LUZBY BERNAL

martes, 30 de noviembre de 2010

DAR Y RECIBIR

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Las antiguas civilizaciones practicaban la ley del diezmo, es decir, daban el 10 % de sus cosechas al templo, devolviendo al creador parte de sus ingresos. Con el transcurso de los siglos esta ley fue olvidada, pero actualmente todas las almas evolucionadas la practican. ¿Qué sería del agricultor si no devolviera a la tierra parte de su cosecha para la nueva siembra? Así es en todos los niveles de la vida, de lo que recibimos debemos dar el diezmo, para hacer una obra de bien, para aliviar alguna necesidad de nuestro prójimo, de nuestros seres queridos.

El Arte de Dar y Recibir

Debemos darlo sin reserva mental, libremente, como una ofrenda de amor. El otorgar el diezmo ha dado siempre grandes beneficios, y prosperidad, cuando se practica con amor y compresión. Es el método de consagrar sus finanzas a Dios. Cuando se da con amor, toda necesidad será suplida, pues se ve de acuerdo a las leyes cósmicas y se recibe siempre multiplicando por diez mil.
Uno se hace receptivo a las bendiciones de lo Alto, trayendo así toda clase de experiencias gratas a nuestra vida. Siempre debemos dar en cualquier caso, aun cuando nuestro bolsillo sea magro, o aún más, es el momento más indicado para hacer que la prosperidad vuelva a nosotros. Siempre tenemos algo que podemos dar a alguien, aunque no sea más que una palabra de aliento, un gesto cálido, una flor o una sonrisa.
Debemos disponer de todo lo que no usamos o no necesitamos, produciendo así un vació que llenará con mejores cosas y más nuevas, abasteciendo así las necesidades de otros seres menos afortunados, aquellos que no saben lo que nosotros sabemos. Esto es aliento de vida, es una ley cósmica y humana tal como la respiración, inhalar-exhalar. ¿Si no exhalamos. Cómo tomaremos el próximo aliento? Debemos volver al éter exhalando el aire que tomamos para volver a llenar nuestros pulmones con aire puro y fresco. Así ocurre en todos los niveles y muy especialmente en el del bienestar económico, en el mejoramiento de nuestra personalidad y en el desarrollo y crecimiento espiritual.
Hay que dar para recibir, o mejor dicho: tenemos sólo lo que damos.

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