LUZBY BERNAL

jueves, 22 de marzo de 2012

El caso de Yitzahk Perlman

El caso de Yitzhak Perlman: sin cuerdas
Los músicos, los deportistas y otros interpretes que han llegado a dominar de verdad sus formas de arte son capaces de hacer cosas extraordinarias (y a menudo no ensayadas) al interpretar, ¿Por qué? Porque sus cuerpos y sus mentes ya no obstaculizan sus expresiones del espíritu de su arte. Por el contrario, experimentan la unidad del ser con su arte, con su público y con el milagro cabalístico de cada instante.
El siempre brillante violinista Yitzhak Perlman ejemplificó lo extraordinario en un recital inolvidable en el Lincoln Center de Nueva York. Al principio de una obra orquestal en la que el era solista, se le rompió una cuerda. Todo el mundo oyó que se partía, y la orquesta dejó de tocar. Normalmente un músico habría cambiado la cuerda. Se habría producido un comprensible retraso. En el caso de Perlman, la espera habría sido más prolongada. Víctima de una polio en su infancia, camina despacio y con esfuerzo –aunque de modo majestuoso-, con muletas y aparatos ortopédicos en las piernas. Deja las muletas en el suelo y se quita los aparatos ortopédicos antes de empezar a tocar. Habría tenido que volvérselos a poner y haber abandonado el escenario, y vuelto a salir después de efectuado el cambio.
En lugar de eso, hizo algo inimaginable. Se quedó sonde estaba, con el instrumento imperfecto, y asintió con la cabeza hacia el director para que volviera a empezar la pieza. Jack Reimer, un periodista del Houston Chronicle que estaba entre el público, escribió después: “Y tocó con tanta pasión, tanto poderío y tanta pureza como no se había escuchado antes. Por supuesto, cualquiera sabe que es imposible interpretar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas. Yo lo sé y usted también, pero esa noche Yintzhak Perlman se negó a saberlo […] Cuando terminó, se produjo un silencio impresionante en la sala. Y, acto seguido, la gente se levantó y lo aclamó. Hubo una salva extraordinaria de aplausos desde todos los rincones del auditorio. Estábamos todos en pie, gritando y vitoreando, haciendo todo lo que podíamos para demostrar lo mucho que habíamos valorado lo que había hecho”
Entonces Perlman dijo algo profundamente filosófico al público, y ante inolvidable como su interpretación: “A veces, corresponde al artista averiguar cuánta música se puede seguir tocando con lo que le queda, ¿saben?
Y aunque usted sea como la mayoría de nosotros, que no somos músicos ni deportistas de talla mundial, la enseñanza de Perlman se puede seguir aplicando. ¿A qué? A nuestra vida misma. Vivir bien es también una forma de arte y exige un mayor dominio que el de la música o el de los deportes. Esa es la gran lección que Jack Reimer y otros aprendieron en ese recital. Según las palabras de Reimer:”Así que tal vez nuestra tarea en este mundo inestable, desconcertante y tan cambiante en el que vivimos sea tocar música, al principio con todo lo que tenemos y, después, cuando eso ya no es posible, tocar música con los que nos queda.”
¡Sí! Y esta es la función de su espíritu: tocar esa música, incluso sin cuerdas.

Del libro Pregúntale a Platón de Lou Marinoff

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