- Publicación: 01/03/2012 3:33 am
- Autor: pijamasurf
La ciencia de borrar la memoria y editar los recuerdos dolorosos
La palabra contra la neuroquímica: científicos
avanzan en la posibilidad de borrar recuerdos dolorosos específicos
manipulando correctamente la química necesaria para memorizar,
sustituyendo con un procedimiento preciso el mucho tiempo destinado a la
terapia.
Durante muchos años se ha creído que la
mejor manera de tratar un suceso pesaroso es hablar de ello con una
persona específicamente entrenada para ayudar al sufriente no solo a que
sufra menos, sino a entender mejor la causa de dicho sufrimiento.
Como sabemos, este método fue
sistematizado, desde una perspectiva más teórica, por el vienés Sigmund
Freud y continuada, por distintos caminos, por Carl Jung y Jacques
Lacan, entre los más prominentes. Pero igualmente otros como Jeffrey
Mitchell (sobreviviente de un accidente automovilístico) han elaborado
manuales prácticos para estas situaciones que en la terminología médica
se agrupan bajo la denominación de Estrés Post-Traumático (EPT).
Sin embargo, en los últimos años los
descubrimientos en el campo de la neurociencia han contribuido a aclarar
lo que verdaderamente sucede al interior de nuestro cerebro cuando
intentamos lidiar con recuerdos dolorosos.
Sin duda el hallazgo crucial en este
sentido fue saber que la memoria no se comporta como habitualmente
(incluso desde el sentido común) estamos habituados a creer. En términos
generales, la memoria no es un bloque indiviso en el que se van
grabando nuestras vivencias y permanecen ahí, marmóreas, hasta el día en
que ya no las recordamos más. Según varios neurocientíficos, la memoria
es más volátil y no se puede decir, estrictamente, que los recuerdos se
almacenan. Su comportamiento es más errático: cada vez que recordamos
algo, el cerebro vuelve a formar ese recuerdo, introduciendo sutiles
variaciones que dependen de las circunstancias en que volvemos a
recordarlo, sobre todo nuestro estado emocional (por eso, dicen algunos,
es tan fácil inducir recuerdos falsos).
Así es como se explica que la terapia,
hablar de la situación dolorosa con otra persona, haya ayudado a
muchísimas personas a sobrellevar su situación: situadas en un contexto
inofensivo, pacífico, propicio, el recuerdo emerge en una versión
distinta a la del momento en que se vivió, en muchos casos perdida la
asociación traumática que lo hacía insoportable.
La neurociencia interviene en este punto
para identificar la manera, a nivel cerebral, en que se forman dichos
recuerdos, los neuroquímicos y las parte del cerebro que intervienen al
memorizar en cada ocasión una de esas imágenes. Porque, no está de más
subrayarlo, ahora se sabe también que la memoria no reside en un solo
sitio, sino que está dispersa en varias zonas dependiendo del tipo de
recuerdo registrado: las emociones negativas en la amígdala, los
elementos visuales en el córtex visual, los auditivos en el córtex
auditivo, etc. Al volver a recordar la química del cerebro y las
acciones que este ejecuta también son otras.
Con esta premisa, la siguiente pregunta
parece obvia: ¿es posible realizar artificialmente eso que el cerebro
hace naturalmente? Y la respuesta, en el estado actual de la
neurociencia, parece positiva. Varios experimentos (algunos de ellos
reseñados por Jonah Lehrer en el artículo de donde procede esta
información) han demostrado que con la combinación química correcta es
posible manipular la memoria, en particular eliminar un recuerdo
doloroso permanentemente y sin afectar otras funciones cerebrales. “En
el futuro el acto de recordar algo será una decisión”, dice Lehrer.
Un ejemplo análogo, por así decirlo, de
una sustancia que puede alterar la memoria actualmente es el MDMA
(éxtasis). Ya que esta droga detona emociones positivas –y entendiendo
el proceso de reconsolidación de una memoria–, pacientes que recibieron
MDMA para tratar su depresión post traumática asociaron los eventos
traumáticos que revisitaron en su terapia con los sentimientos positivos
de esta sustancia. El 83% de los pacientes mostraron una dramática
disminución el los síntomas en menos de dos meses.
Pero el tratamiento potencial va más
allá, pues a diferencia de otros procedimientos (casi todos ficticios)
que plantean posibilidades similares pero borrando la memoria entera, la
neurociencia propone una especie de inyección precisa que ataca el
dolor de un recuerdo, esa dimensión de pena que impide a una persona
continuar con su vida.
“Una vez que la gente se dé cuenta de
cómo funciona realmente la memoria, muchas de las creencias de que esta
no puede cambiarse parecerán un poco ridículas. Cualquier cosa puede
cambiar la memoria. Esta tecnología no es nueva. Es solo una mejor
version de un proceso biológico existente”, explica Karim Nader, quien
descubrió la síntesis de proteínas directamente relacionada con la
reformulación de los recuerdos.
En cuanto a las contrariedades éticas en
este asunto, quizá la más importante sea la que señala Lehrer al final
de su recuento: el hecho de que en nuestra realidad cultural vigente el
dolor, el sufrimiento, la aflicción, tienen fin y sentido claro,
usualmente identificados con el aprendizaje, con el carácter, incluso
con la promesa de recompensa (no necesariamente ultraterrena) que se
cristaliza en la adquisición de sabiduría, de experiencia, de ese
residuo consolador que, creemos, permanece en el fondo de toda
experiencia penosa.
La pregunta quizá sea si de verdad sería viable un mundo sin dolor.
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