Contemplar el Evangelio de hoy
Día litúrgico: Domingo XIV (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 6,1-6):
En aquel tiempo, Jesús fue a su patria, y sus discípulos le seguían.
Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al
oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué
sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus
manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de
Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre
nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un
profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de
prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos
pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se extrañó de
su falta de fe.
Comentario: P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. (Barcelona, España)
Y se extrañó de su falta de fe
Hoy
la liturgia nos ayuda a descubrir los sentimientos del Corazón de
Jesús: «Y se extrañó de su falta de fe» (Mc 6,6). Sin lugar a dudas, a
los discípulos les debió impresionar la falta de fe de los conciudadanos
del Maestro y la reacción del mismo. Parecía lo más normal que las
cosas hubieran sucedido de otra manera: llegaban a la tierra donde había
vivido tantos años, habían oído contar las obras que realizaba, y la
consecuencia lógica era que le acogieran con cariño y confianza, más
dispuestos que los demás a escuchar sus enseñanzas. Sin embargo, no fue
así, sino todo lo contrario: «Y se escandalizaban a causa de Él» (Mc
6,3).
La extrañeza de Jesús por la actitud de los de su tierra, nos muestra un corazón que confía en los hombres, que espera una respuesta y al que no deja indiferente la falta de la misma, porque es un corazón que se da buscando nuestro bien. Lo expresa muy bien san Bernardo, cuando escribe: «Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir Él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?».
Podría pensarse en lo que hubiera cambiado la vida de los habitantes de Nazareth si se hubieran acercado a Jesús con fe. Así, tenemos que pedirle día a día como sus discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe» (Lc 17,5), para que nos abramos más y más a su acción amorosa en nosotros.
La extrañeza de Jesús por la actitud de los de su tierra, nos muestra un corazón que confía en los hombres, que espera una respuesta y al que no deja indiferente la falta de la misma, porque es un corazón que se da buscando nuestro bien. Lo expresa muy bien san Bernardo, cuando escribe: «Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir Él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?».
Podría pensarse en lo que hubiera cambiado la vida de los habitantes de Nazareth si se hubieran acercado a Jesús con fe. Así, tenemos que pedirle día a día como sus discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe» (Lc 17,5), para que nos abramos más y más a su acción amorosa en nosotros.
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