Una vida plena hasta la vejez. Parte I.
La
persona entra en años; sin embargo, el ser viejo es el acuñamiento de un
rasgo de carácter nacido de una forma errónea de pensar y de actuar.
Aceptar
la edad significa: no volverse viejo. El volverse viejo comienza con el
quejarse mucho de lo penosa que es la vida terrenal.
Ser joven
no es sólo una etapa en el ciclo de vida de una persona, sino que es una
postura interna que no está sujeta ni a un tiempo ni a una edad
determinados. Que la persona sea joven o mayor en años, no es lo
decisivo; depende de qué es lo que hace la persona con su vida. Eso es
lo que cuenta y lo que revela cuán joven es ella anímicamente.
El
desarrollo de la vida terrenal depende de los pensamientos de la
persona. Pues, tal como la persona piensa, así será a más tardar en la
vejez.
Quien sólo gira en torno a sí mismo, es viejo, no importa cuántos años cuente su vida terrenal.
Quien
en la juventud y en la mitad de la vida reflexiona conscientemente
sobre valores más elevados en la vida, aspirando también a ellos, en la
vejez seguirá siendo dinámico y juvenil.
Un consejo a los jóvenes: ¡No os dejéis llevar!
Quien
desee permanecer espiritualmente despierto y activo hasta en la edad
avanzada, no debe dejar de aprender, y sobre todo, no tiene que perder
de vista la meta de vida que uno se ha propuesto, porque lo que vale es:
¡Adelante, siempre adelante! Así, la meta a la que uno aspira va
tomando cada día más forma.
El paso interno decisivo para el
desarrollo de nuestra vida terrenal, sea en la juventud, en la mitad de
la vida o en la vejez, es el reconocimiento de que toda la vida terrenal
es un aprendi-zaje. Quien deja de aprender, no puede madurar
espiritualmente.
La vida es para el ser humano y para el alma una
constante evolución. Un aprender que desem-boque en una nueva y más alta
forma de pensar y de obrar, de más alcance, mantiene vivo al espíritu y
joven al cuerpo.
La persona, sea joven o vieja, debería luchar
por hacerse consciente de que la vida terrenal sólo es la fase previa
hacia una vida más elevada, y que el fallecer sólo es el paso a otra
forma de existencia, que a su vez significa vida. El beneficio vital,
del que hablan jóvenes y viejos, no reside en las múltiples
distracciones de los sentidos, sino en las metas y en los pasos hacia
una vida con una ética y moral más elevadas.
Aprender significa
obtener claridad en sí mismo en la orientación hacia una meta de vida
más elevada, y cumplir luego aquello que uno ha reconocido. Esto aporta
seguridad interna, libertad interna, y la fuerza para seguir avanzando.
Vivir
conscientemente significa aprender conscientemente a afirmar cada etapa
de la vida y sacarle provecho espiritual. Pues la calidad de vida más
elevada, que se puede seguir desarro-llando y ampliando cuando uno va
entrando en años, no sólo depende de los años, sino de la postura
espiritual de la persona. Quien haya dejado de trabajar en sí mismo,
tampoco desarro-llará valores éticos y morales, y tampoco dará buenos
frutos para aportarlos a la sociedad.
Sólo la vida verdadera, vivida, tiene significado, no así el placer por la vida terrenal.
También
la edad madura nos ofrece muchas, muchas posibilidades, sobre todo
cuando se va retirando el apremiante afán de subir hacia lo alto en el
terreno profesional. Cuando el afán de querer y desear discurre por
cauces más tranquilos y la edad exige una mayor tranquilidad de ánimo,
más de uno puede descubrir sus aptitudes y disposiciones hasta entonces
latentes y desarrollar sus talentos ocultos, para, si lo desea, ponerlos
a disposición de sus semejantes.
Vida es Dios. La vida verdadera, vivida, nos resguarda en la vejez de debilidades, de la soledad y del ser viejos.
¡Quitémonos
de encima lo viejo! Ahora vale: ¡Adelante, hacia nuevos horizontes! Lo
que significa: ¡Demos nueva forma a nuestra vida!
Si conseguimos
considerar este cambio en nuestra existencia como una oportunidad para
cambiar de perspectiva, seguro que pronto se nos ocurrirán posibilidades
de dar a nuestra vida un sentido nuevo y bueno. Buenos propósitos
durante mucho tiempo albergados y cuya realiza-ción se veía
obstaculizada por las circunstancias, tal vez pueden ser realizados
ahora. Si nos lo proponemos seriamente, pronto emergerá esperanza y la
confianza en que más de una cosa cambiará para mejor.
Nosotros
mismos tenemos en las manos las riendas de nuestra vida y de nuestro
destino. ¡Aprovechemos la nueva oportunidad! Merece la pena, no sólo
para el aquí y el ahora, no sólo para esta vida terrenal. Muchas cosas
pueden aún cambiar –entre otras cosas también podemos cambiar nosotros
mismos. Así usted experimentará cuánta alegría y felicidad produce el
contri-buir desinteresadamente a la alegría de otras personas.
El
contenerse y ser discreto y estar desinteresadamente a favor y por otras
personas es una virtud que podría practicarse y perfeccionarse
especialmente en la edad avanzada. Tan pronto como la persona de edad lo
haya reconocido, esto se convertirá en su postura básica, y así tendrá
en sus manos la llave de una vida plena –también en la edad avanzada. Y
la vida le «recom-pensará» a su manera: como hemos dicho, adquirirá
mucha, mucha vida. Pues el seguir siendo útil a los demás en la edad
madura es un ejercicio que da riqueza interna, especialmente a las
personas de edad.
Aspiremos a permanecer espiritualmente
flexibles. Esto es posible por medio de un aprender consciente, pues
cada día nos pone ante nuevas tareas. Quien diga un sí a ellas a partir
de la fi-delidad interna hacia la vida, también las superará. Pues Dios
es en todo la ayuda, el consejo, la respuesta, la solución, y Él
ciertamente sabe conducir a Sus hijos humanos.
El reconocimiento
temprano de que sólo somos huéspedes en la Tierra no se contentará con
las costumbres antiguas y despreocupadas que se apoderan de muchas
personas. Quien sea consciente de ello, siempre tendrá la mirada
dirigida hacia el interior, al fondo del alma, donde vive Dios, teniendo
la certeza de que Dios es amor, belleza, pureza, justicia; Él es la
vida eterna. A partir de esta certeza, la sabiduría, la persona que
tenga en cuenta la regla de oro para la vida obtendrá su beneficio para
la vida: lo que no quieres que te hagan a ti no se lo hagas tampoco tú a
nadie. Dios está siempre dispuesto a atendernos, a cada uno de
nosotros, pues somos Sus hijos.
Quien llena su vida terrenal con
las reglas para la vida de Jesús, el Cristo, puede decir: la vida es
imperecedera. En Cristo soy vida eterna.
En realidad ninguna persona está sola. Dios, el Espíritu de nuestro Padre eterno, está en noso-tros.
Quien
es consciente de esto, no es pusilánime; no se entrega a las
debilidades de lo humano inferior. Desde la consciencia de la fuerza
eterna, del amor y de la sabiduría, exigirá de sí lo más elevado. Esto
le capacitará para servir a sus semejantes y a Dios y para llevar a cabo
las obras del amor a Dios y al prójimo. La fuerza, el amor y la
sabiduría de Dios le asistirán en todas las situaciones de la vida.
Una persona que se atiene a la regla de oro para la vida, tiene en sus manos las llaves de la verdadera vida.
La
inmundicia que se ha amontonado como un obstáculo en el camino de
nuestra vida, será eli-minada con el arrepentimiento, la purificación, y
el no volver a hacer lo mismo, de manera que el Espíritu eterno, que es
el amor, nos puede asistir y conducir.
¡Pidamos ayuda a Cristo! Él,
que ama a cada uno de nosotros y que con tanto agrado quiere ayu-dar a
cada cual, apoyará con toda seguridad nuestros movimientos positivos,
así como quiere Dios, y animará las finas sensaciones de nuestra elevada
imagen de existencia interna. Sin em-bargo, la decisión de dar el paso y
el cambiar lo necesario, reside y está en manos de cada uno, en la
persona misma. Cristo nunca intervendrá en nuestro libre albedrío, que
es un componente esencial de nuestra herencia eterna.
Hagámonos
conscientes de lo siguiente: El miedo a cualquier enfermedad es el
camino a la enfermedad. Por eso deberíamos acostumbrarnos a llenar
nuestro corazón con la confianza en Dios, el Eterno, y a liberarnos de
miedo, de envidia y de pensamientos de odio.
¡Ten valor!
Dirígete diariamente –si es posible, varias veces al día–, al infinito
Espíritu del amor y de la misericordia en ti. Él conoce tus asuntos. Él
conoce tus puntos débiles y los fuertes. Reza y confíate a Él. El eco
que llega desde el fondo de tu alma es libertad, alegría, pureza y
nobleza de sentimientos. Esa es la repuesta de Dios. El miedo que
teníamos hasta ese momento ante lo ve-nidero, a la soledad, a
dificultades y problemas, se convierte en acogimiento, que a su vez
fluye desde lo más interno, del Eterno, que tiene en Sus manos tu vida;
es el Padre de la eternidad.
http://www.universelles-leben.org/cms/es/quienes-somos/el-mensaje-de-la-verdad/una-vida-plena-hasta-en-la-vejez.html
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