- Publicación: 28/02/2012 1:27 am
- Autor: Fausto Alzati Fernández
Síntomas de una época: el Efecto Dunning y Kruger
Con esta pieza inauguramos un psico-bestiario
que agrupará diversas distorsiones que ejercemos ante la realidad; en
esta entrega, Fausto Alzati Fernández reflexiona sobre el efecto de
disociación entre la auto-valoración y las habilidades "reales".
Todos tenemos puntos ciegos; sin
importar nuestros gustos o las buenas intenciones. Quizás, para
compensar esto, surgió la tendencia a imaginar a Dios como omnividente
—característica que perturba (¿excita?) a los creyentes a la hora de
masturbarse. Comoquiera, es también un alivio tener puntos ciegos, tanto
como lo es no recordar cada detalle de lo que nos sucede. No podríamos
sobrevivir en este mundo de no ser por nuestra capacidad a) de valorar
la realidad y b) de distorsionarla. De no ser por un cierto grado de
autoengaño pereceríamos al primer impacto con la realidad (sea lo que
sea que eso es). No hacer más que palpar nuestra mortalidad y la
naturaleza pasajera de nuestras vidas, en un entorno carente de sentido
intrínseco, sería sino deprimente al menos terriblemente aburrido.
Hay de distorsiones a distorsiones; una
de las más fundamentales es que nosotros mismos solemos ser nuestro
punto ciego. Es decir, el modo en que estamos configurados suele ser
invisible para uno mismo—cualquiera que haya pasado una temporada en el
diván de un buen analista lo puede atestiguar. Es parecido a cómo no
puedes ver tu propia pupila mientras miras a través de ésta (porque
aunque la veas en un espejo, sería solo el reflejo de la misma). De tal
suerte que solemos obviar la manera en que miramos al mundo, el modo en
que lo ordenamos en nuestra cabeza. Aunque en ocasiones llegamos a tener
percepciones atinadas, ser totalmente objetivos implicaría dejar de ser
quienes somos; seríamos meros testigo de nosotros mismos.
En 1999, David Dunning y Justin Kruger, publicaron un estudio intitulado Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments [Incapaz
e inconsciente al respecto: Cómo las dificultades en reconocer la
propia incompetencia conducen a una auto-valoración inflada], donde
plantean el siguiente descubrimiento: las personas con pocos
conocimientos suelen sobreestimar sus habilidades, considerándose, de
paso, más listos que personas mejor preparadas; mientras que las
personas capaces tienden a subestimar sus habilidades. Reminiscente a
aquella frase de Bertrand Russell que dice: “Una de las cosas dolorosas
de nuestro tiempo es que aquellos que sienten la seguridad son
estúpidos, y los que tienen algo de imaginación y comprensión están
llenos de dudas e indecisión”. Es curioso el tema de la convicción y la
duda que recorre los descubrimientos de Dunning y Kruger,
particularmente al considerar quienes son las personas que ocupan los
sitios de liderazgo en nuestro mundo.
El Efecto Dunning-Kruger es,
fundamentalmente, un problema de metacognición. En otras palabras, se
refiere a la (in)capacidad de percibir los propios procesos mentales.
Hasta sin querer somos observadores de nuestro modo de pensar; poder
palpar no solo lo que piensas, sino cómo lo haces. Sin embargo
es una habilidad que puede desarrollarse tanto como puede atrofiarse. El
Efecto Dunning-Kruger se da gracias a que nos evaluamos según nuestras
capacidades; la cuestión es que si tus capacidades son limitadas no
tienes mayores criterios que los que esas capacidades te permiten, ni
siquiera se te ocurre que haya cosas más complejas o mejor elaboradas.
Ignorar es, sobre todo, ignorar que se ignora. En cambio con parámetros
más amplios resulta más difícil ese grado de engreimiento, ya que los
estándares por los cuales te mides rebasan tus capacidades; y eres,
además, capaz de concebir capacidades que rebasan las tuyas. Si a un
perro le das LSD, es probable que alucien huesos.
A diario me encuentro con tanta
información retacada de ideales o teñida de pesimismo, que el
aburrimiento resulta indispensable. Así, considero, apoyado en Dunning y
Kruger, que la convicción que caracteriza a tantos líderes es
posiblemente una manifestación de estupidez. De cierto modo esto hace
mucho sentido; explica casi todo sobre por qué el mundo funciona como
funciona. Y no es necesariamente que sean imbéciles, solo carentes de
una capacidad metacognitiva básica. (Ahora empieza a resonar un exceso
de convicción en mi texto). Como lee aquel poema ‘The Second Coming”
(1919) de W.B. Yeats: The best lack all conviction, while the worst / Are full of passionate intensity
[Los mejores carecen cualquier convicción, mientras los peores / Están
llenos de apasionada intensidad]. Es decir: me rehúso a negar la
tremenda complejidad de los factores con los que se entrelaza la vida
hoy en día, y menos a cambio de teorías simplistas o conspiracionistas;
sí, pero tampoco pretendo que por compleja sea complicado. (De nuevo esa
estúpida convicción… carajo).
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