LUZBY BERNAL

lunes, 31 de enero de 2011

FRAGMENTO DE PAPINI.-

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Una imposible mañana de invierno,en una estación muy conocida, un hombre que no conozco -de sobretodo, con dosvioletas en el ojal- quería demostrarme que los hombres son felices, que lavida es grande, que el mundo es hermoso. Yo lo escuchaba con interés,sacudiendo a cada momento la ceniza de mi cigarrillo que el viento consumía sinque nunca lo llevara a la boca. Lo escuchaba sonriendo y el hombre que noconozco se acaloraba cada vez más y del humor pasaba al sentimiento, alentusiasmo y al delirio. La fuga de sus palabras rápidas, fluyentes, firmes,como si hubieran sido fundidas en ese instante, acuñadas de nuevo en algúnsitio hacía poco tiempo, me llenaba de una ebriedad muy similar a la queprovoca el champaña. Algo picante y saltarín, un deseo de abrazar y de llorar,de danzar, de reír de improviso...

En cierto momento su voz me dijo:

-Medite, señor, medite en la grandeza del progreso que se desarrolla bajonuestros ojos; en el progreso que lleva a los hombres desde el pasado hasta elfuturo, desde lo que ya no es más hasta lo que todavía no es, de lo que serecuerda a lo que se espera. Los salvajes no prevén el futuro, no piensan en elporvenir; no prevén ni proveen. Pero nosotros, hombres civilizados, hombresnuevos, vivimos para el futuro y a merced del futuro. Nuestra vida entera setiende hacia lo que debe venir, está construida en previsión de lo queocurrirá. Nuestros hombres consagran el presente al mañana (siempre, porquetodo presente pasa al mañana que pasará), respetuosa y valerosamente.

“Este enorme progreso del espíritu profético es lo que hace desvanecer lospeligros, lo que pone en nuestras manos las fuerzas, lo que hace descubrirnuevas posibilidades, lo que nos vuelve dueños de la tierra, del mar y delcielo y de una cosa que vale más que todo eso, oh señor: ¡de nosotros mismos!”

Pero en ese momento un tren expreso llegó a la estación. Su estruendo solemneen el cruce de las vías, su breve silbato, decidido, irritado, interrumpieronel discurso del Hombre que no conozco. Cuando el tren se calmó y no se oyeronmás que sordos bufidos de la locomotora y los viajeros escaparon, el Hombrequiso todavía continuar pero yo me anticipé:

-Señor Hombre -le dije-, este tren que acaba de llegar, ¿no le ha sugerido nadaque se relacione con nuestra circunstancia? ¿No ha entendido su respuesta?¿Quiere que se la repita yo, humilde traductor, ya que puedo traducir el idiomade los trenes y de muchas otras cosas? Hasta hace pocos minutos este trencorría a una velocidad media de ochenta kilómetros por hora, pequeño mundoapiñado e iluminado a través del campo solitario y neblinoso. Y he aquí que depronto se detiene y los habitantes de esta pequeña ciudad en fuga handesaparecido y el maquinista se seca la frente con aire poco satisfecho. Las ruedasse han detenido perezosamente sobre los rieles y los vagones vacíos y oscurosañoran las charlas de los pasajeros y las valijas multicolores. Así termina unafuga cuando se viaja sobre rieles. Pero dejemos el tren y volvamos a loshombres. En este momento se me ocurre algo absurdo y se lo digo a usted, señorHombre, y lo digo porque no hay aquí multitudes que puedan escucharme. Siestuvieran aquí todos los que yo deseo, les diría:

“Imaginen, humanos, una cosa imposible, absurda, loca, increíble y espantosa.Imaginen que todo el mundo se detuviese de improviso, en un instante dado, yque todas las cosas permanecieran en el sitio en que estaban y que todos loshombres se volvieran inmóviles, como estatuas, en la actitud en que estaban enese instante, en la acción que se hallaban ejecutando... Si esto ocurriera y sia pesar de todo ello continuara todavía funcionando en los hombres elpensamiento, y pudieran recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estabanhaciendo, y pudieran examinar todo lo que realizaron desde su nacimiento ymeditar en lo que deseaban realizar antes de morir, ¡imagínense cuántadesesperación ardería bajo el trágico silencio de ese mundo detenido deimproviso!

“No sé si tendrán el valor de escuchar lo horrible que sería. Esfuércense porunos instantes en ver a todos estos hombres inmovilizados mientras se hallabandedicados a su tarea, anhelantes detrás de sus sueños, instigados por sussucias pasiones, rudamente empujados por sus deseos. Véanlos esparcidos por elmundo, como suspendidos por una catástrofe que los trasmutara en fantochespensantes, en estatuas desesperadas. Véanlos en las más repugnantes posicionesy en las más ridículas, en las más cansadoras y en las más estúpidas. He aquíal hombre sorprendido en medio de un pesado sueño con la boca semiabierta comoun cadáver borracho; al hombre en el acto amoroso, extendido como una bestiajadeante sobre la mujer de párpados cerrados; al hombre que robaba en lastinieblas con falsa mirada y la lámpara que nunca más se apagará; al juezvestido de negro que dispensa el infierno y la sangre desde su alto sitial; almiserable que se arrastra por el fango de la ciudad buscando un hueso y unamoneda; a la mujer que sonríe lascivamente con su rostro empolvado, en posturainsinuante; al mercader de manos huesudas que gesticula para lograr diezcentavos más; al campesino afanado con la aguijada en la mano tendida hacia losinmóviles bueyes; al elegante orador detenido en medio de una sonrisa y de uncumplido; al soldado que se hallaba con la bayoneta calada ante una puertacerrada, y al homicida que preparaba sus venenos en una buhardilla, y al obrerosoñoliento curvado sobre las enormes máquinas grasientas, inmóviles ysiniestras, y al científico que no puede separar el ojo cansado del microscopiodonde han interrumpido su danza los monstruos invisibles... “Imaginen ahora, sisus ánimos resisten, pensamientos de todos estos hombres condenados en un mismoinstante ante la conciencia de su muerte. ¿Creen ustedes que habrá un solohombre -uno solo, ¿entienden?-, uno solo que esté contento y satisfecho de esemomento en que el destino lo ha vuelto inmóvil? ¿Creen que para uno solo deestos hombres sería ése el momento de Fausto, el momento hermoso que querríamosdetener, fijar y conservar para la eternidad? ¡Ustedes no creen realmente esto,no pueden creerlo!

“El señor Hombre -usted, aquí presente, delante de mí- ha dicho una gran ytremenda verdad. Los hombres piensan en el futuro, viven para el futuro,consagran perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros. Todo hombreno vive más que para aquello que prevé, aguarda y espera. Toda su vida estáhecha de manera que cada instante tiene valor para él solamente en cuanto élsabe que ese instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora quevendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, deideales, de proyectos, de expectativas; todo su presente está hecho depensamientos en torno a su futuro. Todo lo que es, lo que está presente, nosparece oscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nosotros nos consolamossolamente pensando que todo este presente no es sino un prólogo, un largo yaburrido prólogo, a la hermosa novela del porvenir. Todos los hombres, lo sepano no, viven gracias a esta fe. Si de pronto se les dijese que dentro de unahora todos morirán, todo lo que hacen y lo que hicieron no tendría para ellosningún placer ni sabor ni valor algunos. Sin el espejo del futuro la realidadactual parecería torpe, sucia, insignificante. Sin el mañana que permiteesperar los desquites, las victorias, las ascensiones, las promociones y losaumentos, las conquistas y los olvidos, los hombres no consentirían más enseguir viviendo. Sin el lejano perfume del mañana no querrían comer el negropan del hoy.

“Piensen, pues, en estos hombres detenidos de pronto, que no pueden actuar máspero que todavía piensan. Imaginen a estos hombres prisioneros de un eternohoy, sin la liberación de la conciencia. ¿Qué pensarán estos hombres? ¡Quédolor atroz debe roer sus vísceras y amputar sus nervios! Inmóviles en susposiciones vergonzosas y delictivas, tristes e idiotas, sin posibilidades deesperanza, sin luz de sueños, sin dulzura de proyectos, con las alastronchadas, las piernas atadas, las manos encadenadas, como una enorme multitudde prisioneros al estilo de Miguel Ángel, reducidos a las ataduras de sus vidasmezquinas, melancólicas, repugnantes; ataduras de esa vida que soportabansolamente con la esperanza y la expectativa de vidas más bellas y más grandes:ellos, esos condenados a la perpetua inacción, reconocerán con infinita rabiala absurda estupidez de su vida anterior. Pensarán que todo el presente erasacrificado por ellos en pos de un futuro, que a su vez se volvería presente ysería sacrificado a su vez por otro futuro y así hasta el último presente,hasta la muerte. Todo el valor del hoy estaba en el mañana y el mañana valíasolamente por otro mañana y así llegaba el último hoy, el hoy definitivo, y asíla vida entera había transcurrido para preparar de día en día, de hora en hora,de momento en momento lo que no llega nunca. Y ellos descubrirán esta tremendacosa: que el futuro no existe como futuro, que el futuro no es más que unacreación y una parte del presente, y que soportar la vida inquieta, la vidatriste, la vida doliente por este futuro que de día en día huye y se aleja esla más dolorosa necedad de esta estúpida vida.

“Humanos, nosotros perdemos la vida por la muerte; consumimos lo real por loimaginario, valoramos los días sólo porque nos conducen a días que no tendránotro valor que el de traernos otros días idénticos a ellos... ¡Humanos: toda lavida es un fraude atroz que ustedes mismos traman para el daño propio, ysolamente los demonios pueden reír fríamente de la carrera de ustedes hacia elespejo que huye!”

Un nuevo expreso, pitando y tronando, entró en la estación, y una vez más losviajeros huyeron y el maquinista se enjugó la frente con aire poco satisfecho.El Hombre que no conozco estaba siempre ante mí -de sobretodo, con dos violetasen el ojal-, aunque lo hubiese olvidado del todo.

-He aquí -le dije- mis ideas sobre el progreso, sobre el porvenir y sobre lavida. Ciertamente, usted no está de acuerdo conmigo pero yo estoy de acuerdocon alguien; por ejemplo, con la niebla que a menudo intenta cubrir el mundo yesconder el hombre al hombre, la miseria al desprecio, la fealdad a lamelancolía. Y yo amo muchísimo, señor Hombre, los trenes que se detienen traslas inútiles fugas y la niebla que vela lo que no se puede destruir.

El hombre que no conozco se había vuelto nervioso y todo su entusiasmo habíadesaparecido como un hilo de humo. En vez de responder, se quitó del ojal unade sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué ala nariz y su leve perfume me gustó.

FIN 

Fragmento de la obra de Papini.


diana bernal

Fragmento de Papini


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