LUZBY BERNAL

viernes, 9 de junio de 2017

Reflexiones sobre la Parashá


Torá desde Jerusalem



Parashá Behaalotejá - Cuando enciendas
Libro Bamidbar / Números (8:1 a 12:16)
Reflexiones sobre la Parashá

"Y el hombre Moshé era más humilde que cualquier persona en la faz de la tierra" (Bamidbar 12:3)
¿Cómo se pone un litro en un recipiente de medio litro?
Si las paredes del recipiente son muy gruesas, lo que se puede poner adentro será menor que si las paredes fueran delgadas. Cuanto más delgadas son las paredes del recipiente, menos espacio ocupan, y por lo tanto, mayor es la capacidad del recipiente.
Moshé Rabeinu era más humilde que cualquier otra persona que haya vivido. Él se consideraba menos que todos los demás. ¡Lo cual no significa que Moshé creyera que era un simplón! Moshé sabía quién era. Era un rey. Pero se daba cuenta de que, en comparación con Hashem, no era nada. Comprendía este punto con mayor claridad que cualquier otra persona que haya pisado este planeta.
Moshé era, a sus propios ojos, como la piel del ajo, que prácticamente carece de substancia, el mínimo indispensable para existir en este mundo. Él, más que nada, "contenía espacio".
Es por ese motivo que pudo recibir y contener la Torá en toda su perfección.
No es que Moshé fuera simplemente "el mejor para el trabajo". No es que fuera relativamente humilde, más humilde que los que lo rodeaban. No: Moshé alcanzó un nivel absoluto y cuantificable de humildad, en cuyo punto fue capaz de contener toda la Torá en toda su complejidad y extensión.
Por eso, inclusive hoy, si alguien llegara al nivel de humildad de Moshé, esa persona también podría recibir la Torá en toda su perfección y extensión, igual que Moshé.
(Rúaj ha Jaim)


"Cuando encendáis las luces" (Bamidbar 8:2)
¿Cuál es la conexión que existe entre la parashá de la semana pasada, que se refiere a los regalos que se trajeron para la inauguración del Mishkán, y el comienzo de la parashá de esta semana, que describe la mitzvá de la Menorá?
Al final de la parashá de la semana pasada, cuando Aharón vio que los príncipes de todas las otras tribus traían sus ofrendas para la inauguración del Mishkán, se puso triste. Pensó que lo habían dejado afuera. Pero Hashem lo consoló y le dijo que su parte sería más grande que las de los demás príncipes, puesto que él prepararía y encendería las luces de la Menorá.
¿Por qué el encendido de la Menorá era más importante que la presentación de ofrendas? El Midrash responde que las ofrendas solamente pueden traerse cuando hay Beit ha Mikdash, mientras que la mitzvá de la Menorá es eterna.
Pero entonces nos preguntamos: ahora que no hay Beit ha Mikdash, ¿acaso no ha cesado también el encendido de la Menorá?
En realidad, la Menorá perdura inclusive después de la destrucción del Beit ha Mikdash, a través de los descendientes de Aharón, los macabeos, que eran de linaje sacerdotal.
La milagrosa victoria de los macabeos ante los griegos, en los días de Januká, ha de ser conmemorada eternamente con el encendido de las luces. Ese fue el consuelo que Hashem le dio aAharón: que la Menorá viviría eternamente en cada hogar judío con las luces de Januká.
(Ramban)


"Miriam y Aarón hablaron en contra de Moshé con respecto a la mujer cushita con la que se había casado" (Bamidbar 12:1)
Imagínate un norteamericano nativo, que pasó toda su vida en la reserva de Canyon de Chelly, Arizona, llegando un día al Lado Este de New York City cerca de la 29 y Lex. Va caminando por la calle y se detiene. Le llama la atención una ventana. Junto a la ventana hay una caja de metal de forma rectangular de cerca de un metro de largo y medio metro de alto. La caja echa afuera aire caliente, resoplando en una mecánica e incesante sinfonía. El nativo alza los ojos. Los edificios de departamentos llegan hasta el cielo. Y en cada ventana ve la misma caja metálica. Cientos y cientos de cajas echando aire caliente al cielo húmedo de Manhattan.
El piensa para sí: "Cómo les gusta el calorcito a estos blancos... Con el calor que hace, ¡y encima ponen estos artefactos en las ventanas para calentar la calle!"
Cuando Miriam se enteró de que Moshé se había separado de su mujer, pensó que él se había envanecido. Pensó que Moshé se veía a sí mismo tan cercano a Di-s que se había elevado por encima del nivel normal de la vida matrimonial, y que su autoimpuesto monasticismo era producto de un ego inflado. Por supuesto que lo que en Moshé se consideraría vanidad para nosotros sería humildad del grado más alto. No tenemos parámetros para equiparar nuestros conceptos de vanidad y humildad con relación a Moshé. Pero en el nivel tan exaltado en el que él se encontraba, Miriam pensó que Moshé había caído presa del orgullo.
Pero ¿cómo es posible que Miriam hubiese pensado que Moshé actuaba por orgullo? La Torá llama a Moshé "el más humilde de todos los hombres". Por cierto que Miriam era consciente de la forma en que la Torá evaluaba a Moshé. ¿Cómo pudo haber sospechado de sus motivos?
Moshé fue, sin dudas, el más humilde de todos los hombres, pero no por eso era un “shlepper”. Ser humilde no significa andar encorvado con mirada de pobrecito. Moshé sabía que era el rey. Pero también sabía que, comparado con Hashem, era un don nadie. Su humildad consistía en entender, como nadie lo entendió ni antes ni después de él, cuán pequeño era en comparación con Hashem. Y en mérito a haber alcanzado ese punto, Hashem hizo realidad esa conciencia hablándole "cara a cara". Entonces la humildad de Moshé se transformó en algo "visceral": Moshé fue capaz de "ver", literalmente, lo pequeño que era.
La humildad no es algo que uno pueda juzgar según las apariencias. Hay personas que tienen aspecto de ser muy humildes, pero por dentro vigilan que todos se den cuenta de lo humilde que son. Son las estrellas de la película mental que ellos mismos crearon y dirigieron, y que titulan "Una Vida de Absoluta Humildad". Por el contrario, un rey puede dar la apariencia de actuar de modo grandioso, mientras que por dentro él siente genuinamente que no vale nada.
A veces, las cosas no son como parecen.
A veces, un aire acondicionado puede parecer un calefactor que sopla viento caliente a la calle.
(Malbim, Rabí C.Z. Senter)


"Por qué habríamos de ser menos al no presentar la ofrenda de Hashem en su momento designado entre los Hijos de Israel" (Bamidbar 9:6)
Uno siempre puede conseguir lo que desee. Depende de cuánto lo desee. Nuestros Rabinos enseñan que por el camino que queramos ir, por allí nos llevarán. Si queremos transitar por el sendero espiritual, hallaremos oportunidades de crecimiento espiritual por todas partes. Pero si queremos ir en la otra dirección, hallaremos un millón de sueños de Tecnicolor en los que perdernos. Uno siempre consigue aquello que busca.
En la Parashá de esta semana, estudiamos la mitzvá de Pésaj Shení, El Segundo Pésaj.
"El Segundo Pésaj" no era la segunda parte de "El Primer Pésaj". No es que "El Primer Pésaj" haya tenido tanto éxito que la gente se haya quedado con ganas de ver la continuación. No. Lo que ocurría era que, sin querer, había un grupo de personas que no pudieron traer la ofrenda de Pésaj el 14 de Nisán; que no tuvieron tiempo de purificarse ritualmente antes de Pésaj, por estar en el cumplimiento de otro precepto importante. Ellos les pidieron a Moshé y a Aharón que se les permitiera participar de esa tremenda experiencia espiritual. Y tan intenso era su deseo de espiritualidad que Di-s los transformó en agentes a través de los cuales se reveló toda una sección de la Torá, toda una nueva mitzvá. La mitzvá de Pésaj Shení.
El mundo es un reflejo de la Torá. Hashem "reescribió" la Torá solamente para permitir que esas personas pudieran traer la ofrenda de Pésaj. Hashem volvió a entretejer la tela misma de la realidad a fin de que ellos pudieran formar parte de la experiencia de Pésaj. Alteró todo el orden de la creación solamente para ellos. Semejante es el poder que tiene la persona que busca elevarse espiritualmente.
Hashem puede dar vuelta el mundo entero por nosotros... si de veras lo queremos.
Rabí Yosef Tzeinvert, oído de boca de Rabí Yehoshua Bartram


"Hashem le dijo a Moshé: 'Reúneme setenta hombres de los ancianos de Israel" (Bamidbar 11:16)
La sala de espera estaba repleta de gente. Unos, estornudando; otros, tosiendo. Era esa época del año en la que las salas de espera de los médicos de todo el país se llenan de pacientes enfermos de gripe.
En un rincón de la sala estaba sentado un adolescente. El muchacho tosía, si bien bastante menos que los demás en la sala.
La puerta del consultorio se abrió de par en par y un hombre de unos cincuenta años gritó desde la puerta:
"¡El que sigue!". Una anciana estaba a punto de ponerse de pie cuando el ojo del médico avistó al joven. "¡Tú! ¡Ven de inmediato!" El médico hizo entrar al joven al consultorio y lo hizo sentar. Del otro lado de la puerta podían oírse las quejas de la anciana, de que había perdido el turno, y que estos jóvenes de hoy en día no tienen el más mínimo respeto por los mayores...
Después de un minuto con el estetoscopio el médico llamó por teléfono y pidió una ambulancia. "No te preocupes", le dijo al joven, "vas a estar bien. Lo agarramos a tiempo".
El buen médico es el que sabe leer los síntomas de su paciente, como se lee un libro.
Cuando el Pueblo Judío se cansó del maná, sintió deseos de comer carne. Y fueron a llorarle a Moshé. Moshé se dirigió a Hashem y preguntó: "¿Dónde conseguiré carne para darle a todo este pueblo?"
Hashem le respondió que debía reunir a setenta hombres de los ancianos de Israel, y llevarlos a la Tienda de la Reunión, para que se pararan junto a Moshé.
Qué respuesta extraña, ¿no? Hashem tenía intenciones de darle al Pueblo Judío la carne que tanto anhelaba. Entonces, ¿por qué no le hizo reunir setenta shojatim (matarifes que cumplen con las leyes pertinentes a la matanza de ganado), en vez de setenta ancianos?
El ansia de comer carne, el ansia de lo físico en este mundo, no es más que una expresión física de una falta espiritual. El deseo de carne no era la enfermedad: era solamente el síntoma. El Pueblo Judío decía que quería carne, pero lo que sus almas realmente querían era espiritualidad.
Nuestros Rabinos enseñan que quien ama el dinero no se saciará con dinero, pues siempre va a querer más. Además, dijeron que quien ama la Torá no se saciará con la Torá que acaparó, porque siempre va a querer más. El ansia por el dinero no es más que una expresión física de una falta espiritual: el ansia por la Torá.
Solamente el buen médico sabe diferenciar el síntoma de la enfermedad.
(Rabí S.R. Hirsch, oído de boca de Rabí Mordejai Pitem)
Shabat Shalom

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