bestiarioBestiario, de Julio Cortázar, es para mí, la obra maestra del escritor argentino.
En el cuento “Carta a una señorita en París” se va descubriendo que el lado extraño de la vida tiene muchos modos de acercarse al protagonista sin que por eso se alteren las particularidades del trabajo, el orden de los días, los días que exigen su continuidad, su cotidianidad, su permanencia en el calendario; no importa que los conejitos, como pichones con plumones de algodón vayan comiendo no solamente la gran maceta donde crece el trébol, sino también los delicados muebles y adornos y libros de las habitaciones.
Detrás de esa inocencia -¿qué puede ser más inocente y cándido e inofensivo que un conejo?- corre -también- una existencia, una existencia desesperada por encontrar un escape, una luz dentro de ese tráfago de bestias.
“Cuando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante”.
Por otra parte, la insistencia en la presencia de los monstruos, aquellos seres deformes, repelidos por la sociedad, que pretenden un aire de coquetería y de belleza andando por las calles y echando los ojos en las vidrieras, la insistencia en la aparición de los monstruos, decía, hace que Julio Cortázar nos proponga un cuento “Las puertas del cielo” que transcurre, en parte, en un bar de mala muerte; pues bien, los monstruos salen todos juntos, convocados por la magia de la milonga, por la noche calurosa, cuando el reloj marca las once.
Estos aparecidos son personas, pero tienen la particularidad de vivir dentro de una fealdad como sólo los seres de Cortázar la alcanzan. Y el protagonista los clasifica con puntillosidad, animado casi.
“Me parece bueno decir que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den tantos juntos. Asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que les queda el cansancio y el orgullo”.
Ah… cuánta maestría en la elaboración del lenguaje. Ese lenguaje que es una celebración del ingenio línea tras línea y que seguramente inspiró, inspira y va a seguir inspirando a cientos, miles de lectores y escritores de habla hispana.
Leer Bestiario a conciencia significa tomar conocimiento de que hay algo perverso, distante, peligroso, es cierto, pero perverso en demasía al fin, que nos está observando desde algún lugar de nosotros mismos o de otras personas, y que Julio Cortázar, practicando la ciencia de los cuentos, lo encontró.
No se puede dejar de pensar que existe una caricia de maldad que nos da Cortázar para mostrarnos que la literatura, en especial la narrativa, es capaz de vagar por un mundo fermentado, oscurecido, y mostrarnos que las bestias envasadas en su propia maldad existen desde siempre.
Solamente nuestra inteligencia de lectores nos ayuda a identificarlas y a ponernos a salvo de ellas.
No encontré aún libro superior a Bestiario.
No podría ser.
La monstruosidad viene toda junta en este ejemplar.


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