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12.000 € al mes.
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Más el derecho a decidir hasta que edad trabajaremos los demás.
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Y hasta qué edad nunca trabajarán los más jóvenes.
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Y cuánto menos ganaremos todos.
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Y cuántas horas más.
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Y en qué condiciones.
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Y qué podrán hacer con nosotros los empresarios.
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Y qué tendremos que pensar, hacer y decir.
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Y qué comeremos y qué no.
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Y qué medicinas nos permitirán vender y qué hierbas no podremos coger ni consumir.
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Y si fumaremos dentro, fuera o haciendo el pino.
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Y a qué velocidad iremos hoy pero no mañana.
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Y qué cámaras nos vigilarán.
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Y qué escáneres de seguridad deberemos pasar.
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Y un largo, larguísimo etcétera etcétera de normas,
regulaciones, directivas, reglamentos; directivas que modifican otras y
reglamentos que modifican otros reglamentos. Cientos de miles de
páginas, en todos los idiomas, donde se regulan, normativizan y
controlan todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas.
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Y el que lo dude, que entre en las webs de los Parlamentos y eche una ojeada...
Y con tanto trabajo, ¿cómo es que se aburren tanto?
A lo mejor es que no son ellos
quienes lo deciden. Y es por eso que se aburren tanto. Quizá, los
pobres, no tengan nada que decidir: sólo acatar, asumir, obedecer, y
disimular.
Quizás cobran 12.000 al mes sólo por aparentar que deciden algo. Quizás es sólo eso lo que se les pide: ¡que aparenten decidir!
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