LUZBY BERNAL

domingo, 27 de mayo de 2012

¿Sabes lo que es un dybbuk?

¿Sabes lo que es un dybbuk?

 http://www.angeldelaguarda.com.ar/dybbuk.htm

En la pelicula ¨El no nacido¨ Lo que comenzó como un día de ejercicios cotidiano para Casey (la protagonista) estaría a punto de convertirse su peor pesadilla y casi le cuesta su propia vida,
cuando en medio de la vía, y sin razón aparente, se le presenta un dybbuk o espíritu que trata de posesionarse de ella a toda costa para llevar a cabo su deseo: volver a nacer.

Esta película podría parecer ciencia ficción o solo una película de terror pero en realidad muestra un aspecto del mundo espiritual.
dibbuk
Veamos lo que nos relata esta historia a través del gran maestro el Arizal (Isaac Luria)
El castigo
En una ocasión, una viuda fue poseída por un mal espíritu que la afligía extraordinariamente. Sus gritos de dolor se podían oír a distancia y le valían las simpatías de todos los vecinos que fueron con muchos hombres santos de Tzefat en busca de ayuda, pero en vano. En cuanto un tzadik se acercaba a ella, el espíritu empezaba a gritar enumerando todas las malas acciones que había cometido en su vida. Los tzadikim se sentían muy turbados y terminaban por irse.
Se pidió ayuda a un discípulo del Arizal, Rab Yosef Arzín. Cuando llegó, el espíritu se dirigió a él respetuosamente, “¡Shalom! ¡Que la paz sea con usted, maestro!” Rab Yosef le pidió al espíritu que le dijera quién era.
“Soy tal y tal, su propio discípulo de Egipto”, dijo el espíritu. “¿Recuerda cómo solía regañarme por mi mala vida cuando estaba con usted? Pero yo no hice caso de sus sabias palabras y me alejé del buen camino. Pequé y fui castigado. Ahora que estoy muerto, no se me permite la entrada en el Mundo de la Verdad”.
Al oír la historia, Rab Yosef fue a pedir consejo al Arizal. En esa época Rab Itzjak estaba enfermo y no podía ayudar a la viuda, pero mandó llamar a Rab Jaim Vital y le enseñó cómo exorcizar un mal espíritu, enviándolo junto con Rab Yosef a casa de la viuda.
En cuanto los dos entraron en la casa, la viuda volvió la cara escondiéndola. Rab Jaim exclamó dirigiéndose al espíritu, “¡Pecador! ¿Por qué vuelves la cara contra la pared?”
“No puedo soportar ver unos rostros tan santos porque pequé mucho durante mi vida”.
“Te ordeno que te vuelvas y nos mires”, mandó Rab Jaim. La viuda se volvió para mirarlo de frente.
“Ahora, cuenta tu historia”, pidió.
“Hace veinticinco años que morí”, dijo el espíritu llorando. “Cuando llegué ante la corte Celestial, se revisaron todas mis malas acciones. Eran tantas, que ni siquiera en el guehinom podía purgarlas y fui sentenciado a deambular sin respiro por el mundo, acompañado de tres ángeles vengadores hasta que encontrara el tikún (correctivo) apropiado para mi alma miserable. Durante los últimos veinticinco años he estado vagabundeando, golpeado por los tres ángeles que me acompañan. Me pegan y gritan: ‘¡Así se hará al que ha multiplicado los pecados en Israel’! Si limpio mi alma, todavía tendré que ir doce meses al guehinom donde se borrarán las manchas que queden y mi alma quedará sin ellas”.
“¿Cuándo moriste? ¿Y en dónde?”, preguntó Rab Jaim cuando la voz se calló. “¿Confesaste antes de morir?”
“Me ahogué. Estábamos navegando de Alejandría rumbo a El Cairo cuando el barco se estrelló contra unas rocas y se hundió. Todos los pasajeros se ahogaron. Yo estuve un rato luchando en el agua y no me dio tiempo de hacer vidui (confesión). Mi cuerpo fue arrojado a la costa y lo encontraron unos judíos que me dieron sepultura judía. Desde entonces mi alma está deambulando sin tener paz hasta que entré en el cuerpo de esta viuda”.
“¿Cuánto tiempo tienes que vagabundear todavía antes de expiar tus pecados?”, preguntó Rab Jaim. “Y ¿por qué has elegido a esta pobre mujer como víctima? ¿Por qué tiene ella que sufrir por tus pecados?”
“Tienen que hacerme sufrir hasta que todo el mal que hice siga todavía teniendo efecto en el mundo. En cuanto a su segunda pregunta, la de por qué he elegido a esta pobre viuda, se lo diré. Cuando llegué a Tzefat, estuve en muchas casas y me di cuenta que la gente se comportaba correctamente, así que no pude entrar en sus cuerpos. Pero una noche vine a esta casa. Por la mañana, la viuda fue a preparar el desayuno. Trató de encender el fuego, pero la llama vacilaba y se extinguía una y otra vez. Se puso tan furiosa que tiró la marmita al suelo y empezó a maldecir. En ese momento, me dieron permiso para poseer su cuerpo”.
Rab Jaim se quedó muy sorprendido. “¿Cómo es posible”, dijo, “que a una persona se la haga sufrir de forma tan horrible sólo por unas cuantas maldiciones dichas en un momento de cólera?”
“No es su único pecado. La fe de esta mujer es débil. Niega los milagros que Hashem hizo con Su pueblo, sobre todo los milagros del éxodo de Egipto. En la noche de Pésaj, cuando todas las familias judías están sentadas en torno a la mesa durante el séder contando los milagros maravillosos que se relatan en la Hagadá, ella se ríe diciendo que no ocurrió ningún milagro”.
Entonces Rab Jaim se dirigió a la propia viuda: “Dime honestamente, ¿crees que Hashem creó el cielo y la tierra, que es el Rey Todopoderoso que reina sobre el universo entero y lo guía con Su Providencia? ¿Crees que tiene el poder de hacer cuanto desea?”
“Sí, creo”, exclamó la mujer convulsionándose por los sollozos, “declaro que es la fuerza que guía el universo. Él es el poder y la fuerza. Prometo que a partir de hoy, creeré firmemente en todos los milagros que hizo a Su pueblo, que lo sacó de Egipto y abrió el mar para él”.
Entonces Rab Jaim hizo uso de lo que su maestro le había enseñado. Dijo las oraciones y los conjuros adecuados para expulsar el mal espíritu del cuerpo de la mujer. En cuanto terminó de hablar, el dedo pulgar de la viuda se hinchó. Poco después volvió a recuperar su tamaño normal y todo el mundo notó que el espíritu se había ido.
Pero de vez en cuando, el espíritu volvía a molestar a la viuda y a atemorizarla. Sus vecinos volvieron a pedir ayuda al Arizal. En esta ocasión, el Arizal dijo a Rab Jaim que fuera a casa de la viuda y examinara la mezuzá de la entrada. Rab Jaim vio que la mezuzá no estaba en buenas condiciones y la cambió. A partir de entonces, la mujer se vio libre del mal espíritu.
El alma del talmid rebelde se vio obligada a salir del cuerpo de la viuda, pero seguía sin poder encontrar el descanso eterno porque todavía no había finalizado su expiación, así que quería vengarse de Rab Jaim Vital. El Arizal, que lo sabía, dijo a su fiel discípulo que no fuera de noche por las calles y los mercados de Tzefat, porque eso haría de él una presa fácil para ese mal espíritu o para otros. Rab Jaim no tenía miedo, pero por obediencia a su maestro, se abstuvo de salir por la noche.
Una vez, cuando Rab Jaim estaba estudiando con el Arizal, se absorbieron tanto en el tema que estaban tratando, que no se dieron cuenta de que ya había oscurecido. Cuando Rab Jaim se dispuso a salir camino a su casa, el Arizal le ofreció que se quedara a dormir. Pero Rab Jaim le dijo que tenía que estar en casa esa noche. El Arizal lo acompañó a la puerta y lo despidió con un mal presagio en el corazón.
Iba Rab Jaim andando por las estrechas callejuelas de Tzefat cuando, de pronto, oyó el ruido de los cascos de una montura. Al volverse vio un asno grande y temible que corría detrás de él. No había dónde huir porque las casas lo cercaban por ambos lados. El burro, enloquecido, lo arrollaría en cuestión de minutos. Rab Jaim se acordó de las advertencias de su maestro y, petrificado de miedo, cayó al suelo. El animal, desenfrenado, se tiró contra él violentamente y lo pisoteó.
Rab Jaim quedó inmóvil en el suelo, herido y lleno de sangre en la estrecha callejuela. Gimiendo de dolor, logró por fin levantarse. Penosamente, se arrastró hacia su casa. Al tratar de tomarse a las ranuras de las piedras que bordeaban la callejuela, se dio cuenta de que tenía la mano derecha herida. El asno la había pisado con todas sus fuerzas y parecía haber aplastado los huesos. A medida que avanzaba lentamente, su dolor aumentaba y estuvo a punto de desmayarse.
A la mañana siguiente, temprano, un mensajero llamó a la puerta de Rab Jaim. El Arizal lo había enviado para ver si Rab Jaim había llegado a casa sano y salvo. Rab Jaim alzó los ojos hacia el cielo en acción de gracias: “¡Hashem sea alabado, todavía estoy vivo!”, exclamó y contó al mensajero cuanto había pasado.
Tuvo que quedarse en cama varios días, dolorido de todo el cuerpo. En cuanto se repuso un poco, corrió a visitar a su maestro. El Arizal le saludó y su voz denotaba la preocupación: “La otra noche temí por ti. Sabía que los poderes del mal eran lo suficientemente fuertes como para hacerte daño. Hasta me quedé junto a la puerta viendo cómo te ibas por un buen rato, incluso cuando ya estabas fuera del alcance de mi vista, rezando por tu bienestar. Lamento que no me escucharas cuando te dije que no salieras por la noche. Debiste haberte quedado a dormir aquí”.
Rab Jaim agachó la cabeza, reconociendo humildemente que su maestro había tenido razón. Prometió no volver a salir después del anochecer. Y, a partir de entonces, si por casualidad permanecía en casa del Arizal hasta que se hacía oscuro, se quedaba a pasar la noche.
Rab Jaim extendió la mano para que la viera el Arizal. “La mano derecha todavía me duele horriblemente. No puedo utilizarla”. Rab Itzjak puso la palma de su propia mano en el brazo herido de su talmid y desapareció el dolor y la mano herida estaba de nuevo entera. Rab Jaim flexionó la muñeca y los dedos moviéndolos a voluntad como si nada hubiera pasado.

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