siendo usado en su sentido ordinario de ‘asamblea’. Ninguna de estas iglesias locales pretendió gobernar a las otras, confinando sus actividades a las de exhortar, aconsejar, y confortarse mutuamente.

                La base de la organización eclesiástica fue la fraternal igualdad de los creyentes...en vez de una orden sacerdotal existía un sacerdocio universal. Esto quiere decir que todos y cada uno de los creyentes eran sacerdotes que ofrecían alabanza, adoración, y sacrificio espiritual a Dios (1 Pedro 2:5,9).

                Cada congregación (iglesia) elegía a sus propios servidores, designándolos con los términos genéricos de ‘ancianos’ y ‘diáconos’ (1 Timoteo 3:1-13). En vista de que Jesucristo era considerado como la única ‘cabeza’ de la iglesia (Efesios 1:22,23) y todos sus miembros se consideraban hermanos entre sí (Mateo 23:8), no se tenía la más ligera idea de otorgarle a alguno de los ancianos un mayor respeto o autoridad sobre los demás. Por esta razón la indumentaria clerical fue totalmente desconocida en los siglos tempranos de la iglesia. Así, se desarrolló una extraña forma de gobierno dentro de la iglesia, con cada miembro compartiendo responsabilidades y privilegios de servicio con los demás.

                Los primeros cristianos creyeron en el inminente retorno de su Señor y el establecimiento del reino de Dios en la tierra (Mateo 6:10; Lucas 19:11-15). Ellos se prepararon para este evento culminante por medio de llevar vidas puras y virtuosas, tratando de hacer el bien (Gálatas 6:10). Fueron tan entusiastas y celosos en proclamar las buenas nuevas acerca del reino de Dios que las desazones y dificultades que encontraron a ese efecto fueron consideradas de poca importancia (Hechos 5:40-42).

                Viviendo en completa dedicación a Dios, trataron de alejarse de los placeres y entretenimientos mundanos, no siendo común el que se hicieran presentes en los espectáculos públicos y populares de su día, descartando la posibilidad de entrar en la política, y rehusando participar en el servicio militar.

                Las primeras doctrinas de la iglesia del primer siglo estuvieron centradas alrededor de la persona de su fundador. Jesús fue reconocido como el Mesías del Antiguo Testamento (Mateo 16:16; Hechos 3:18), y su muerte y sacrificio redentor, como la base para el perdón, reconciliación, justificación, y restauración divinos (Romanos 5:8-11; 21 Timoteo 2:3-6; Hechos 3:19-21).

                Los ritos básicos se limitaron al bautismo por inmersión (bajo agua), y a la “cena del Señor”. La oración era totalmente improvisada, no pre-fabricada, y no repetitiva. Los creyentes se llamaban cariñosamente como ‘hermanos’ y ‘ hermanas’. No había racismo, ni despotismo, ni prejuicios clasistas o educacionales. Todos eran uno en Cristo Jesús. El divorcio era condenado.

                Pero la fraternidad de los primeros cristianos implicaba también el compartir los bienes, hospedar al extranjero, brindar atención médica, y trabajar juntos en la propagación del evangelio. Todos los cristianos, sin excepción, predicaron la palabra de Dios que recibieron de otros hermanos. Su trabajo fue totalmente gratuito, y nunca esperaron que se les pagara por difundir el evangelio. “recibieron gratis, dieron gratis”.

                Es claro que la iglesia primitiva, la del primer siglo, consistía en un pequeño grupo de hombres de carácter puro, intachable, y carentes de aspiraciones políticas. Estos hombres no detentaban rango alguno y si algunos llegaron a ser famosos sólo lo fueron por su santidad de carácter, su fe, y su disposición a sufrir por ello. A la vista de la gente de esos días eran una desgracia, unos fanáticos, tratando de socavar el respeto por las instituciones y el orden social imperantes.

                Posiblemente para alguno de nuestros amigos esta descripción parezca algo simplista y grotesca. Después de todo, ¿Dónde estaban las impresionantes ceremonias, los credos, y los catecismos; los magníficos edificios religiosos y el rimbombante clero que para muchos habría de ser sinónimo de verdadero cristianismo? En contraste con esto último, el cristianismo del primer siglo parecía ser más bien crudo, opaco y primitivo.

                Sin embargo, estamos firmemente convencidos que los primeros cristianos basaron sus creencias y prácticas en las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, y que no ha habido razón valedera para apartarse de ellas. Por el contrario, los cambios que se fueron introduciendo y que para el siglo cuarto formaban parte de las enseñanzas de la iglesia, fueron los verdaderos corruptores de la fe original, resultando perjudiciales a los intereses del cristianismo verdadero.                             

La Iglesia del Cuarto Siglo

                 Con este breve bosquejo del cristianismo de los primeros años de la Era Cristiana, echaremos un vistazo a algunos de los acontecimientos que tendrían lugar tiempo después y que nos llevarán hacia la iglesia del siglo IV. Durante ese periodo de cuatro siglos los cambios forjados en las simples enseñanzas y prácticas de los primeros cristianos resultaron ser profundos. Los mismos serían tan trascendentes y penetrantes que invadirían muchas áreas de la fe, algo que ha sido atestiguado por todos los historiadores, sin importar cuál haya sido su reacción frente al hecho mismo.

                 Bien temprano en la historia de la iglesia, aun antes que muriese el último de los apóstoles, varias facciones empezaron a seguir de pronto en su seno, cada una buscando modificar sutilmente las verdades originales. Esta aparición de opciones contrapuestas y a veces heréticas se debió en parte al concepto errado que se tenía de las enseñanzas del cristianismo con algunas de las bien conocidas filosofías paganas. Lentamente el cristianismo formal fue incorporando en su seno algunas de estas nuevas ideas y en ese proceso muchas áreas importantes de la fe original quedaron afectadas.

                 A medida que se abrían nuevas escuelas de teología aparecían también nuevas ideas orientadas a complicar la simplicidad de la doctrina cristiana y a formular lo que se ha venido a llamar “credos de fe”. Así se empezó por dar más importancia y valor a la lógica y razonamiento humanos, así como a la tradición oral en contraposición a las creencias de la iglesia apostólica. Mientras por un lado se consideraba a las Escrituras como la Autoridad final y concluyente, por el otro se pensaba que no todos estaban capacitados para discernir su verdadero significado y sentido intrínseco. Con el tiempo, la responsabilidad de interpretación fue dejada en manos de unos pocos individuos, quienes debido a ello harían llegar a ser considerados como más importantes que los demás. 

                 En la organización de la iglesia es donde algunos de los más típicos cambios se introdujeron. Recordemos que la iglesia del primer siglo estableció grupos o iglesias en diversas ciudades, cada una de ellas gobernada por su propio cuerpo de ancianos y diáconos, e independientes unas de las otras. Gradualmente se dio preferencia a un obispo y a otros llamados presbíteros. La jurisdicción del obispo lentamente se extendió hasta incluir a los pueblos vecinos y más tarde a todas las provincias.                            

                 Finalmente la iglesia adoptó tipo de gobierno parecido al del mundo político en el que vivía, convirtiéndose en una vasta organización autocrática. Fue denominada desde los cinco grandes centros de la época, Roma, Constantinopla, Antioquia, Jerusalén, y Alejandría. Los obispos de cada una de estas ciudades llegaron a ser altamente respetados. Considerados como patriarcas y con igual autoridad en la iglesia, cada uno de ellos retuvo el control de sus respectivas provincias.

                 El cristianismo se convirtió entonces en la religión del estado Romano. El Edicto de Tolerancia del emperador Constantino del año 313 d.C, puso punto final a la persecución de los cristianos y otorgó a todos plena libertad de profesar la religión de su preferencia. Sin embargo, tiempo después el emperador Teodosio hizo que la afiliación a la Iglesia Cristiana fuese obligatoria para todos. Esto atestó a la Iglesia de gente, lográndose su conversión a la fuerza, y en muchos casos, en contra de sus voluntades. No más conquistaría la iglesia por medios morales y espirituales, sino por la fuerza y respaldada por la autoridad del Estado. No debe sorprendernos pues que la soberbia, degradada y en muchos casos degenerada entrara en la iglesia. Tampoco nos debe sorprender que el desarrollo del carácter cristiano y el espíritu de Cristo se perdieran de vista. No llama a sorpresa que el espíritu de la iglesia (nominal) viniera a ser el espíritu del mundo. 

                 La adopción del cristianismo por parte del gobierno romano provocó alteraciones. La iglesia pasó a estar bajo el control del Estado. Se hizo necesario, por ejemplo, que la iglesia cambiase de actitud frente al servicio militar y los cargos políticos, permitiendo lo que antes vio con malos ojos. Asuntos doctrinales de la iglesia ahora se convirtieron en causa de preocupación para el Estado, el mismo que, por su propio beneficio, se interesaba en mantener su unidad. 

                 El acto de adoración cristiano, el mismo que en un principio era muy simple, se transformó en un suntuoso y elaborado ceremonial, comparable sólo con las prácticas paganas que paradójicamente creyó haber eliminado. Para simplificar la forzada conversión de las hordas de no cristianos en el imperio, la iglesia adoptó aquellas prácticas y celebraciones paganas que tenían un singular atractivo popular. Algunos historiadores ven en esto un inevitable proceso de amalgamiento que tuvo que soportar el cristianismo, especialmente con aquellas filosofías griegas y orientales que habían prevalecido por tanto tiempo. Fue ese un proceso que entrañó un compromiso muy serio de la pureza de la fe cristiana original. El resultado fue un estigma del cristianismo, uno contaminado con pensamientos y prácticas paganas; una desagradable mezcla de verdad y error.  

                 ¿Cómo se manifestó la influencia pagana dentro de la iglesia? Sus edificios se volvieron tan imponentes y magnificentes como los antiguos templos paganos. El énfasis fue puesto en la forma, el ritual y la ceremonia. Los festivales y las fiestas se hicieron frecuentes con el fin de captar el interés del común de la gente. Se instituyeron banquetes en honor a los muertos y su veneración fue estimulada. Reliquias de los mártires fueron preservadas y acariciadas como posesiones sagradas. Las imágenes de los santos fueron introducidas. Candelabros y flores se ofrecieron a estos así como comida. Se puso mucho énfasis en la veneración de María. Los servicios se hicieron más elaborados y coloridos. Estos tenían precios. Las esculturas y las pinturas fueron añadidas a fin de servir de ayudas para la devoción

                 Irónicamente, a medida que la pureza interna y la santidad de la fe original se fueron perdiendo, externamente las iglesias se mostraban más ricas y espléndidas. El clero fue honrado, respetado y dado rangos de distinción. El obispo se convirtió en un gran personaje que controlaba y nombraba a su clero. La iglesia se alió con el Estado. La política y el dogmatismo iban de la mano y los emperadores hicieron cumplir los decretos conciliares o eclesiásticos...la misión de la iglesia se perdió de vista en medio de esta degradante alianza con el Estado. El cristianismo se convirtió en un espectáculo, una rama del Estado, una vana filosofía, una superstición, una fórmula

                 Ciertamente, la Iglesia Católica dista muchísimo de ser la misma que fundó Cristo hace casi dos milenios. No hay punto de comparación. Prácticamente parecen dos cristianismos diferentes y hasta opuestos. ¿Alguien puede creer que la Iglesia Católica es Apostólica? Sí---¡El que desconoce la historia de la iglesia cristiana!

Sucesión Apostólica de los Papas:

                 Examinemos ahora con más detenimiento otro aspecto de la creencia católica que se dice emana de la iglesia cristiana del primer siglo. Nos referimos a la enseñanza de que línea sucesoria de los ‘Papas’ puede ser trazada históricamente hasta San Pedro mismo. Este es considerado como uno de los cuatro dogmas básicos de la fe católica, siendo prominentemente enarbolado en la vanguardia de las afirmaciones de esa iglesia. Por esta razón el tema es de suficiente trascendencia como para merecer una consideración aparte. Otra vez nos dirigiremos a los registros de la historia a fin de que ella nos informe sobre los hechos que necesitamos conocer. 

                 La lista oficial de ‘Papas’ mantenida por la Iglesia Católica se inicia con San Pedro y se extiende en una sucesión no interrumpida hasta el papa actual. Dejando de lado a Pedro por el momento, debe llamarnos la atención el hecho de que todos los nombres ofrecidos como Papas para los cinco primeros siglos corresponden en realidad a meros obispos de Roma

                 Inmediatamente surge la pregunta, ¿Calificaron en realidad estos primeros obispos de Roma para ostentar el título de ‘Papas’? Dicho en otras palabras, ¿Fueron ellos reconocidos, cada uno a su turno, como el “Papa Universal” gobernando sobre la entera Iglesia Cristiana? La resonante respuesta de la historia es “NO”. El proceso por el cual el obispo de Roma alcanzó la autoridad sobre la entera congregación fue muy lento a la vez que amargamente impugnado a medida que avanzaba en ese sentido. Y el mismísimo concepto de que el obispo Romano debiera ejercer esa autoridad suprema, nunca ha sido universalmente reconocido por la ‘Iglesia’. 

                 No hay indicio alguno que muestre que los obispos de Roma del primer siglo se hayan considerado a sí mismos como las Cabezas gobernantes de la iglesia. Sus cartas o epístolas mantienen un locuaz silencio al respecto. No fue sino hasta bien entrado el segundo siglo, que los primeros signos de la política de dominio de la iglesia de Roma se dejó notar.                 

                 Durante ese periodo, los obispos romanos intentaron ejercer indebida influencia sobre los demás obispos en relación a la observancia de la Semana Santa. Aniceto (154-168 d.C), por ejemplo, intentó imponerse en este asunto por sobre Policarpo, obispo de Esmirna, pero fue finalmente resistido. Víctor I (190-202 d.C) fue igualmente rechazado por Polícrates, obispo de Efeso, cuando aquél intentó dictar a las iglesias de Oriente. Víctor fue también reprendido por Ireneo, un compañero obispo de occidente, por tratar de extender su autoridad de esa manera. Así, en cada caso donde el obispo romano trató indebidamente de extender su influencia hacia otra provincia, se tuvo que enfrentar con la oposición del obispo vecino, quien claramente dejó sentada su propia e independiente autoridad. 

                 En el tercer siglo, Tertuliano de Cartago, uno de los más prominentes ‘padres’ de la iglesia temprana, consideró a Calixto I (218-223 d.C) un usurpador porque se hizo llamar “Obispo de obispos”; éste fue el primero en basar su pretensión en Mateo 16:18. La autoridad de Esteban I (253 d.C-257 d.C) fue disputada por Cipriano, obispo de Cartago, quien sostenía que cada obispo era supremo sólo en su propia diócesis.

                 Tan tarde como el cuarto siglo hallamos evidencia indisputable en el sentido que ningún supuesto Papa había sido reconocido hasta ese momento como ‘Cabeza’ de la Iglesia. Fue más bien Constantino, el convertido Emperador Romano, el que sí se consideró a sí mismo como aquella única ‘Cabeza’. Fue responsable de convocar el Primer Concilio Mundial de la iglesia en Nicea en 325 d.C., el mismo que presidió personalmente. Uno de los actos de ese Concilio fue otorgar a los obispos de Alejandría y Antioquia completa jurisdicción sobre sus respectivas provincias. Gradualmente, sin embargo, simultáneamente con la división del Imperio Romano, Constantinopla vino a ser reconocida como líder de la Iglesia de Oriente y Roma la correspondiente líder de Occidente. 

                 Situémonos en la mitad del quinto siglo y dirijamos nuestra atención a León I (440-461 d.C), considerado por algunos historiadores como el primer Papa. Ciertamente fue el primero en obtener reconocimiento del emperador Valentiniano II a su pretensión de ser el primero entre todos los obispos. No obstante, el Cuarto Concilio Mundial de la Iglesia, reunido en Calcedonia en 451 d.C., acordó reconocerle al Patriarca de Constantinopla igual autoridad que al Patriarca de Roma, negándose así a reconocer la pretendida señoría de León sobre la totalidad de la Iglesia.

                 Gregorio I (590-604 d.C) apareciendo al final del siglo sexto, es generalmente considerado por la mayoría de los eruditos como el primer Papa real de la historia. Su control de todas las iglesias de Italia, España, Galia, e Inglaterra fue indiscutido. Si bien no pretendió jurisdicción alguna sobre la Iglesia de oriente, su influencia se dejó sentir allí. 

                 Así, por medio de un breve bosquejo, nos hemos podido remontar a los comienzos del poder Papal tal como está inequívocamente registrado en las páginas de la historia. Hemos visto que, más de cuatrocientos años de la Era Cristiana mediaron antes que al obispo de Roma se le diera reconocimiento real alguno  como ‘Cabeza de la iglesia’. Esto coloca la aparición del primer Papa Católico por lo menos cuatrocientos años después de la fecha que las autoridades de aquella iglesia quisieran hacernos creer. Demuestra, otra vez, el porqué los protestantes no pueden estar de acuerdo con la afirmación de que la Iglesia del primer siglo fue Católica.  

La Adoración a la Virgen María (Mariolatría):

                 El elemento de la fe católica que claramente la aleja del protestantismo es el énfasis que aquella pone sobre la “veneración” de la virgen María. Los protestantes quedan generalmente perplejos al tratar de entender el porqué María se ha vuelto tan universalmente querida, ocupando un lugar especial en el corazón de los católicos. Estatuas e imágenes de ella en todas partes lo ponen en evidencia. En sus pensamientos y devociones los católicos le dan a María un lugar sublime. Dirigirse a ella por medio de largos rezos se ha vuelto algo tan natural como el dirigirse a Dios mismo. Amor, dedicación y servicio son dirigidos a ella en forma abundante y de todo corazón.

                 La explicación católica detrás de tal honor y “veneración” a María es bastante simple: “...porque ella es la Madre de Dios, y consecuentemente sobrepasa (a todos los ángeles y otros santos) en gracia y gloria y en su poder de intercesión...María es designada “Reina de los ángeles” y “Reina de todos los santos” porque los ángeles y los santos la miran a ella y honran como su reina.

                 En el rosario encontramos a los católicos repetir: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”. Una oración vespertina dice así: “Recurrimos a tu patronato, oh santa Madre de Dios. No desdeñes nuestras súplicas en tiempos de necesidad, pero líbranos de todo peligro, oh siempre gloriosa y bendita virgen.”

                 Los protestantes, por supuesto están familiarizados con esto y aceptan la narración bíblica respecto a María. Ellos creen que ella fue una doncella pura y recta, escogida por Dios para convertirse en la madre de Jesús. Como tal, creen que es digna de recibir honor y estima, así como de ser considerada “bendita”, según las Escrituras (Lucas 1:48). María tiene también un lugar en el corazón de los protestantes, pero sólo al grado que permiten las Escrituras. 

                 Debemos dar un vistazo más de cerca al título “Madre de Dios”. Esta expresión como tal no se halla en la Biblia, ni describe toda la verdad del asunto. Todos concordarán en que María fue la madre de Jesús. Pero Jesús es siempre denominado el “Hijo de Dios” y nunca es identificado como el Dios Todopoderoso o el Padre Celestial. No fue el Creador del universo “quien es desde la eternidad hasta a eternidad” a quien María dio a luz ( Salmo 90:2), sino al humano niño Jesús. Así se ve que el título “Madre de Dios”, expresa un serio error, pues El que existe y nunca tuvo comienzo ni fin es eterno, y no podría haber nacido de alguien que fuese producto de su misma creación.

                 La Inmaculada Concepción es un dogma que nada tiene que ver con la impecabilidad del bebé Jesús, como algunos protestantes han erróneamente inferido. Más bien se refiere al nacimiento de su madre, María. En su pronunciamiento, el Papa dijo que la bendita virgen María en el primer instante de su concepción y como un singular privilegio y gracia otorgada por Dios, en Vista de los méritos de Jesucristo, el salvador de la raza humana, fue preservada exenta del pecado original.” 

                 Autoridades católicas admiten fácilmente que no pueden hallar sustento en las Escrituras para este dogma: “Ninguna prueba categórica o rigurosa del dogma puede extraerse de la Escritura...” De lo que no se percatan es que la enseñanza de la Biblia claramente lo refuta y no provee base alguna para sostener dicha opinión. 

                 Tomando a la raza humana en su conjunto, encontramos que sólo Adán y Eva fueron perfectos, siendo creados como tales directamente por Dios. Debido a su desobediencia, aquella perfección duró muy poco. Pero no fueron ellos solos condenados, sino toda su progenie aún no nacida. Las Escrituras nos dicen: “Por la ofensa de un solo, juicio vino sobre todos los hombres...” (Romanos 5:18). Nótese que dice el versículo “todos los hombres”, y esto incluye a María, la madre de Jesús. También hay otro pasaje que dice: “Todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23). Y finalmente, “no hay un solo justo sobre la tierra que haga el bien y no peque.” (Eclesiastés 7:20). Como vemos, todos estos bíblicos demuestran que María no estaba exenta de pecado, aunque sea “venial”.

                 Sólo de Jesús se dijo: “No pecó, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22), mas esto mismo no se dice de María, su madre. Además, no hallamos indicio alguno que indique que ella fuese preservada sin mancha del pecado original. Al contrario, cuando leemos en Lucas la anunciación de María dada por el ángel de Dios, ella responde: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi SALVADOR” (Lucas 1:46,47). Aquí vemos que María se regocija en su Salvador. Pero, ¿Por qué tendría que necesitar María su Salvador, si fue exenta de pecado? Sólo los pecadores se regocijan en su Salvador (Mateo 1:21).

                 Otra creencia respecto a María y que los protestantes han tenido dificultad en aceptar es la referida a su perpetua virginidad. Aquí también parece existir suficiente evidencia de las Escrituras para refutar esta idea, no habiendo razón alguna para sostenerla. Mateo 1:24,25 lee: “Entonces José...hizo como el ángel del Señor le había ordenado; tomó a su mujer, pero no se unió a ella hasta que dio a luz a su primogénito.” Ciertamente aquí parece haber una clara implicación de que después que Jesús hubo nacido, María y José vivieron una vida matrimonial normal juntos. De hecho, con el devenir de los años, varios niños, tanto hombres como mujeres nacieron de María, como se enumera en Marcos 6:3: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y de José y de Judá y Simón, y no están sus hermanas todas con nosotros?

                 Se ha argumentado que la palabra ‘hermano’ en la Biblia puede significar ‘primo’. Tal vez en algunos casos puede ser verdad, pero no en éste. La razón es ésta: Leemos en Lucas 8:19-21 lo siguiente: “Entonces su madre y sus hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud. Y se le avisó, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. El entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen”. Nótese que Jesús dice que aquellos que oyen la palabra de Dios se constituyen en sus hermanos ---¡hermanos de Jesús! Pero si decimos que ‘hermano’ significa ‘primo’, entonces los que oyen la palabra de Dios y la hacen, se convierten en “primos de Jesús”---¡Qué absurdo! ¿No es más lógico que se conviertan como en sus hermanos espirituales, que implica una relación más íntima y estrecha? Además, Jesús aclaró el asunto cuando dijo: “...porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, Y TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS” (Mateo 23:8). Les estaría diciendo a TODOS sus oyentes que eran TODOS entre sí “PRIMOS”? ¡Vamos, creo que nadie lo creería!

                 Finalmente, ¿qué de malo tendría que José tuviese intimidad sexual con su esposa María?¿Acaso no fue Dios mismo quien instituyó la primera unión marital, y la bendijo? Es claro que las relaciones sexuales dentro del matrimonio no sólo son una bendición sino también algo santo. Los protestantes creen que José se casó con María y que no la “conoció (sexualmente hablando) HASTA QUE dio a luz a su primogénito Jesús”. (Leer Mateo 1:24,25). Este “hasta que” es muy significativo, pues significa que después del “hasta que” sí tuvo relaciones con su esposa. ¿Se imagina usted al saludable José no teniendo relaciones con su esposa legítima por toda una vida? ¡Por favor!.  El Catolicismo tiene al matrimonio como un “sacramento”, al cual defiende a capa y espada como algo santo e indisoluble. ¿Cómo entonces el catolicismo se va a oponer a una vida marital completa (incluyendo la sexual) en el caso de José y María, como si fuera un pecado o una degradación? Los protestantes no lo llegan a comprender aún.

                 Otra creencia católica sobre María que abiertamente contradice a la Biblia, bajo el punto e vista protestante, es aquella que dice que María “ascendió al cielo en cuerpo  alma”. No obstante, esta creencia católica no halla sustento o base en la Biblia sino sólo en los dogmas humanos de la Iglesia Católica. Puede decirse, con toda seguridad, que a través de la Biblia no hay la más mínima sugerencia de que María se le mostró preferencia por encima de los apóstoles u otros santos, en recibir su recompensa celestial antes que los demás. Más bien la Biblia nos dice que TODOS los fieles creyentes en Cristo tendrán que esperar juntos el tiempo de su “cambio” en la PRIMERA RESURRECCIÓN, al ocurrir la segunda venida de Cristo ---en persona--- al mundo (Leer 1 Tesalonicenses 4:15-17; 1 Corintios 15:51,52). Insistir, pues, que María fue llevada al cielo en cuerpo y alma, resulta ser algo totalmente ajeno a las Escrituras. Además, no fue sino unas cuantas décadas atrás, que el Papa de turno pronunció el dogma de la Asunción de María, el cual era totalmente desconocido por los católicos por un espacio de 13 siglos (siglo VI-siglo XIX).

                 Esto nos lleva a la consideración del rol de María como intercesora, una creencia que universalmente inspira a los católicos a llamarla por ayuda en sus tiempos de necesidad. Los católicos creen que en esta capacidad María tiene el poder de interceder con Jesús a favor de aquellos que ponen su confianza en ella. Los católicos creen que ella es nuestra Mediadora...entre los hombres y su Hijo. Ellos le oran, no para que ella bajo su autoridad o por algún recurso propio, pueda darnos gracias y bendiciones, pero para que ella pueda suplicar en nuestro favor ante su Divino Hijo, quien a su vez intercederá por nosotros ante Aquel que es la fuente de cada bien y don perfecto.                

                 A fin de que esta creencia en los poderes especiales de María amerite aceptación, deberíamos esperar algunas cosas de las Escrituras. Primero, sería muy conveniente si hubiese una enseñanza directa que sustentase este asunto explicando el papel de María como “intercesora” para nosotros. Segundo, sería de ayuda si aquella nos mostrase que las oraciones deben ser dirigidas a María y son apropiadas porque obedecen al deseo de Dios. Y tercero, deberíamos esperar una afirmación de que es mejor para los cristianos no dirigirse directamente a Jesús, sino más bien confiar el asunto primero a María y en su habilidad de interceder por nosotros.

                 Pero, ¿Qué es lo que hallamos en las Escrituras, la Biblia? Respecto a afirmaciones explícitas directas que confirmen el papel intercesor de María, no hallamos nada. Lo único que se usa para apoyar esta doctrina y que “aparentemente” tiene sustento bíblico, es una declaración que, como más adelante veremos, no tiene nada que ver con el asunto.

                 De otro lado, hay hechos específicos en la Biblia que son ineludibles. No sólo no dijo Jesús que los creyentes deberían de aproximarse por medio de María su madre u otro santo, sino declaró muy enfáticamente que todos deberían hacerlo directamente a él: “Vengan a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” (Juan 14:6). “Al que a mi viene,... no le echo fuera.” (Juan 6:35,36).

                 Si bien el término intercesora no es usado ni una vez para describir a María, sí lo es para describir la obra de Jesús con sus seguidores, “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” (Romanos 8:33,34). “Puede (Jesucristo) también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Hebreos 7:25).

                 Otra vez en el asunto de ofrecer oraciones, no hay nada que no sugiera que ellas debieran ser dirigidas a María o a cualquier otro santo. Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, él replicó, “vosotros pues oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos.” (Mateo 6:10). Sí, las oraciones deben ser dirigidas a Dios mismo, como se mostró en el ejemplo de Jesús cuando dijo: “Mas tú, cuando ores,...ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” (Mateo 6:6).         

                 Todos los creyentes en base a su fe en Dios y en su Hijo Jesucristo, tienen una relación muy personal frente al Padre. En cualquier momento y en cualquier circunstancia, tienen ellos este maravilloso privilegio de venir directamente al trono de  gracia celestial en busca del rostro del Padre. Pero siempre esto es hecho en la manera autorizada por Jesús; es decir, dirigiéndose en su nombre y por sus méritos. Sí, podemos venir directamente a Jesús por medio de responder a su benévola invitación, teniendo la plena seguridad de que seremos recibidos y bienvenidos. Por confiar en su obra de redención en nuestro favor por medio de Jesús, podemos dirigirnos al Padre Celestial y recibir la gracia que nos ayude en nuestros momentos de necesidad. (Hebreos 4:16).

                 No hay necesidad para que otra persona, no importa cuán merecedora y atractiva puede ser, intervenga en la comunión y compañerismo del creyente con Dios, aparte del Señor Jesucristo. Dejemos que las preciosas verdades de Jesús nos recuerden el legado libremente otorgado a todos sus discípulos: “Si permaneciereis en mí, y mis palabras permanecieren en vosotros, pedid todo o que queréis, y os será hecho...Para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” (Juan 15:7,16). 

                 Existe sólo un texto que los Católicos esgrimen para proveer alguna base para su creencia en los poderes de María. Se halla en Juan 2:1-11, el mismo que trata de cuando María llamó la atención de su hijo Jesús frente al hecho que no había suficiente vino en las bodas de Caná. Esto resultó en que nuestro Señor llevara a cabo su primer milagro, y por lo tanto, aquella ocasión es usada para ilustrar el rol de María como mediadora e intercesora. Pensamos que es un error citar este simple hecho, en el que Jesús accedió a un pedido de su madre y usarlo como base para elaborar una doctrina tan vital, respecto a la supuesta exaltada posición y papel distinguido de María en este respecto. Si este simple acto califica a ella para esta posición, ¿por qué no podrían otros que fueron también así favorecidos calificar para el mismo honor?. De repente el mismo Centurión Romano podría ser un Mediador también, dado que Cristo le respondió a su solicitud de curar a su sirviente enfermo (Mateo 8:1-13).

                 También la iglesia Católica sostiene que la veneración a María es una práctica tan antigua como la iglesia misma, y por el otro sus propios eruditos nos dicen todo lo contrario. Note esta clara afirmación de la Enciclopedia Católica: “No hallamos ningún vestigio claro del culto a la Santísima virgen María en los primeros siglos del cristianismo”. (“La Devoción a la Bendita Virgen María”, xv, 459-464).

                 A pesar de toda la evidencia en su contra, la noción de que la veneración a María era popular en el cristianismo temprano ha sido inculcada por la Iglesia para justificar su práctica. Pero, otra vez, las declaraciones honestas de sus propios eruditos ponen en claro que la “evidencia respecto a la popular práctica de los primeros siglos falta casi totalmente.” Si su origen no se conoce y las supuestas evidencias en su apoyo no son tales, ¿Cómo puede la iglesia Católica afirmar tan alegremente que aquella práctica estaba firmemente establecida en la iglesia del primer siglo

                 Los Católicos mismos han reflexionado mucho sobre esta inconsistencia, hallando sólo vagas especulaciones donde apoyarse: “No es imposible que la práctica de invocar a la madre de Cristo por ayuda se hubiese vuelto popular entre los fieles menos instruidos algún tiempo antes que apareciera una expresión clara de ella en los escritos de los Padres...En las pinturas de las catacumbas más particularmente empezamos a notar la excepcional posición que ella empezó a tener desde temprano en el pensamiento de los fieles. Algunos de estos frescos...se cree, datan de la primera mitad del segundo siglo. Otros tres...son de un tiempo después...Más sorprendente es la evidencia de ciertos escritos apócrifos, notoriamente el llamado Evangelio según Santiago.”

                 Detengámonos a reflexionar sobre todo esto por un momento. Aún de fuentes católicas, no hallamos ninguna razón que justifique esta creencia. Se ha llegado a afirmar que siempre existió dentro de la iglesia, aunque hoy es abiertamente admitido que nunca hubo evidencia que la apoye. Para los primeros doscientos años se ha tenido que recurrir a las varias obras de arte halladas en las catacumbas las que, supuestamente, representan la veneración a María por parte de los primeros cristianos. Que esta es una muy endeble forma de pretender probar cualquier doctrina es llamada a nuestra atención por “San Agustín” mismo: “Así el caer en el más completo error fue la debida recompensa de los hombres que buscaron a Cristo y sus apóstoles, no en las Sagradas Escrituras, sino en las paredes pintadas.” (Villa, Manuel Pérez, Yo Encontré el Camino Antiguo. Chicago: Moody Press, 1958, pág. 23)

                 No sólo los Padres de los primeros siglos fallan en dar su apoyo a la doctrina de la inmaculada concepción de María, sino lo más sorprendente de todo es que encontramos que aún algunos de los Papas hablaron en contra de ella: “El Papa Inocencio III declaró que Eva fue formada sin culpabilidad y traída al mundo sin pecado. Y el Papa León I añadió que entre los hombres sólo Cristo era inocente, porque sólo él fue concebido y dado a luz sin concupiscencia’, Gregorio el Grande dice la misma cosa”. (Villa, Manuel Pérez, Yo Encontré el Camino Antiguo. Chicago: Moody Press, 1958, pág. 42).

                 Una de las más tempranas referencias a un específico acto de veneración dirigido a la virgen María la encontramos en los escritos de San Epifanio (403 d.C). Este ‘Padre’ de la iglesia no sólo menciona la ofrenda de tortas en sacrificio a María, lo cual fue llevado a cabo por una oscura secta llamada Coliridianos, pero específicamente denuncia a los tales por hacerlo. Su consejo a estos cristianos fue: “Dejen que María sea tenida en honra. Dejen que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo sean adorados, pero que nadie adore a María.” (“Devoción a la Bendita Virgen María “, xv, 459-464).

                 En realidad, no fue sino hasta el inicio de la Edad Media que se desarrolló una “autorizada aceptación de la devoción a María como parte integral de la vida de la iglesia. Es difícil precisar fechas para la introducción de diversas fiestas, pero...la celebración de la asunción, anunciación, natividad, y purificación de Nuestra Señora, puede ser rastreada a este período.

                 No fue sino hasta finales de la Edad Media que la veneración a María se convirtió en una práctica universal de la iglesia. “Fue característica de ese período, el cual para nuestro presente propósito puede ser considerado como empezando en el año 1,000 d.C, que el profundo sentimiento de amor y confianza en la Bendita Virgen, el mismo que hasta ahora se había expresado vagamente y de acuerdo a la urgencia de la piedad de los individuos, empezó a tomar cuerpo en una vasta variedad de prácticas devocionales. En todo caso, el homenaje dado a Nuestra Señora durante el final de la Edad Media llegó a ser universal.” (“Devoción a la Bendita Virgen María”, xv, 459-464).             

                 Durante muchos siglos y antes del advenimiento del cristianismo, las religiones paganas habían honrado no sólo a una variedad de dioses, sino también de diosas. Uno bien puede imaginarse el conflicto de ideologías que acompañó al ascenso del concepto monoteísta Judeo-Cristiano. Los escritores cristianos del primer siglo vigorosamente protestaron contra los errores de la adoración politeísta y especialmente, contra “la costumbre pagana de elevar a hombres al rango de dioses o semidioses.” (K.S. “Los Primeros Cinco Siglos, Una Historia de la Expansión del Cristianismo, N.Y.: Harper and BROS., 1937, p.319). Sin embargo,  al tiempo que la iglesia tardía del cuarto siglo comprometía gravemente su pureza doctrinal, como se ha detallado en una sección anterior en esta obra, María, los apóstoles, los mártires y ángeles, fueron sustituidos por los dioses y diosas paganos, en un esfuerzo por facilitar la conversión forzada de hordas de no creyentes.

                 “Frecuentemente las divinidades y héroes paganos, ligeramente transformados o disfrazados, persistieron bajo nombres cristianos o fueron desplazados por sustitutos del cristianismo. Con frecuencia ocurría que un lugar o templo pagano resultaba ser apropiado para fines cristianos. Por ejemplo, el culto a la virgen Diana bien pudo haber contribuido a la veneración de la virgen María y bien pudiese ser más que una mera coincidencia el hecho que una de las primeras Iglesias en honrar a María apareciese en Efeso, lugar del famoso templo a Diana, así como el que en esa misma ciudad en 431 d.C, se llevase a cabo un sínodo designando oficialmente a María como la madre de Dios”.

                 “Se dice que en algunos lugares de Italia, los antiguos Lares fueron reemplazados por las figuras de Cristo Jesús, la virgen y los santos. Presumiblemente bajo tales circunstancias, algunas de las funciones asignadas a los antiguos fueron transferidas a sus sucesores. Se dice que en Sicilia la virgen tomó posesión de todos los santuarios de Ceres y Venus y los ritos paganos asociados con ellos son reportados como habiéndose perpetuado en parte en honor a la Madre de Cristo. En Nápoles, lámparas ardientes frente a la imagen de la virgen se dice que reemplazaron a aquellas frente a los dioses de la familia. En Nápoles también, el popular culto a la Madonna es conjeturado como procedente de aquel dado a Vesta y a Ceres. Se conjetura que las figuras de Isis y Horus sugirieron la forma de la imagen de la virgen.” (K.S. Los Primeros Cinco Siglos, Una Historia de la Expansión del Cristianismo, N.Y.: Harper and BROS., 1937, pág. 325).

El Problema de las Imágenes en la Iglesia Católica:                  

                 Un aspecto del culto Católico que muchos protestantes consideran cercano a lo supersticioso y sacrílego es aquél relacionado con la veneración de imágenes. La posición oficial establecida por el Concilio de Trento en 1543 dice así: “El santo Sínodo manda que las imágenes de Cristo, la virgen Madre de Dios y otros santos sean retenidas y guardadas especialmente en iglesias, que el debido honor y reverencia deberán serles tributados, no porque se piense que alguna divinidad o poder resida en ellas, o que se les pueda pedir algo o que se confíe en imágenes...pero debido a que se sobreentiende que el culto va dirigido a los prototipos que estas representan, al besarlos, descubrirnos o arrodillarnos delante de la imágenes estamos en realidad adorando a Cristo y honrando a los santos cuyas semblanzas están representadas en ellas.” (“Veneración de Imágenes”, vii, Págs 664-672).

 

                 Aquí es donde los Católicos hallan dificultad en armonizar las enseñanzas de su iglesia con las claras afirmaciones de la Biblia. Compare el siguiente punto de vista católico con el Segundo Mandamiento de los bien conocidos Diez Mandamientos: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso.” (Éxodo 20:4,5).

                 Estos versículos son tan claros, y las instrucciones tan explícitas, que por muchos años la Iglesia Católica ha sido reacia en darlas a conocer. En los catecismos oficiales es práctica común agrupar los primeros dos mandamientos bajo el mismo encabezado general de primer mandamiento. El número total de mandamientos se mantiene igual por medio de dividir el Décimo Mandamiento en dos partes (Deharbe, Rev. Jos, S.J. Catecismo Abreviado de Doctrina Cristiana. N.Y. Fr. Pusted & Co., 1901, págs 22-29). Haciendo esto se logró restarle importancia al Segundo Mandamiento, e incluir sólo una parcial cita del mismo junto con el entero Primer Mandamiento. Así, muchos católicos que confían en su catecismo para entender a Biblia, son impedidos de conocer lo que Dios piensa sobre el hacer y honrar imágenes. Instamos a nuestros lectores a verificar esto por medio de comparar cuidadosamente el listado de los Diez Mandamientos tal como aparecen en el capítulo veinte de Éxodo, con aquel contenido en cualquier catecismo católico.

                 Cuando se confronta a las autoridades católicas con el íntegro del Segundo Mandamiento, tal como aparece en la Biblia, ellos ofrecen diferentes explicaciones. Dos de ellas son sugeridas al pie de la página correspondiente a este versículo en la versión Douay en inglés: La primera dice que este versículo sólo prohíbe imágenes que son hechas con el propósito de ser adoradas como  Dios, implicando que las imágenes que reciben un menor grado de adoración están permitidas. La otra explicación es que en el Antiguo Testamento las imágenes fueron expresamente autorizadas a permanecer en la casa de Dios, tal como se muestra en el arreglo del Tabernáculo Judío.

                 La primera ya fue contestada, pues como hemos visto, la Biblia sólo tolera un tipo de adoración---la verdadera adoración a Dios y a Cristo. Las siguientes son afirmaciones de otras autoridades católicas que nos ayudan a confirmar lo anterior: “El primer mandamiento parece prohibir en absoluto el hacer cualquier tipo de representación de hombres, animales o plantas...a la gente no sólo se le prohíbe adorar imágenes o rendirles servicio sagrado, sino inclusive, el hacer cualquier tipo de imagen o semejanza... a diferencia de naciones que la rodeaban, Israel debía adorar a un Dios invisible...cualquier intento por representar gráficamente a Dios de Israel era considerado como abominable idolatría. Excepto por las cabezas humanas de los querubines, no leemos nada respecto a estatuas de hombres, presentes en el culto del Antiguo Testamento. En este punto al menos, el judío pareció entender el mandato que le prohibía hacer tales imágenes”. (“Veneración de Imágenes”, VII, págs 664-672).                      

                 Al estudiar cuidadosamente el asunto nos enteramos que los israelitas, en términos generales, NUNCA VIERON ESTOS QUERUBINES. A pesar de vivir alrededor del tabernáculo, a ellos nunca se les permitió entrar en él. Una alta cerca de lino les impidió ver dentro del atrio que rodeaba al tabernáculo. De hecho, sólo el Sumo Sacerdote le era permitido entrar dentro del compartimiento conocido como el ‘santísimo’ a fin de llevar a cabo los ritos propios de su función sacerdotal. Tampoco fueron los querubines diseñados para ser adorados, sino más bien, para representar ciertos atributos del Dios Todopoderoso, cuya gloria llenaba el ‘santísimo’.Así, este nuevo intento por defender la adoración de imágenes sobre la base de la Escritura (La Biblia) ha resultado fútil.

                 Las autoridades católicas siempre se cuidan en señalar que cuando promueven la veneración de imágenes, lo hacen no porque piensen que algún poder sobrenatural esté presente en ellas, sino porque ayudan a recordar a las verdaderas personas que aquellas representan. Pero otra vez notemos cuán contrario es esto a las enseñanzas de la Biblia. Como ha sido verificado, el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios prohibió el hacer y poseer cualquier tipo de imagen, sea de falsos dioses, hombres o aun de Dios mismo. Esto es resaltado en Deuteronomio 4:15-18 donde se dice que Dios adrede se refrenó en darse a mostrar en forma alguna a los israelitas, no dándoles algo que les permitiese hacer un ídolo de él.

                 “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal...figura de pez.” (Deuteronomio 4:15-18). Así, Dios no sólo prohibió la veneración idolátrica de imágenes y falsos dioses, sino que igualmente expresó su disgusto de que se hiciera una imagen del Dios verdadero. ¡Como si fuese posible hacerlo!       

                 Observe cómo las palabras de Pablo revelan que la ira de Dios se enciende contra aquellos que insisten en hacer tales imágenes o representaciones del Dios verdadero. “Porque la ira de Dios se revela en el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido, profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria de Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles...ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos, Amén.” (Romanos 1:19,21-23,25).

                 El Segundo Mandamiento de la Ley de Dios, en su forma completa tal como se presenta en la Biblia, no deja lugar para excepciones o compromisos. Cuando se les confronta a los católicos con la rotundez de este mandamiento, el único camino que les queda para justificarse es simplemente el rechazarlo por completo aseverando que fue una ordenanza judía no obligatoria para los cristianos de hoy. Dicen: “La cláusula: ‘No te harás para ti mismo ninguna imagen sagrada’, etc.,...no corresponde a una ley natural, ni nadie puede probar qué de malo hay en sí mismo en hacer una imagen, por lo tanto es una ley positiva de origen divino pero de la Antigua Alianza y no aplica a los cristianos...fue una vez y para siempre revocado por la promulgación del evangelio.

                 No obstante, otra vez debemos definir este punto de vista como carente de apoyo en la Biblia. Jesús dijo: “No piensen que vine a destruir la Ley o los profetas: No vine a destruir sino a cumplir.” (Mateo 5:17). Pablo dijo: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.”(Romanos 7:12). Reconocemos que la Ley Judía consistió de dos partes básicas, la moral y la ceremonial. Es cierto que la realización de los rasgos ceremoniales ha sido dejada de lado y no es obligatoria para los cristianos hoy. Pero los aspectos morales, representados por los Diez Mandamientos, continúan para siempre. Ciertamente, lo que fue santo, justo y bueno desde el punto de vista de Dios en relación a lo que es beneficioso para sus criaturas, continúa siéndolo. Por lo tanto, no debemos de tratar de usar tal razonamiento en un empeño por justificar la negligencia en observar este sencillo mandato de Dios.

                 Es difícil comprender cómo las autoridades católicas de un lado pudieran tener un claro entendimiento del porqué Dios prohibió a los Israelitas el hacer imágenes, y por el otro lado no apreciar que el mismo razonamiento resulta ser aplicable a los cristianos de hoy. Por ejemplo, el siguiente es su comentario sobre Éxodo 20:3-5, parcialmente referido anteriormente: “No sólo se le dice a la gente que no debe adorar imágenes y servirlas; no deberían aún hacerse imagen o semejanza alguna y pareciera ser que de nada en absoluto. Uno puede entender el porqué se necesitó en ese entonces un mandato de tal tipo. Si hubieran hecho estatuas o figuras, ellos probablemente hubieran terminado por adorarlas.” (“Veneración de Imágenes”, VII, 664-672).

                 Sí, los hechos recurrentes de la historia judía confirman esta suposición. Cuando los israelitas probaron ser infieles a Dios, y se hicieron imágenes, casi inmediatamente cayeron en el error de adorarlas y rendirles servicio sagrado. Pero preguntamos, ¿no es esto precisamente lo que ha ocurrido en los círculos católicos? Tome nota de los extremos a los que se llegó en el pasado por estimular la veneración de imágenes.

                 Uno debe admitir que justo antes del estallido iconoclasta, las cosas fueron bastante lejos en el asunto de la adoración de imágenes. Aún entonces era inconcebible que alguien, con la posible excepción de algún campesino ignorante, pensara que una imagen pudiese oír oraciones y responderlas. Y sin embargo la forma como algunos trataron a sus imágenes sagradas habla más por sí sola que lo que nos dicen las palabras de los católicos cuando se refieren al culto de imágenes.

                 “En primer lugar, las imágenes se han multiplicado a un grado enorme en todas partes; las paredes de las iglesias estaban cubiertas por dentro desde el piso al techo con imágenes,...colgaban en algún lugar preferencial en cada habitación, en cada tienda; cubrían copas, vestimentas, muebles, anillos; dondequiera hubiese un espacio este se le llenaba con una figura de Cristo, Nuestra Señora, o algún santo...Las imágenes eran coronadas con guirnaldas, inciensadas, y besadas. Lámparas ardían delante de ellas, himnos fueron entonados en su honor. Personas enfermas buscaban tocarlas a fin de ser sanadas, eran puestas en medio de un incendio o de una inundación a fin de que por una suerte de magia éstos fuesen controlados. De allí es fácil inferir que las oraciones estaban más bien dirigidas a las imágenes que a las personas que ellas representaban.” (“Veneración de Imágenes, VII, págs. 664-672).

                 Así, la tendencia natural del hombre por adorar aquello que es producto de sus manos, en vez de a Dios, no es menos problema hoy entre los cristianos que en la época de los judíos. ¿No es cierto acaso que estos fragmentos tomados de la historia dramatizan lo necesario que es prestar atención a los Mandamientos de Dios?

                 Si la historia va a hacer de algún valor para nosotros, ciertamente deberíamos tomar nota de las experiencias del pueblo de Dios del pasado. Recordemos que fue por esta misma razón---la hechura y la adoración de imágenes---que Israel fue despojado del favor de Dios y luego esparcido por todo el mundo: “Cuando ...hayáis envejecido en la tierra, si os corrompiereis e hiciereis escultura o imagen de cualquier cosa, e hiciereis lo malo ante los ojos de Jehová, para enojarlo...pronto pereceréis totalmente de la tierra...Y Jehová os esparcirá entre los pueblos y quedaréis pocos en número entre las naciones a las cuales os llevará Jehová.” (Deuteronomio 4:25-27).

El Papado: Origen, Intrigas, Corrupción, y Asesinatos:

                Los protestantes creen que el Papado no es Cristiano. Sus títulos paganos: “Santo Padre” y “Padre de padres” fueron usados en el mitraísmo para su líder máximo, y que fue una rama de los misterios babilónicos que llegó a Roma, vía Persia. El otro título de “Sumo Pontífice” nos recuerda al título pagano de “Pontifex Maximus” que usaban los Césares de la Roma pagana. Tampoco los protestantes están de acuerdo con los católicos, cuando éstos llaman al Papa: “Santo Padre”. Y es que para los protestantes cristianos, sólo hay un Santo Padre, y Ese es el Dios Padre. Jesucristo fue claro al decir: “Y no llaméis PADRE vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro PADRE, el que está en los cielos.” (Mateo 23:9).

               En cuanto a la infalibilidad Papal, la historia católica de los Papas está saturada de evidencias que contradicen esa creencia. Un ejemplo fue la condena Papal contra Galileo Galilei y su expulsión de la iglesia por afirmar que la tierra no era el centro de todo el universo, y que esta giraba alrededor del sol.

               Pero la prueba de que el Papado era todo menos santo es su vergonzosa historia entre los siglos VIII-XIV. Veamos algunos ejemplos que fueron ocultados por la Iglesia Católica y sacados a la luz en este siglo: El Papa Sergio II (904-911 d.C) quien obtuvo la oficina papal por medio del asesinato, y quien fuera llamado “el Papa Monstruo”. El Papa Juan XII (931-935 d.C) fue muy corrupto y no tenía respeto por las mujeres solteras, casadas o viudas. Éste fue asesinado por un marido celoso. El Papa Bonifacio VII (984-985 d.C) fue un ladrón, asesino y sucio. Envenenó al Papa Juan XIV y más tarde él mismo fue envenenado. El Papa Benedicto VIII (1012-1024 d.C) tomó el oficio papal por un chantaje. El Papa Benedicto IX (1033-1045 d.C) fue elegido Papa a los doce años por medio de arreglos monetarios. Más tarde, aún siendo joven, cometió crímenes, homicidios, y adulterios en pleno día. El Papa Inocencio XII (1194-1216 d.C) fue homicida de un millón de “herejes” al crear la “santa inquisición”. Después, El Papa Bonifacio VIII (1294-1303 d.C) practicó la brujería, llamó mentiroso e hipócrita a Jesús, dijo ser ateo, y negó la vida futura. Fue homicida y pervertido sexual. Durante el reinado de este vil Papa, Dante visitó Roma y la describió como “el alcantarillado de la corrupción” y puso a Bonifacio VIII (junto con el Papa Nicolás III y Clemente V) en “las profundidades del infierno.” El Papa Juan XXII (1410-1415 d.C) fue acusado por 37 testigos---obispos y sacerdotes en su mayoría--- de fornicación, adulterio, incesto, sodomía, hurto, y homicidio. Violó a 300 monjas. El Papa Sixto IV (1471-1484 d.C) tuvo dos hijos ilegítimos de su manceba Teresa a los cuales hizo cardenales. El Papa Inocencio VIII (1484-1492 d.C) tuvo 16 hijos de varias mujeres. El Papa Alejandro VI (1492-1521 d.C) ganó el papado con chantajes. Cuando era Cardenal y Obispo vivió en pecado con Vanezza de Catanei. Vivió en incesto con sus dos hermanas y con su propia hija. El 31 de Octubre de 1501 hizo una orgía sexual en el Vaticano. Sólo se preocupó por los intereses materiales para sus hijos y a ganar más territorios para su familia. El Papa Pablo III (1534-1549 d.C) siendo cardenal tuvo cuatro hijos, y en el día de su coronación celebró el bautismo de sus dos bisnietos. El Papa León X (1513-1521 d.C) fue Papa a los trece años y bendijo la m

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