En busca de la matriz.
Recuerdo la primera vez
que le conté a mi amigo indio americano del cañón las noticias sobre
nuestra conexión. En una ocasión inesperada en donde nos encontramos en
un supermercado del lugar, compartí con él apasionadamente una noticia
de prensa que acababa de leer sobre un "nuevo" campo de energía que
había sido descubierto, un campo unificado distinto a cualquier otra
energía de la cual se conociera su existencia.
"Este es el campo
de energía que todo lo conecta," dije abruptamente. Nos conecta con el
mundo, con los demás, y hasta con el universo más allá del planeta, es
lo mismo que hemos hablado antes."
Mi amigo, como hacía
típicamente, se quedó callado por un momento honrando mis emociones.
Después de unos segundos, respiró profundamente y luego respondió con la
misma franqueza que yo había visto en él muchas veces.
Fue
honesto y directo: "¡Grandioso!" dijo. "Descubrieron que todo está
conectado. Eso es lo que nuestro pueblo lleva diciendo desde un
principio. ¡Qué bien que su ciencia también lo haya entendido!"
Si
un campo de energía inteligente realmente representa un papel tan
poderoso en el funcionamiento del universo, entonces ¿por qué hasta
ahora lo sabemos? Acabamos de emerger del siglo XX, una época que los
historiadores probablemente considerarán como el periodo más notable de
la historia. En una sola generación, aprendimos a liberar el poder del
átomo, a almacenar una biblioteca del tamaño de una cuadra en un
circuito integrado de una computadora, y a leer y a diseñar el ADN de la
vida. ¿Cómo pudimos lograr todas estas maravillas científicas y, sin
embargo, haber fallado al realizar el descubrimiento más importante de
todos, el único que nos daría acceso al poder de la creación misma? La
respuesta puede sorprenderlo.
Hubo una época en un pasado no muy
distante en que los científicos, de hecho, intentaron resolver el
misterio de si estábamos o no conectados por medio de un campo de
energía inteligente, comprobando de una vez por todas si este campo
existía o no. Aunque la idea de la investigación era buena, más de cien
años después, todavía nos estamos recuperando de la forma en la cual fue
interpretado este experimento. Como resultado, durante la mayor parte
del siglo XX, si los científicos se atrevían a mencionar cualquier cosa
relacionada con un campo de energía unificado, que conectara todo por
medio de lo que antes se denominaba espacio vacío, eran ridiculizados en
sus salones de clases o en el estrado de sus universidades. Con pocas
excepciones, la idea no era aceptada, ni siquiera permitida, en
discusiones científicas serias. No obstante, esto no fue siempre así.
Aunque
nuestra percepción de exactamente qué era lo que conectaba al universo
ha seguido siendo un misterio, han habido innumerables intentos por
ponerle un nombre con el fin de reconocer su existencia. En los Sutras
budistas, por ejemplo, el dominio del gran dios Indra es descrito como
el lugar en donde se origina la red que conecta todo el universo: "Muy
lejos, en la morada celestial del gran dios Indra, existe una
maravillosa red sostenida por un sagaz artífice, de tal manera que se
extiende infinitamente en todas las direcciones." En la historia de la
creación de los indios hopi, se dice que el ciclo actual de nuestro
mundo comenzó hace mucho tiempo cuando la Abuela Araña emergió hacia la
vacuidad de este mundo. Lo primero que ella hizo fue hacer girar la gran
red que conecta todas las cosas, y así creó el lugar en donde sus hijos
vivirían.
Desde la época de los antiguos griegos, aquellos que
han creído en un campo de energía universal que todo lo conecta, se han
referido a eso como el éter. En la mitología griega, el éter era
considerado como la esencia del espacio mismo y era descrito como "el
aire que respiraban los dioses." Tanto Pitágoras como Aristóteles lo
identificaban como el misterioso quinto elemento de la creación, después
de los cuatro elementos conocidos como fuego, aire, agua y tierra. Más
tarde, los alquimistas siguieron usando las palabras de los griegos para
describir nuestro mundo, terminología que sobrevivió hasta el
nacimiento de la ciencia moderna.
Contradiciendo la visión
tradicional de la mayoría de los científicos actuales, algunas grandes
mentes de la historia no solamente creían que el éter existía. Muchos de
ellos incluso llevaron su existencia un paso más adelante. Dijeron que
el éter era necesario para el funcionamiento de las leyes de la física.
Durante los años 1600, Sir Isaac Newton, el "padre" de la ciencia
moderna, usó la palabra éter para describir una sustancia invisible que
impregna todo el universo, el cual se creía era responsable también de
la gravedad, así como de las sensaciones del cuerpo. Newton pensaba que
era un espíritu viviente, aunque reconocía que el equipo para probar su
existencia no estaba disponible en su época.
No fue sino hasta el
siglo XIX que el hombre que propuso la teoría electromagnética, James
Clerk Maxwell, ofreció formalmente una descripción científica del éter
que conecta todas las cosas. Lo describió como una "sustancia material
de un tipo más sutil que los cuerpos visibles, que supuestamente existía
en esas partes del espacio que parecen vacías." En los inicios del
siglo XX, algunas de las mentes científicas más respetadas seguían
usando la terminología antigua para describir la esencia que llena el
espacio vacío.
Pensaban que el éter era una sustancia real, con
una consistencia que estaba a medio camino entre la materia física y la
energía pura. Es a través del éter, razonaban los científicos, que las
ondas de luz pueden viajar de un punto a otro en lo que se ve como
espacio vacío.
"No puedo evitar considerar al éter, el cual puede
ser la base de un campo electromagnético con su energía y sus
vibraciones, como dotado de un cierto grado de materialidad, por muy
distinta que pueda ser de la materia ordinaria" declaró en 1906 el
físico y Premio Nobel Hendrik Lorentz. Las ecuaciones de Lorentz fueron
las que eventualmente le proporcionaron a Einstein las herramientas para
desarrollar su revolucionaria teoría de la relatividad.
Incluso,
después que sus teorías parecieron dejar por descontado la necesidad
del éter en el universo, Einstein mismo creía que algo sería descubierto
para explicar lo que ocupa el espacio vacío. Dijo: "El espacio sin éter
es impensable." De forma similar a como Lorentz y los antiguos griegos
consideraban esta sustancia como el conducto a través del cual se movían
las ondas, Einstein afirmó que el éter era necesario para el
funcionamiento de las leyes de la física: "En dicho espacio [sin éter]
no solamente no podría propagarse la luz, sino que no habría
posibilidades de existencia de los estándares del tiempo y el espacio."
Aunque por un lado, Einstein parece reconocer la posibilidad del éter,
por otro, nos advierte que no debería considerarse como una energía en
el sentido ordinario. "No se debe considerar al éter como dotado con las
características de los medios ponderables, como consistente de partes
['partículas'] que pueden ser rastreadas con el tiempo."9 De esta forma,
debido a la naturaleza singular del éter, describe cómo su existencia
seguía siendo compatible con sus propias teorías.
La pura mención del campo del éter hoy en día, todavía activa el debate sobre su existencia.
Casi
al mismo tiempo, surge de nuevo el recuerdo de un experimento famoso
diseñado para comprobar de una vez por todas la existencia del campo.
Como ocurre con frecuencia con este tipo de investigaciones, el
resultado inspira más preguntas y controversias de lo que llega a
resolver.
Extracto de La Matriz Divina.
Gregg Braden.
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