Contemplar el Evangelio de hoy
Día litúrgico: Martes XIX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 18,1-5.10.12-14):
En una ocasión, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién es, pues,
el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, le puso en
medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como
los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se
haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y
el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.
Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que
sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que
está en los cielos. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se
le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve,
para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo
de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no
descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre
celestial que se pierda uno solo de estos pequeños».
Comentario:
Rev. D. Valentí ALONSO i Roig (Barcelona, España)
Rev. D. Valentí ALONSO i Roig (Barcelona, España)
No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños
Hoy,
el Evangelio nos vuelve a revelar el corazón de Dios. Nos hace entender
con qué sentimientos actúa el Padre del cielo en relación con sus
hijos. La solicitud más ferviente es para con los pequeños, aquellos
hacia los cuales nadie presta atención, aquellos que no llegan al lugar
donde todo el mundo llega. Sabíamos que el Padre, como Padre bueno que
es, tiene predilección por los hijos pequeños, pero hoy todavía nos
damos cuenta de otro deseo del Padre, que se convierte en obligación
para nosotros: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis
en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3).
Por tanto, entendemos que aquello que valora el Padre no es tanto "ser pequeño", sino "hacerse pequeño". «Quien se haga pequeño (...), ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). Por esto, podemos entender nuestra responsabilidad en esta acción de empequeñecernos. No se trata tanto de haber sido uno creado pequeño o sencillo, limitado o con más capacidades o menos, sino de saber prescindir de la posible grandeza de cada uno para mantenernos en el nivel de los más humildes y sencillos. La verdadera importancia de cada uno está en asemejarnos a uno de estos pequeños que Jesús mismo presenta con cara y ojos.
Para terminar, el Evangelio todavía nos amplía la lección de hoy. Hay, ¡y muy cerca de nosotros!, unos "pequeños" que a veces los tenemos más abandonados que a los otros: aquellos que son como ovejas que se han descarriado; el Padre los busca y, cuando los encuentra, se alegra porque los hace volver a casa y no se le pierden. Quizá, si contemplásemos a quienes nos rodean como ovejas buscadas por el Padre y devueltas, más que ovejas descarriadas, seríamos capaces de ver más frecuentemente y más de cerca el rostro de Dios. Como dice san Asterio de Amasia: «La parábola de la oveja perdida y el pastor nos enseña que no hemos de desconfiar precipitadamente de los hombres, ni desfallecer al ayudar a los que se encuentran con riesgo».
Por tanto, entendemos que aquello que valora el Padre no es tanto "ser pequeño", sino "hacerse pequeño". «Quien se haga pequeño (...), ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). Por esto, podemos entender nuestra responsabilidad en esta acción de empequeñecernos. No se trata tanto de haber sido uno creado pequeño o sencillo, limitado o con más capacidades o menos, sino de saber prescindir de la posible grandeza de cada uno para mantenernos en el nivel de los más humildes y sencillos. La verdadera importancia de cada uno está en asemejarnos a uno de estos pequeños que Jesús mismo presenta con cara y ojos.
Para terminar, el Evangelio todavía nos amplía la lección de hoy. Hay, ¡y muy cerca de nosotros!, unos "pequeños" que a veces los tenemos más abandonados que a los otros: aquellos que son como ovejas que se han descarriado; el Padre los busca y, cuando los encuentra, se alegra porque los hace volver a casa y no se le pierden. Quizá, si contemplásemos a quienes nos rodean como ovejas buscadas por el Padre y devueltas, más que ovejas descarriadas, seríamos capaces de ver más frecuentemente y más de cerca el rostro de Dios. Como dice san Asterio de Amasia: «La parábola de la oveja perdida y el pastor nos enseña que no hemos de desconfiar precipitadamente de los hombres, ni desfallecer al ayudar a los que se encuentran con riesgo».
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