Contemplar el Evangelio de hoy
Día litúrgico: Lunes XXXI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 14,12-14):
En aquel tiempo, Jesús dijo también a aquel hombre principal de los
fariseos que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no
llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus
vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu
recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a
los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden
corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».
Comentario: Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME (Ikenanzizi, Nigeria)
«Cuando
des un banquete, llama a los pobres, (...) porque no te pueden
corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos»
Hoy,
el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana:
el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus
amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos;
no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc
14,12).
El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).
El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).
Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).
Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).
El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).
El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).
Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).
Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).
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