Las relaciones de pareja.
La mayoría de la gente inicia una relación con las miras puestas en lo que puede sacar de ella.
Pero
hete aquí que el objetivo de una relación es decidir qué parte de ti
mismo quisieras ver “descubierta”; no qué parte de la otra persona
puedes capturar y conservar.
Sólo puede haber un objetivo para las relaciones, y para toda la vida: SER Y DECIDIR QUIEN REALMENTE SOS.
Resulta
muy romántico decir que tú no eras “nada” hasta que llegó esa otra
persona tan especial; pero eso no es cierto. Y, lo que es peor, supone
una increíble presión sobre esa persona, forzándola a ser toda una serie
de cosas que no es.
Como no quiere “desengañarte”, trata con gran
esfuerzo de ser y hacer todas esas cosas, hasta que ya no puede más. Ya
no puede completar el retrato que te has forjado de él o de ella. Ya no
puede desempeñar el papel que le has asignado. Entonces surge el
resentimiento. Y después la cólera.
Finalmente, para salvarse a sí
misma (y a la relación), esa otra persona especial empieza a recuperar
su auténtico YO, actuando más de acuerdo con Quien Realmente Es. Y en
ese momento es cuando vos decís que “realmente, ha cambiado”.
Resulta muy romántico decir que, ahora que esa otra persona especial ha entrado en tu vida, te sientes completo.
Pero
el objetivo de la relación no es tener a otra persona que te complete,
sino tener a otra persona con la que compartir tu completud.
He aquí
la mayor paradoja de todas las relaciones humanas: no necesitás a una
determinada persona para experimentar plenamente Quienes Sos, y... sin
otro, no sos nada.
Aquí radica a la vez el misterio y el prodigio, la
frustración y la alegría de la experiencia humana. Requiere un
conocimiento profundo y una total voluntad vivir en esta paradoja de un
modo que tenga sentido. Y muy pocas personas lo logran.
La
mayoría de nosotros iniciamos nuestras relaciones en los primeros años
de madurez, con esperanza, plenos de energía sexual, con el corazón
abierto de par en par y el alma alegre e ilusionada.
En algún momento
entre los cuarenta y los cincuenta años (y muchos de nosotros quizás
antes), renunciamos a nuestro más magnífico sueño, abandonamos nuestra
más alta esperanza, y nos conformamos con nuestras menores expectativas;
o a veces con nada en absoluto.
El problema es sumamente básico,
sumamente sencillo; y, sin embargo, trágicamente mal interpretado:
nuestro más magnífico sueño, nuestra más alta idea y nuestra más
acariciada esperanza se había referido a nuestro amado OTRO, en lugar de
a nuestro amado YO. La prueba de nuestras relaciones se había referido
al hecho de hasta qué punto el otro se ajustaba a nuestras ideas, y en
qué medida considerábamos que nosotros nos ajustábamos a las suyas.
Sin embargo, la única prueba auténtica se refería al hecho de hasta qué punto nosotros nos ajustábamos a las nuestras.
Las
relaciones son sagradas porque proporcionan la más grandiosa
oportunidad en la vida - en realidad, la única oportunidad - de crear y
producir la experiencia de tu más elevado concepto de TI MISMO. Las
relaciones fracasan cuando las considerás la más grandiosa oportunidad
de crear y producir la experiencia de tú más elevado concepto de OTRO.
Si
dejás que, en una relación con otra persona, cada uno se preocupe de Sí
mismo: de lo que Uno mismo es, hace y tiene; de lo que Uno mismo
quiere, pide, obtiene; de lo que Uno mismo busca, crea, experimenta...
todas las relaciones servirán magníficamente a este propósito, y a
quienes participen en ellas.
Dejá que, en la relación con otra persona, cada uno se preocupe, no del otro, sino sólo y únicamente de Sí mismo.
Parece
una enseñanza extraña, ya que siempre nos han dicho que en la forma más
elevada de relación uno se preocupa únicamente del otro. Pero yo te
digo esto: es el hecho de centrarte en el otro -de obsesionarte con el
otro- lo que hace que las relaciones fracasen.
¿Qué es el otro? ¿Qué hace? ¿Qué tiene? ¿Qué dice, quiere o pide? ¿Qué piensa, espera o planea?
No
importa lo que el otro sea, haga, tenga, diga, quiera o pida. No
importa lo que el otro piense, espere o planee. Sólo importa lo que vos
hagas en relación con ello.
La persona que más ama es la persona que está más centrada en Sí misma.
Si
no te amás a vos mismo, no podés amar a otro. Mucha gente comete el
error de tratar de amarse a Sí mismo a través de amar a otro. Por
supuesto, no se dan cuenta de lo que hacen. No se trata de un esfuerzo
consciente, sino de algo que se da en la mente, a un nivel muy profundo,
en el inconsciente.
Piensan: “Si puedo amar a otros, ellos me amarán
a mí. Entonces seré alguien digno de ser amado, y, por lo tanto, Yo me
amaré a mí mismo”.
El reverso de esto es que muchas personas se odian a sí mismas porque piensan que no hay nadie que las quiera.
Se
trata de una enfermedad; es el verdadero “mal de amores”, pues lo
cierto es que sí hay otras personas que les quieren, pero no importa. No
importa cuánta gente manifieste su amor hacia ellos; nunca será
suficiente.
Cuando realmente los querés, en primer lugar, no
creen en ti. Piensan que tratás de manipularlos, que tratás de sacar
algo de ellos. (¿Cómo podrías quererlos por lo que realmente son? No!!.
Debe haber un error. ¡Seguro que querés algo más! Entonces ¿qué es lo
que querés?).
Se cruzan de brazos, tratando de comprender cómo
alguien puede realmente quererlos. Así, no te creen, y emprenden una
campaña para hacer que se lo demuestres cada día. Tenés que demostrarles
que los querés. Y, para hacerlo, pueden pedirte que empieces a cambiar
TU conducta.
En segundo lugar, si finalmente llegan a creer que
los querés, inmediatamente empiezan a preocuparse acerca de cuánto
tiempo lograrán mantener tu amor. Así, con el fin de conservarlo,
empiezan a cambiar SU conducta.
De este modo, dos personas se
pierden a sí mismas - literalmente - en la relación. Inician la relación
esperando encontrarse a sí mismas, y, en lugar de ello, se pierden a sí
mismas.
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