LUZBY BERNAL

sábado, 4 de junio de 2011

Escuelas bilingües ISRAEL

Escuelas bilingües, receta contra el  sectarismo étnico y religioso en Israel



La red de escuelas
bilingües "Yad Be 
Yad" (De la mano) 
da a luz este mes a
la primera 
generación de un
singular proyecto
que busca sembrar 
semillas de paz 
entre
judíos y árabes por medio del conocimiento 
mutuo y fomentar la integración en la dividida sociedad.
"Cada judío que estudia aquí sabrá que un árabe no 
es una amenaza, que no es un monstruo con el que no 
se puede tratar", dice Yazen Jalef, de 17 años y para 
quien la principal contribución de su colegio es que 
borra "los estereotipos que como árabe tenía de los
judíos, y viceversa".
Miembro de la comúnmente conocida como "minoría 
árabe-israelí", Jalef integra la primera generación de 
alumnos que se gradúa de la escuela tras doce años 
de estudios.
"Estas cosas pequeñas son las que traerán cosas más 
grandes (…) como la paz", agrega con un sentido de 
responsabilidad social inusual en otros jóvenes de 
su edad.
Un millar de judíos y palestinos, todos israelíes,
comparten aula en esta red creada en 1997 por 
iniciativa de dos educadores -uno judío y otro 
árabe- que decidieron "ser parte de la solución y 
no del problema", según Ira Kerem, jefe de 
relaciones públicas de la llamada en árabe "Id ba-Id".
"Decidieron enseñar a los niños, desde una
temprana edad, a no odiarse, sino a respetarse
y ser amigos", puntualiza sobre la esencia del 
proyecto, que ha recibido el apoyo de donantes
privados y los gobiernos de EEUU, Gran Bretaña, 
Holanda y Suiza.
Una ayuda fundamental para hacer frente a los altos
costes de una iniciativa que para abrirse paso tiene 
que dotar cada aula de primaria con dos maestros -uno 
de cada grupo étnico- y duplicar actos y ceremonias
para respetar a cada comunidad.
Como escuela concertada, explica, "el Ministerio de
ÇEducación sólo paga la mitad del profesorado".
Por las características del alumnado de sus cinco 
centros y los objetivos de la red, Yad Be-Yad emerge 
en entornos geográficos en los hay una masa crítica
de población judía y árabe suficientemente grande, y 
donde puede contribuir a que la sociedad israelí supere
una de sus asignaturas pendientes: el sectarismo
étnico y religioso.
Con las contadas excepciones de Jerusalén, Haifa,
Ako (San Juan de Acre), Yafo y algunas 
otras, la sociedad


israelí suele estar repartida entre localidades judías y árabes, entre barrios laicos y seculares, y entre cuatro tipos de escuelas estatales: laica, religiosa, ultraortodoxa-judía y árabe.
Una división que hace sesenta años intentaba garantizar el respeto y la tolerancia hacia todas las comunidades y minorías, pero que con el transcurso del tiempo se ha convertido en una trampa mortal.
Ha perpetuado un sentimiento separatista que aflora con rapidez en el tan común 
esquema "nosotros-ellos" con el que los adolescentes, 
independientemente de si son judíos o árabes, suelen
hablar de otros de su edad.
"Yo no quiero que mis hijos vivan las experiencias 
que yo tuve, todo el tiempo con el miedo en el 
cuerpo al judío", declara Kifah Harshid, una madre
árabe-israelí que tiene escolarizados a dos de sus 
hijos en el centro de Jerusalén, el más grande de
la red con 530 alumnos desde preescolar hasta
bachillerato.
Dalit, arqueóloga judía con un niño de seis años 
en el mismo centro, "no ve ninguna otra solución,
más que la educación" a los problemas sociales
y políticos.
Una educación que no está ausente de unos
dilemas y obstáculos que se agudizan conforme
los niños se convierten en adolescentes.
Paradójicamente, los más fáciles son los de 
carácter político, para los que Yad Be-Yad aplica 
una desarrollada técnica de diálogo, respeto y 
tolerancia que sella en sus alumnos el lema de
"permitido discrepar, prohibido pelear".
Estrategia que, sin embargo, no resuelve los 
problemas de integración que afloran en la 
adolescencia cuando chicos y chicas descubren
la sexualidad.
En lo que es una excepción a la regla, Dalit, la
madre judía, asegura sin ambages no tener ningún
problema con que su hijo le trajera una novia
palestina.
"Aprendería a cocinar las recetas de su madre", 
afirma sobre si se diera el caso.
Tampoco lo tiene Kifah, la madre palestina, quien 
sin embargo reconoce que "no le sería fácil" y que
"hay aún ciertas diferencias y mis hijos y otros niños
árabes entienden que no todo está permitido".
Otro punto de inflexión, político y social a la vez,
lo ha experimentado la primera generación de 
alumnos en los últimos dos años, cuando sólo los
adolescentes judíos recibieron sus convocatorias
de alistamiento para el ejército, circunstancia
que en los próximos meses separará a quiénes
han reído y jugado juntos desde la guardería. 
EFE AURORA ISRAEL

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