Torá desde Jerusalem
Parashá Jayé Sará - Vida de SaráLibro Bereshit / Génesis (23:1 a 25:18)
Parashá Jayé Sará - Vida de SaráLibro Bereshit / Génesis (23:1 a 25:18)
“Estos son los días de Sará...”(Génesis 23:1)
“Estos son los días de Sará cien años y veinte años y siete años”. Preguntaron nuestros Sabios el por qué de la redundancia al expresar cien años y veinte años y siete años, a lo que responde Rashi en nombre del Talmud, que son las tres etapas de una mujer: la infancia hasta los siete, la juventud hasta los veinte y la mayoría de edad. La infancia con su belleza, la juventud con su inocencia y la mayoría de edad con su responsabilidad.
Tras el fallecimiento de Sará, Abraham ordena a su mayordomo Eliézer y le recuerda la Bendición Divina: “Y el Eterno bendijo a Abraham Bakol (en todo)”. Bakol en guematria valoriza igual que Ben para enseñarnos que no existe una bendición verdadera sino la descendencia, ya que todos los bienes de que podamos ser merecedores no siempre son para el bien de la persona, como dijo la Mishná en el Pirkei Avot: “Marvá Nejasim Marvá Daagot” (¡Muchos bienes, muchas preocupaciones!) pues todos somos conscientes de que los deseos nunca se completan, sino solamente satisfacen momentáneamente: “quien tiene cien quiere doscientos y quien tiene doscientos quiere cuatrocientos” por lo que, “no hay quien se despida de este mundo ni con la mitad de sus deseos cumplidos”.
La búsqueda desesperada de logros se ha convertido en el emblema de nuestra era, donde no vivimos el presente sino que ansiamos el futuro. ¡Aún no sacó Microsoft la última versión de un programa, cuando todos ya se preguntan sobre la nueva versión programada para el año siguiente!.
¿Acaso nuestros abuelos eran menos felices por no haber tenido computadora o nuestras bisabuelas cocinaron peor por no tener hornos microondas o horno de vapor? ¿Hacia dónde se dirige la humanidad en esa carrera sin metas, que tanto persigue?
Abraham Avinu fue rico en propiedades, pero no fue esa su verdadera fortuna; su fortuna se encontraba en la riqueza de espíritu, él sabía adónde llegaba su carrera, tenia clara su meta, no una meta que cambia como lo es la moda todos los años, su meta estaba definida, era trascendente y por eso veía en su descendencia su riqueza.
La sociedad moderna ve en los hijos una carga, un esfuerzo, un símbolo de falta de inteligencia, a la familia numerosa como algo anacrónico y a la “programación” familiar como una obligación social. Nos habremos preguntado alguna vez ¿qué significa un hijo? Para Abraham estaba claro que un hijo significa ¡Todo!.
Muchas comunidades acostumbran en el Sábado posterior a la boda cuando invitan al novio a la lectura del Séfer Torá, a recitarle tanto en hebreo como en arameo el relato de la nuestra parashá donde Abraham hace jurar a su mayordomo Eliézer el no tomar para su hijo Itzjak de las mujeres del lugar sino de una de las hijas de su tierra de su nacimiento. ¡Qué compromiso tan difícil el que acepta Eliézer!. ¿Cómo sabría Eliézer cuál sería la mujer que Itzjak deseaba? Acaso, ¿es una decisión lógica que se pueda decidir luego de completar un formulario de preguntas? Acaso, ¿conoce los gustos o los sentimientos de Itzjak?, o tal vez ¿conoce las discotecas que frecuenta Itzjak? Eliézer conoce muy bien a Isaac y sabe el orden de prioridades del mismo, cierto que la belleza es importante, la atracción necesaria, pero Eliézer sabe que los principios son aún más importantes y la condición de bondad que es necesaria para poder vivir junto a Itzjak, solamente la podrá encontrar donde han sido educados por tradición a lo largo de las generaciones, en la tierra de Abraham, en la tierra de su nacimiento, de su familia y es por eso que, cuando Eliézer pide a Hashem le haga encontrar a la mujer optima para Itzjak dice: “y será la joven que pida inclíname tu jarro y beberé y me diga, bebe y también a tus camellos les daré de beber, así sabré que está destinada para Itzjak”. Eliézer como buen discípulo de Abraham sabe diferenciar entre valores y atractivos, entre verdades y temporarias, esa condición difícilmente se puede encontrar en los cines o en los parques de atracciones, pero sí se puede encontrar frente a un pozo de agua, símbolo de la sencillez, de la vida, de la Torá.
La Haftará de la semana nos comenta sobre los últimos días del reinado del Rey David: “Y el Rey David anciano, avanzado en años, le cubrían con vestidos y no se calentaba…” a lo que preguntan nuestros Sabios, ¿por qué no se calentaba?, ya que en la vejez el calor del cuerpo disminuye, pero si lo tapaban con vestimentas no era lógico que el poco calor que creaba su cuerpo no lo calentara. A lo que respondieron nuestros Sabios que el Rey David fue castigado “Midá Keneged Midá” en la misma situación en que el Rey David despreció la vestimenta, por lo que los vestidos lo despreciaron a él. Despreció la vestimenta cuando escapándose de la persecución del Rey Shaúl se escondió en el interior de una cueva, donde entraría más tarde Shaúl sin saber sobre la presencia de David en la misma. David pudo haber matado al Rey Shaúl pero en contra de su derecho no quiso levantar su mano sobre el ungido Rey, sin embargo, nos comenta la Torá que cortó de la vestimenta de Shaúl, y en eso se equivocó David, en el desprecio innecesario que tuvo con las vestiduras de Shaúl.
Que diríamos hoy en día, cuando la moda nos hace despreciar lo que solamente ayer era lo más apreciado, o la facilidad y el “made in China” nos hace sentir que todo es desechable y de un solo uso. ¡Qué triste que pocas cosas, y cada vez menos, no sean cuidadas con aprecio y cariño y tienen un significado por encima que su simple beneficio.
Volvamos a la plancha de la abuela que pasaba por herencia o el hornillo de petróleo que era recordado como un emblema.
Shabat Shalom.
Rab Shlomó Wahnón
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