Maor Hashabat: Perdiendo el Control
Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh
Aharon, un hombre de 30 años, debía tomar el colectivo que salía a las 3:30 de la mañana, desde Bet Shemesh hacia Ierushalaim.
Lamentablemente, se retrazó unos minutos, y perdió su colectivo, por lo que tuvo que esperar el siguiente, que partía a las 7:00 de la mañana.
Lamentablemente, se retrazó unos minutos, y perdió su colectivo, por lo que tuvo que esperar el siguiente, que partía a las 7:00 de la mañana.
A esa hora, subió al transporte, dio unos pasos en el pasillo, y eligió sentarse en uno de los primeros asientos, a tres del conductor. Una vez que se acomodó, sacó de su maletín un libro de Torá y comenzó a estudiar con mucho ímpetu, con la lucidez propia de las primeras horas de la mañana.
Una vez que el micro abandonó la ciudad, sacó el Sidur de su maletín y leyó con concentración la Tefilá del viajero «Que sea la voluntad delante de ti… que nos encamines en paz, que nos salves…». Cuando terminó, más relajado, volvió a guardar su Sidur, y se concentró nuevamente en su estudio.
El viaje se desarrolló correctamente, sin tropiezos, hasta que el colectivo llegó a una curva peligrosa.
Frente a ellos, un gran cartel advertía: «CIRCULE CON PRECAUCIóN – ZONA PELIGROSA».
El viaje se desarrolló correctamente, sin tropiezos, hasta que el colectivo llegó a una curva peligrosa.
Frente a ellos, un gran cartel advertía: «CIRCULE CON PRECAUCIóN – ZONA PELIGROSA».
De pronto, una voz que venía de los primeros asientos del vehículo, cerca de donde se encontraba el conductor, exclamó: «¡Hey, David! ¡Levántate!
Miró con atención y vio a una persona que golpeaba la espalda del chofer gritando:
¡David, David, ¿qué te sucede?!
¡D-os Santo! ¡Apiádate de nosotros!
Inmediatamente, Aharón cerró su libro y de un salto se acercó al asiento del chofer.
En ese momento, el colectivo comenzó a tambalearse y a zigzaguear para un lado y el otro, golpeando en su carrera contra un cerco bajo, que había al borde del precipicio y ganando velocidad en la pendiente.
Los pasajeros comenzaron a comprender que estaban en serio peligro.
Miró con atención y vio a una persona que golpeaba la espalda del chofer gritando:
¡David, David, ¿qué te sucede?!
¡D-os Santo! ¡Apiádate de nosotros!
Inmediatamente, Aharón cerró su libro y de un salto se acercó al asiento del chofer.
En ese momento, el colectivo comenzó a tambalearse y a zigzaguear para un lado y el otro, golpeando en su carrera contra un cerco bajo, que había al borde del precipicio y ganando velocidad en la pendiente.
Los pasajeros comenzaron a comprender que estaban en serio peligro.
Aharón verificó que el conductor estaba con su cabeza echada hacia atrás, sin conocimiento. Probablemente se tratara de un ataque cardíaco, o algo parecido, que había hecho que perdiera el control sobre su cuerpo y ¡también sobre el vehículo!
Había quitado sus manos del volante y sus pies de los pedales. Aharón se estremeció. ¡No tenían chofer! ¡El colectivo estaba fuera de control!
Los pasajeros gritaban, presas del pánico. El vehículo seguía zigzagueando, mordía la banquina y retomaba la ruta, parecía que se precipitaba al vacío, chocaba contra el cerco y volvía al camino.
Aharón vio la muerte frente a sus ojos y gritó: «¡Shemá Israel!»
No tenía licencia para conducir y tampoco sabía hacerlo. Solo una vez, unos años atrás, manejó durante unos minutos el auto de su amigo, dentro de una playa de estacionamiento cerrada.
Había quitado sus manos del volante y sus pies de los pedales. Aharón se estremeció. ¡No tenían chofer! ¡El colectivo estaba fuera de control!
Los pasajeros gritaban, presas del pánico. El vehículo seguía zigzagueando, mordía la banquina y retomaba la ruta, parecía que se precipitaba al vacío, chocaba contra el cerco y volvía al camino.
Aharón vio la muerte frente a sus ojos y gritó: «¡Shemá Israel!»
No tenía licencia para conducir y tampoco sabía hacerlo. Solo una vez, unos años atrás, manejó durante unos minutos el auto de su amigo, dentro de una playa de estacionamiento cerrada.
Todos sus conocimientos, atesorados durante esa experiencia de unos cuantos minutos, le sirvieron para saber que un vehículo tiene dos pedales – el acelerador y el freno – y que además cuenta con un freno de mano.
No tenía nada que perder, la situación era por demás crítica. Decidió que debía hacer algo. Torció apenas el volante hacia la izquierda y el colectivo, que estaba a punto de caer, volvió al centro del camino, pero continuó bajando por la pendiente… inmediatamente, extendió su pierna izquierda, tratando de alcanzar el pedal más ancho, y lo presionó suavemente, ya que no sabía si se trataba del acelerador o del freno.
No tenía nada que perder, la situación era por demás crítica. Decidió que debía hacer algo. Torció apenas el volante hacia la izquierda y el colectivo, que estaba a punto de caer, volvió al centro del camino, pero continuó bajando por la pendiente… inmediatamente, extendió su pierna izquierda, tratando de alcanzar el pedal más ancho, y lo presionó suavemente, ya que no sabía si se trataba del acelerador o del freno.
Sintió que el colectivo frenaba levemente y dedujo que había tocado el freno, mientras tanto, el griterío de los pasajeros iba en aumento.
Unas señoras, que se encontraban en los últimos asientos, comenzaron a comprender, por los movimientos y los gritos, que se encontraban frente a una tragedia.
En ese mismo momento, Aharón presionó el pedal con toda su fuerza y sintió como, todas las personas que estaban detrás de él se le caían encima.
El colectivo frenó completamente.
Unas señoras, que se encontraban en los últimos asientos, comenzaron a comprender, por los movimientos y los gritos, que se encontraban frente a una tragedia.
En ese mismo momento, Aharón presionó el pedal con toda su fuerza y sintió como, todas las personas que estaban detrás de él se le caían encima.
El colectivo frenó completamente.
Mientras que Aharón buscaba dónde estaría el freno de mano, el chofer comenzó a recobrar la conciencia. Empalidecido, visiblemente debilitado y con un hilo de voz, le dijo: «no me siento bien… necesito un poco de aire…».
Aharón mojó su cara con un poco de agua y una vez que se repuso un poco más, le preguntó: ¿David, es éste el freno de mano?
El conductor asintió con su cabeza.
El colectivo se mantuvo en su lugar unos cuantos minutos, hasta que el chofer se repuso y los pasajeros lograron digerir lo ocurrido durante esos minutos, que para Aharon fueron como largas horas.Se distendió observando el paisaje, al costado del camino, mientras recordaba esa breve clase de conducción automovilística, ocurrida hacía varios años, en una cochera cerrada, gracias a la cual salvó su vida y la de decenas de personas que se encontraban en el colectivo.
Aharón mojó su cara con un poco de agua y una vez que se repuso un poco más, le preguntó: ¿David, es éste el freno de mano?
El conductor asintió con su cabeza.
El colectivo se mantuvo en su lugar unos cuantos minutos, hasta que el chofer se repuso y los pasajeros lograron digerir lo ocurrido durante esos minutos, que para Aharon fueron como largas horas.Se distendió observando el paisaje, al costado del camino, mientras recordaba esa breve clase de conducción automovilística, ocurrida hacía varios años, en una cochera cerrada, gracias a la cual salvó su vida y la de decenas de personas que se encontraban en el colectivo.
Lo mismo puede suceder en el transcurso de la vida de cualquier persona, sin saber como, pierde el control sobre sí misma, soltando los frenos y quitando sus manos del volante, quedando la dirección de su vida a la deriva, deslizándose por una pendiente peligrosa, sin control, poniéndose en peligro, no solo a él, sino también a quienes lo rodean.
Pero un día, recobra levemente el conocimiento y recuerda una clase de Torá que escuchó casualmente, o un artículo que leyó en algún lado, y toma conciencia de la situación en que se encuentra, al borde de un precipicio, y vuelve a tomar el volante con firmeza, enderezando el rumbo, retomando el camino seguro, y salvando con esto no solo su vida, sino la de quienes lo rodean y la de quienes vienen después de él.
Quienes tenemos la posibilidad de escuchar palabras de Torá, de asistir regularmente a un curso, debemos valorar cada momento que podemos dedicar a su estudio y difundirlo entre nuestros hermanos, que no han sido tan afortunados, tenemos que tratar de acercar sus manos al volante, compartiendo nuestros conocimientos y sirviéndoles de ejemplo.
En la Perashá de esta semana, se contó al pueblo de Israel. Con esto la Torá nos muestra cuanto valora Hashem a cada judío y la importancia que le otorga a cada uno.
Cada uno de nosotros posee un potencial único, tanto para sí mismo, como para influenciar sobre el resto.
Cada uno de nosotros posee un potencial único, tanto para sí mismo, como para influenciar sobre el resto.
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