LUZBY BERNAL

domingo, 26 de septiembre de 2010

       LA PROMESA

copiar y pegar cifras de sentimientos
Era un sábado caluroso, húmedo, agobiante de diciembre en Salta.
 Ir de visita al cementerio, una verdadera odisea. Los vendedores de flores asediaban a los deudos con sus ramilletes fragantes de siempre vivas, margaritas, clavelinas, crespones, conejitos. Desde un peso a diez para bolsillos magros o rechonchos.

La gente llegaba, rezaba, hablaba con el difunto contándole cosas de vivos o del hueco dejado en el hogar desde la separación. Limpiaba el nicho y partía al punto de reunión forzosa, el caño .Allí intercambiaba experiencias sobre lo cruel del sistema de las aseguradoras, o de la terapia que había logrado que el muerto no lo llevase. Desde recetas de cocina, ángeles, cadenas de rezos, o nuevo amor. Todo era valido para superar el trance.
 Asi la tarde transpirada caminaba lentamente al ocaso. Una brisa meció las faldas y el aroma a tierra mojada se percibió en el aire .Un trueno ensordecedor exploto en el cielo y la tormenta llego con la furia de animales sueltos.
 El cementerio quedo vació. Regado de flores, velas, floreros y botellas plásticas.
Me pareció tan chistoso el escape de los visitantes, a nadie mato un chaparon de verano. Para semejante huida, ni que fueran muñecos de barro.
 Camine entre los nichos observando el diluvio.
Entonces la vi. Era una joven asustada arrinconada como corzuela atrapada en una de las galerías oscuras. Aferrada a un rosario de cuentas gastadas.
 Me acerque despacito, hablándola  para tranquilizarla. Le dije que lo peor que nos podía pasar es que pesquemos un resfrió padre y que tengamos que soportar espantosos antibióticos.
Ella me sonrió suavecita y me dio su mano delgada, pálida y increíblemente fría.
Hubiera querido ponerle un abrigo pero solo tenia una camisa pegadVISITA MI PAGINA WEB: www.luzbybernal.blogspot.coma al cuerpo como piel por el agua.
Atravesamos las galerías ella siempre en silencio, atenta a mis palabras, de a ratos se le escapaban sonrisas o miradas.
 Le conté que me había criado mi abuelo Isidro, desde que tenía un año.
Mi madre había muerto dejando a mi padre en un terrible silencio que le duro dieciocho años. Lo único que supimos de él fue que había fallecido en su exilio de un ataque cardiaco con la foto de casamiento entre las manos.
 Con mi abuelo aprendí a valorar el esfuerzo, a trabajar para salir adelante con orgullo y un deseo ferviente de ser medico para regresar a Salta y ayudar a otras Marías, asi se llamaba mi madre, que había dejado la vida por falta de atención médica en una salita de barrio alejada del centro, sin oxigeno ni remedios para sacarla del ataque de asma.
Sorbí las lágrimas, Ella seguí a mi lado con su brevísimo cuerpo empapado. Y un lacio y rubio cabello la cubría como manto.
 Me mire en el increíble azul de sus ojos, ni el cielo emplomado lograba opacarlos. Azules cielo, azules charca, Azules como los de mi abuelo, que podías mirar en ellos su alma.
Se lo dije:-Tienes los ojos de mi abuelo y los míos. Solo parpadeo y continuo caminando.
  Había regresado después de seis años de estudio con mi titulo de doctor,  nombrado en un barrio muy pobre llamado Villa Primavera y que había  venido a cumplir la promesa de traerle el titulo a mi abuelo.
La puerta del cementerio estaba cerrada ella la abrió con sus diminutas manos.
Salí esperando que me siguiera. Ella solo me miro con sus ojos azules y me dijo en susurro- ¡Soy Maria!
Me quede parado en el asombro y en soledad.
                            LIBRO: LOS ESPANTOS EN SALTA
                        AUTOR : RITA CEJAS WAYRA PUKA

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