¿Sabes
lo que es un dybbuk?
http://www.angeldelaguarda.com.ar/dybbuk.htm
cuando en medio de la vía, y sin razón aparente, se le presenta un dybbuk o espíritu que trata de posesionarse de ella a toda costa para llevar a cabo su deseo: volver a nacer.
Esta película podría parecer ciencia ficción o solo una película de terror pero en realidad muestra un aspecto del mundo espiritual.
Veamos
lo que nos relata esta historia a través del gran maestro
el Arizal (Isaac Luria)
El
castigo
En
una ocasión, una viuda fue poseída por un mal
espíritu que la afligía extraordinariamente. Sus
gritos de dolor se podían oír a distancia y le
valían las simpatías de todos los vecinos que
fueron con muchos hombres santos de Tzefat en busca de ayuda,
pero en vano. En cuanto un tzadik se acercaba a ella, el espíritu
empezaba a gritar enumerando todas las malas acciones que había
cometido en su vida. Los tzadikim se sentían muy turbados
y terminaban por irse.
Se
pidió ayuda a un discípulo del Arizal, Rab Yosef
Arzín. Cuando llegó, el espíritu se dirigió
a él respetuosamente, “¡Shalom! ¡Que
la paz sea con usted, maestro!” Rab Yosef le pidió
al espíritu que le dijera quién era.
“Soy tal y tal, su propio discípulo de Egipto”, dijo el espíritu. “¿Recuerda cómo solía regañarme por mi mala vida cuando estaba con usted? Pero yo no hice caso de sus sabias palabras y me alejé del buen camino. Pequé y fui castigado. Ahora que estoy muerto, no se me permite la entrada en el Mundo de la Verdad”.
“Soy tal y tal, su propio discípulo de Egipto”, dijo el espíritu. “¿Recuerda cómo solía regañarme por mi mala vida cuando estaba con usted? Pero yo no hice caso de sus sabias palabras y me alejé del buen camino. Pequé y fui castigado. Ahora que estoy muerto, no se me permite la entrada en el Mundo de la Verdad”.
Al
oír la historia, Rab Yosef fue a pedir consejo al Arizal.
En esa época Rab Itzjak estaba enfermo y no podía
ayudar a la viuda, pero mandó llamar a Rab Jaim Vital
y le enseñó cómo exorcizar un mal espíritu,
enviándolo junto con Rab Yosef a casa de la viuda.
En cuanto los dos entraron en la casa, la viuda volvió la cara escondiéndola. Rab Jaim exclamó dirigiéndose al espíritu, “¡Pecador! ¿Por qué vuelves la cara contra la pared?”
“No puedo soportar ver unos rostros tan santos porque pequé mucho durante mi vida”.
“Te ordeno que te vuelvas y nos mires”, mandó Rab Jaim. La viuda se volvió para mirarlo de frente.
En cuanto los dos entraron en la casa, la viuda volvió la cara escondiéndola. Rab Jaim exclamó dirigiéndose al espíritu, “¡Pecador! ¿Por qué vuelves la cara contra la pared?”
“No puedo soportar ver unos rostros tan santos porque pequé mucho durante mi vida”.
“Te ordeno que te vuelvas y nos mires”, mandó Rab Jaim. La viuda se volvió para mirarlo de frente.
“Ahora,
cuenta tu historia”, pidió.
“Hace
veinticinco años que morí”, dijo el espíritu
llorando. “Cuando llegué ante la corte Celestial,
se revisaron todas mis malas acciones. Eran tantas, que ni siquiera
en el guehinom podía purgarlas y fui sentenciado a deambular
sin respiro por el mundo, acompañado de tres ángeles
vengadores hasta que encontrara el tikún (correctivo)
apropiado para mi alma miserable. Durante los últimos
veinticinco años he estado vagabundeando, golpeado por
los tres ángeles que me acompañan. Me pegan y
gritan: ‘¡Así se hará al que ha multiplicado
los pecados en Israel’! Si limpio mi alma, todavía
tendré que ir doce meses al guehinom donde se borrarán
las manchas que queden y mi alma quedará sin ellas”.
“¿Cuándo moriste? ¿Y en dónde?”, preguntó Rab Jaim cuando la voz se calló. “¿Confesaste antes de morir?”
“¿Cuándo moriste? ¿Y en dónde?”, preguntó Rab Jaim cuando la voz se calló. “¿Confesaste antes de morir?”
“Me
ahogué. Estábamos navegando de Alejandría
rumbo a El Cairo cuando el barco se estrelló contra unas
rocas y se hundió. Todos los pasajeros se ahogaron. Yo
estuve un rato luchando en el agua y no me dio tiempo de hacer
vidui (confesión). Mi cuerpo fue arrojado a la costa
y lo encontraron unos judíos que me dieron sepultura
judía. Desde entonces mi alma está deambulando
sin tener paz hasta que entré en el cuerpo de esta viuda”.
“¿Cuánto tiempo tienes que vagabundear todavía antes de expiar tus pecados?”, preguntó Rab Jaim. “Y ¿por qué has elegido a esta pobre mujer como víctima? ¿Por qué tiene ella que sufrir por tus pecados?”
“¿Cuánto tiempo tienes que vagabundear todavía antes de expiar tus pecados?”, preguntó Rab Jaim. “Y ¿por qué has elegido a esta pobre mujer como víctima? ¿Por qué tiene ella que sufrir por tus pecados?”
“Tienen
que hacerme sufrir hasta que todo el mal que hice siga todavía
teniendo efecto en el mundo. En cuanto a su segunda pregunta,
la de por qué he elegido a esta pobre viuda, se lo diré.
Cuando llegué a Tzefat, estuve en muchas casas y me di
cuenta que la gente se comportaba correctamente, así
que no pude entrar en sus cuerpos. Pero una noche vine a esta
casa. Por la mañana, la viuda fue a preparar el desayuno.
Trató de encender el fuego, pero la llama vacilaba y
se extinguía una y otra vez. Se puso tan furiosa que
tiró la marmita al suelo y empezó a maldecir.
En ese momento, me dieron permiso para poseer su cuerpo”.
Rab
Jaim se quedó muy sorprendido. “¿Cómo
es posible”, dijo, “que a una persona se la haga
sufrir de forma tan horrible sólo por unas cuantas maldiciones
dichas en un momento de cólera?”
“No es su único pecado. La fe de esta mujer es débil. Niega los milagros que Hashem hizo con Su pueblo, sobre todo los milagros del éxodo de Egipto. En la noche de Pésaj, cuando todas las familias judías están sentadas en torno a la mesa durante el séder contando los milagros maravillosos que se relatan en la Hagadá, ella se ríe diciendo que no ocurrió ningún milagro”.
Entonces Rab Jaim se dirigió a la propia viuda: “Dime honestamente, ¿crees que Hashem creó el cielo y la tierra, que es el Rey Todopoderoso que reina sobre el universo entero y lo guía con Su Providencia? ¿Crees que tiene el poder de hacer cuanto desea?”
“No es su único pecado. La fe de esta mujer es débil. Niega los milagros que Hashem hizo con Su pueblo, sobre todo los milagros del éxodo de Egipto. En la noche de Pésaj, cuando todas las familias judías están sentadas en torno a la mesa durante el séder contando los milagros maravillosos que se relatan en la Hagadá, ella se ríe diciendo que no ocurrió ningún milagro”.
Entonces Rab Jaim se dirigió a la propia viuda: “Dime honestamente, ¿crees que Hashem creó el cielo y la tierra, que es el Rey Todopoderoso que reina sobre el universo entero y lo guía con Su Providencia? ¿Crees que tiene el poder de hacer cuanto desea?”
“Sí,
creo”, exclamó la mujer convulsionándose
por los sollozos, “declaro que es la fuerza que guía
el universo. Él es el poder y la fuerza. Prometo que
a partir de hoy, creeré firmemente en todos los milagros
que hizo a Su pueblo, que lo sacó de Egipto y abrió
el mar para él”.
Entonces Rab Jaim hizo uso de lo que su maestro le había enseñado. Dijo las oraciones y los conjuros adecuados para expulsar el mal espíritu del cuerpo de la mujer. En cuanto terminó de hablar, el dedo pulgar de la viuda se hinchó. Poco después volvió a recuperar su tamaño normal y todo el mundo notó que el espíritu se había ido.
Entonces Rab Jaim hizo uso de lo que su maestro le había enseñado. Dijo las oraciones y los conjuros adecuados para expulsar el mal espíritu del cuerpo de la mujer. En cuanto terminó de hablar, el dedo pulgar de la viuda se hinchó. Poco después volvió a recuperar su tamaño normal y todo el mundo notó que el espíritu se había ido.
Pero
de vez en cuando, el espíritu volvía a molestar
a la viuda y a atemorizarla. Sus vecinos volvieron a pedir ayuda
al Arizal. En esta ocasión, el Arizal dijo a Rab Jaim
que fuera a casa de la viuda y examinara la mezuzá de
la entrada. Rab Jaim vio que la mezuzá no estaba en buenas
condiciones y la cambió. A partir de entonces, la mujer
se vio libre del mal espíritu.
El alma del talmid rebelde se vio obligada a salir del cuerpo de la viuda, pero seguía sin poder encontrar el descanso eterno porque todavía no había finalizado su expiación, así que quería vengarse de Rab Jaim Vital. El Arizal, que lo sabía, dijo a su fiel discípulo que no fuera de noche por las calles y los mercados de Tzefat, porque eso haría de él una presa fácil para ese mal espíritu o para otros. Rab Jaim no tenía miedo, pero por obediencia a su maestro, se abstuvo de salir por la noche.
El alma del talmid rebelde se vio obligada a salir del cuerpo de la viuda, pero seguía sin poder encontrar el descanso eterno porque todavía no había finalizado su expiación, así que quería vengarse de Rab Jaim Vital. El Arizal, que lo sabía, dijo a su fiel discípulo que no fuera de noche por las calles y los mercados de Tzefat, porque eso haría de él una presa fácil para ese mal espíritu o para otros. Rab Jaim no tenía miedo, pero por obediencia a su maestro, se abstuvo de salir por la noche.
Una
vez, cuando Rab Jaim estaba estudiando con el Arizal, se absorbieron
tanto en el tema que estaban tratando, que no se dieron cuenta
de que ya había oscurecido. Cuando Rab Jaim se dispuso
a salir camino a su casa, el Arizal le ofreció que se
quedara a dormir. Pero Rab Jaim le dijo que tenía que
estar en casa esa noche. El Arizal lo acompañó
a la puerta y lo despidió con un mal presagio en el corazón.
Iba Rab Jaim andando por las estrechas callejuelas de Tzefat cuando, de pronto, oyó el ruido de los cascos de una montura. Al volverse vio un asno grande y temible que corría detrás de él. No había dónde huir porque las casas lo cercaban por ambos lados. El burro, enloquecido, lo arrollaría en cuestión de minutos. Rab Jaim se acordó de las advertencias de su maestro y, petrificado de miedo, cayó al suelo. El animal, desenfrenado, se tiró contra él violentamente y lo pisoteó.
Iba Rab Jaim andando por las estrechas callejuelas de Tzefat cuando, de pronto, oyó el ruido de los cascos de una montura. Al volverse vio un asno grande y temible que corría detrás de él. No había dónde huir porque las casas lo cercaban por ambos lados. El burro, enloquecido, lo arrollaría en cuestión de minutos. Rab Jaim se acordó de las advertencias de su maestro y, petrificado de miedo, cayó al suelo. El animal, desenfrenado, se tiró contra él violentamente y lo pisoteó.
Rab
Jaim quedó inmóvil en el suelo, herido y lleno
de sangre en la estrecha callejuela. Gimiendo de dolor, logró
por fin levantarse. Penosamente, se arrastró hacia su
casa. Al tratar de tomarse a las ranuras de las piedras que
bordeaban la callejuela, se dio cuenta de que tenía la
mano derecha herida. El asno la había pisado con todas
sus fuerzas y parecía haber aplastado los huesos. A medida
que avanzaba lentamente, su dolor aumentaba y estuvo a punto
de desmayarse.
A la mañana siguiente, temprano, un mensajero llamó a la puerta de Rab Jaim. El Arizal lo había enviado para ver si Rab Jaim había llegado a casa sano y salvo. Rab Jaim alzó los ojos hacia el cielo en acción de gracias: “¡Hashem sea alabado, todavía estoy vivo!”, exclamó y contó al mensajero cuanto había pasado.
A la mañana siguiente, temprano, un mensajero llamó a la puerta de Rab Jaim. El Arizal lo había enviado para ver si Rab Jaim había llegado a casa sano y salvo. Rab Jaim alzó los ojos hacia el cielo en acción de gracias: “¡Hashem sea alabado, todavía estoy vivo!”, exclamó y contó al mensajero cuanto había pasado.
Tuvo
que quedarse en cama varios días, dolorido de todo el
cuerpo. En cuanto se repuso un poco, corrió a visitar
a su maestro. El Arizal le saludó y su voz denotaba la
preocupación: “La otra noche temí por ti.
Sabía que los poderes del mal eran lo suficientemente
fuertes como para hacerte daño. Hasta me quedé
junto a la puerta viendo cómo te ibas por un buen rato,
incluso cuando ya estabas fuera del alcance de mi vista, rezando
por tu bienestar. Lamento que no me escucharas cuando te dije
que no salieras por la noche. Debiste haberte quedado a dormir
aquí”.
Rab Jaim agachó la cabeza, reconociendo humildemente que su maestro había tenido razón. Prometió no volver a salir después del anochecer. Y, a partir de entonces, si por casualidad permanecía en casa del Arizal hasta que se hacía oscuro, se quedaba a pasar la noche.
Rab Jaim agachó la cabeza, reconociendo humildemente que su maestro había tenido razón. Prometió no volver a salir después del anochecer. Y, a partir de entonces, si por casualidad permanecía en casa del Arizal hasta que se hacía oscuro, se quedaba a pasar la noche.
Rab
Jaim extendió la mano para que la viera el Arizal. “La
mano derecha todavía me duele horriblemente. No puedo
utilizarla”. Rab Itzjak puso la palma de su propia mano
en el brazo herido de su talmid y desapareció el dolor
y la mano herida estaba de nuevo entera. Rab Jaim flexionó
la muñeca y los dedos moviéndolos a voluntad como
si nada hubiera pasado.
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