LUZBY BERNAL

domingo, 13 de febrero de 2011

SOBRE EL ENOJO

No existe indio vivo que se atreva a pensar demasiado en el pasado. Si miráramos demasiado al pasado, nos sentiríamos demasiado enojados para vivir. Ustedes tratan de compensarnos convirtiéndonos en héroes o sabios en todos sus libros y películas. Eso está bien para ustedes. Pero yo aún puedo ir a un museo y ver el cráneo de mi abuela en un estuche, y oír a alguien hablar de ella como si fuese un artefacto.
Y a veces pienso en todas las guerras entre mi gente y la suya. Esos hombres blancos que pelearon contra nosotros eran hombres sin familias, muchos de ellos. No eran sus mejores hombres. Muchos de ellos eran brutales y estúpidos. Hacían cosas terribles sólo porque era divertido.
Mi gente nunca tuvo oportunidad. Nosotros éramos familias. Estábamos en nuestros hogares, con nuestros ancianos y bebés. Y los soldados nos atacaron. Atacaron nuestros hogares y asesinaron a nuestros viejos y niños. ¡Y su gente tiene el descaro de hablar de las masacres cometidas por indios!
Nosotros sí matamos a gente inocente, lo sé. Sucedía cuando nuestros jóvenes se enojaban por lo que les estaba sucediendo a los ancianos y a los niños, cuando se morían de hambre o eran asesinados. Los hombres jóvenes se enojaban tanto que rehusaban escuchar a los ancianos. Los ancianos sabían que no podríamos ganar, y que vendría más gente blanca y habría más matanzas. Pero los jóvenes estaban tan enojados que atacaban a cualquiera.
Si tú vieras a tu padre yaciendo en su cama, demasiado débil para ponerse en pie por estar muriendo de hambre, o vieras a tu bebé llorando de hambre todo el tiempo, y supieras que es porque alguien les quitó su comida, ¿no estarías enojado?
¿Qué tal si unos hombres llegaran y mataran a tu abuela sin razón alguna? Simplemente lo hicieron, y luego echaron a reír y se marcharon. Y tú te quedaras ahí parado, viéndola despedazada o baleada. ¿Podrías decirme que no estarías enojado?
No culpo a mi gente por emboscar a los soldados blancos o incluso atacar las casas de los colonos. Yo no digo que estuvo bien. Simplemente digo que lo comprendo. Nosotros perdimos todo. Su gobierno envió hombres codiciosos y sin corazón para mantenernos bajo control, y ellos mentían y violaban y nos robaban. Podían matarnos con cualquier pretexto y estaba bien. ¿Qué tal si alguien violara a tu hermanita? Eso sucedía todo el tiempo. ¿Qué tal si alguien tomara a tu esposa y le cortara el vientre y sacara a tu hijo nonato, y luego lo colocara en el suelo como un trofeo, aún ligado a su madre muerta? Eso también sucedía.
Verás, nosotros ni siquiera éramos personas. ¿Sabías eso? La iglesia católica incluso sostuvo una conferencia para determinar si nosotros éramos personas o no. ¡En su sabia y gran religión pensaron que debían decidir si éramos personas o animales! Así pensaban de nosotros y así nos trataban. Estaba bien hacernos cualquier cosa.
A nosotros nos enseñaban que los ancianos y los bebés son los más cercanos a Dios, y para ellos vivíamos nosotros. Y su gente vino y los mató. Teníamos que hacer lo que pudiéramos para proteger a nuestros ancianos y nuestras familias, y no podíamos hacerlo porque sus soldados entraban a la fuerza en nuestros hogares y los mataban cuando ellos no podían escapar.
No era lo mismo cuando peleábamos contra otras tribus. Ellos respetaban a los ancianos, y a los niños también. Cuando peleábamos unos contra otros, había cosas más importantes que la pelea misma. El mayor acto de valentía era tocar al enemigo —'contar el golpe' sobre él— no matarlo. Pero no para sus soldados. Ellos sólo querían matarnos.
Ahora los cráneos de mis abuelos están en museos, y hay mantas y tambores sagrados en las paredes de los museos para que la gente rica los vea. Y van ahí a hablar de cuán sagrado es todo eso. Lo llaman sagrado porque no tienen nada propio que sea sagrado. Pero no es sagrado, porque ustedes le quitaron lo sagrado, al igual que le quitan lo sagrado a todo, y ahora nosotros mismos ya casi no lo sentimos tampoco. Ustedes mataron a nuestra gente y se llevaron lo que era sagrado para nosotros, y luego nos dijeron que eso probaba que ustedes eran mejores que nosotros.
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Ya no hay tiempo para pelear. Debemos enterrar nuestro enojo. Si yo no puedo enterrar el mío, le corresponderá a mis hijos enterrar el suyo. Y si ellos no pueden enterrarlo, les corresponderá sus hijos, o a los hijos de sus hijos. Somos prisioneros de nuestros corazones, y sólo el tiempo habrá de liberarnos.
Tu gente debe aprender a renunciar a su arrogancia. Ellos no son los únicos en esta tierra. Sus maneras no son las únicas. Las personas han rendido culto al Creador y han amado a sus familias de muchas maneras y en todos los lugares. Tu gente debe aprender a honrar esto.
El don de ustedes es tener poder material. Tienen demasiada fuerza que no dan a otras personas. ¿Podrán compartirla, o podrán usarla solamente para obtener más? Ése es su reto —encontrar la manera de compartir su don, porque es un don muy fuerte y peligroso.
Mi gente es quien debe erguirse como la sombra que les recuerde sus fracasos. Es nuestro recuerdo lo que debe mantenerlos en el buen camino. Y no les servirá de nada pretender que no existimos, y que ustedes no nos destruyeron. Ésta era nuestra tierra. Nosotros siempre estaremos aquí. Ustedes no pueden deshacerse de nuestro recuerdo, así como no pueden esconder el sol colocando una mano sobre sus ojos.
("Ni Lobo ni Perro. Por Senderos Olvidados con un Anciano Indio")
por
Kent Nerburn
New World Library, 1994

Resumen y traducción de Cheryl Harleston


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