Esclavos de nuestras preocupaciones
Cuenta una historia árabe, que un rico mercader salió a vender su mercancía con doce camellos. En la noche, a la hora de atarlos, se dio cuenta de que sólo tenía once estacas. Por esto tuvo que simular delante del animal que clavaba la estaca y lo amarraba a ella. Al amanecer todos los camellos estaban en su lugar.
Al reempreder la marcha, el camello no quería caminar. Entonces el mercader tuvo que simular que lo desamarraba.
La libertad y la esclavitud no sólo están en las cadenas y estacas, sino en la mente, muy dentro del ser humano. Si piensas que eres libre o esclavo, lo serás, “si piensas que estás vencido, ya lo estás” (C. Bernard).
“El reino de Dios está en ustedes” (Lc 17,21). El poder de Dios y su verdad está muy dentro de nosotros, en la mente y en el corazón. Todos los recursos que necesitamos están en nuestra mente, sólo hace falta creer y todo sucederá según se piense y se crea.
San Francisco de Sales, con su gran experiencia de persecución y sufrimiento, decía a quien padecía: “No te preocupes... El mismo Padre eterno que cuida de ti hoy... te cuidará mañana... y todos los días de tu vida. Tu Padre te protegerá contra el sufrimiento y el mal... Tu Padre te dará infaliblemente el valor necesario para llevar tu cruz y superar la dificultad”.
El rabí de Berditchev vio a un hombre que marchaba de prisa por la calle, sin mirar a derecha o izquierda. “¿Por qué te apuras tanto?”, le preguntó. “Voy de trás de mi sustento”, replicó el hombre. “¿Y cómo sabes, continuó el rabí, que tu sustento corre delante de ti, de modo que tienes que apurarte tras él? Tal vez esté detrás de ti y todo cuanto necesites para encontrarlo sea quedarte quieto. ¡En cambio así estás huyendo de él!”.
Las prisas no nos dejan vivir. Muchos contemporáneos desean conseguir la felicidad en plenitud y de inmediato. Nuestra época es algo impaciente: esperar es algo imposible. El conocido eslogan: “Lléveselo ahora y pague mañana”, es la traducción popular y comercial de esta disposición de la mente.
La preocupación nace, en la mayoría de las ocasiones, de los fracasos del pasado y de las sombras que se agigantan del futuro. Poniendo la mirada en el pasado turbio, la persona se desanima; mirando el futuro, sin esperanza, la persona se angustia, no vive con entusiasmo lo único que tiene, el presente.
Es imposible vivir sin confianza. La única vía hacia la felicidad es la de ser un hombre, una mujer, de adviento: alguien que escucha más que hablar, alguien que sabe, sobre todo, que para Dios nada es imposible. La falta de confianza en Dios y en los otros no nos deja vivir ni dormir.
A. Palacio Valdés tiene una narración en la que, a principios del siglo pasado, un indiano natural de Asturias regresaba de “recorrer las Américas”. Traía consigo todos sus ahorros y a un antiguo y fiel criado suyo. Una vez en la península, tuvieron que pernoctar en una posada situada en pleno monte.
Después de haber cenado y acomodado el caballo, se retiraron a descansar. Pero el indiano astur notó algo raro en la mirada y en la actitud del criado. De pronto le entraron sospechas de que éste tramaba algo para apoderarse de su tesoro. Tras unos momentos de reflexión, se acercó al criado y le dijo:
“Fulano, mira, he observado no sé qué de malo en la mirada y en la expresión del posadero. Me da la corazonada de que apetece los ahorros, el dinero que llevamos. Así es que vamos a vigilar bien durante toda la noche. Toma mi pistola y vigila, mientras yo duermo tres horas. Luego me despiertas y yo velaré otras tres, ¿estamos?”.
El criado tuvo un sobresalto. Estaba emocionado, enternecido, arrepentido de su mal pensamiento. El indiano astur se dio cuenta del cambio interior de su sirviente y así se dispuso a dormir tranquilo. El criado le dijo: “Descuide, mi amo, todo irá bien; déjelo de mi cuenta”. Y tanto corrió de su cuenta, que dejó dormir toda la noche a su amo.
Una preocupación, un mal pensamiento, puede esclavizar nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser, atándonos a un tormento en el sueño y en la vida. Es bueno dejar todo en las manos de Dios. No podremos ser felices mientras no derrumbemos las murallas que rodean nuestro yo, mientras no nos abramos al misterio de los otros, si no llegamos a contemplar en profundidad los acontecimientos pasados y presentes de nuestra existencia. Dios está presente en ella.
Al reempreder la marcha, el camello no quería caminar. Entonces el mercader tuvo que simular que lo desamarraba.
La libertad y la esclavitud no sólo están en las cadenas y estacas, sino en la mente, muy dentro del ser humano. Si piensas que eres libre o esclavo, lo serás, “si piensas que estás vencido, ya lo estás” (C. Bernard).
“El reino de Dios está en ustedes” (Lc 17,21). El poder de Dios y su verdad está muy dentro de nosotros, en la mente y en el corazón. Todos los recursos que necesitamos están en nuestra mente, sólo hace falta creer y todo sucederá según se piense y se crea.
San Francisco de Sales, con su gran experiencia de persecución y sufrimiento, decía a quien padecía: “No te preocupes... El mismo Padre eterno que cuida de ti hoy... te cuidará mañana... y todos los días de tu vida. Tu Padre te protegerá contra el sufrimiento y el mal... Tu Padre te dará infaliblemente el valor necesario para llevar tu cruz y superar la dificultad”.
El rabí de Berditchev vio a un hombre que marchaba de prisa por la calle, sin mirar a derecha o izquierda. “¿Por qué te apuras tanto?”, le preguntó. “Voy de trás de mi sustento”, replicó el hombre. “¿Y cómo sabes, continuó el rabí, que tu sustento corre delante de ti, de modo que tienes que apurarte tras él? Tal vez esté detrás de ti y todo cuanto necesites para encontrarlo sea quedarte quieto. ¡En cambio así estás huyendo de él!”.
Las prisas no nos dejan vivir. Muchos contemporáneos desean conseguir la felicidad en plenitud y de inmediato. Nuestra época es algo impaciente: esperar es algo imposible. El conocido eslogan: “Lléveselo ahora y pague mañana”, es la traducción popular y comercial de esta disposición de la mente.
La preocupación nace, en la mayoría de las ocasiones, de los fracasos del pasado y de las sombras que se agigantan del futuro. Poniendo la mirada en el pasado turbio, la persona se desanima; mirando el futuro, sin esperanza, la persona se angustia, no vive con entusiasmo lo único que tiene, el presente.
Es imposible vivir sin confianza. La única vía hacia la felicidad es la de ser un hombre, una mujer, de adviento: alguien que escucha más que hablar, alguien que sabe, sobre todo, que para Dios nada es imposible. La falta de confianza en Dios y en los otros no nos deja vivir ni dormir.
A. Palacio Valdés tiene una narración en la que, a principios del siglo pasado, un indiano natural de Asturias regresaba de “recorrer las Américas”. Traía consigo todos sus ahorros y a un antiguo y fiel criado suyo. Una vez en la península, tuvieron que pernoctar en una posada situada en pleno monte.
Después de haber cenado y acomodado el caballo, se retiraron a descansar. Pero el indiano astur notó algo raro en la mirada y en la actitud del criado. De pronto le entraron sospechas de que éste tramaba algo para apoderarse de su tesoro. Tras unos momentos de reflexión, se acercó al criado y le dijo:
“Fulano, mira, he observado no sé qué de malo en la mirada y en la expresión del posadero. Me da la corazonada de que apetece los ahorros, el dinero que llevamos. Así es que vamos a vigilar bien durante toda la noche. Toma mi pistola y vigila, mientras yo duermo tres horas. Luego me despiertas y yo velaré otras tres, ¿estamos?”.
El criado tuvo un sobresalto. Estaba emocionado, enternecido, arrepentido de su mal pensamiento. El indiano astur se dio cuenta del cambio interior de su sirviente y así se dispuso a dormir tranquilo. El criado le dijo: “Descuide, mi amo, todo irá bien; déjelo de mi cuenta”. Y tanto corrió de su cuenta, que dejó dormir toda la noche a su amo.
Una preocupación, un mal pensamiento, puede esclavizar nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser, atándonos a un tormento en el sueño y en la vida. Es bueno dejar todo en las manos de Dios. No podremos ser felices mientras no derrumbemos las murallas que rodean nuestro yo, mientras no nos abramos al misterio de los otros, si no llegamos a contemplar en profundidad los acontecimientos pasados y presentes de nuestra existencia. Dios está presente en ella.
Tomado de “Con sabor a vida”. Paulinas
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