Hernán Rivera Letelier es un autor de nacionalidad chilena que se dedica a escribir poesías y recientemente ha ganado el premio Alfaguara por su obra “El arte de la resurrección”.

Los primeros años de Hernán

Rivera se crió en condiciones muy humildes y a los 11 años ya vivía solo, pues su madre había muerto y su padre se pasaba el día trabajando, sólo lo veía los fines de semana. Entonces, comenzó a ganarse la vida repartiendo periódicos y dormía en la pieza de atrás de una iglesia. Posteriormente, como muchos jóvenes de su época, ingresó a trabajar en las minas.
Vivía en una chabola con las paredes y el techo de lata y piso de tierra, ubicada en un pueblo muy pobre en medio del desierto. Desde siempre le gustó contar historias, y al día de hoy la vida le está dando la oportunidad de hacerlo de la mejor forma que sabe, escribiéndolas.
Su padre trabajaba en las minas, cuenta que se levantaba a las cinco de la mañana y trabajaba con una jornada labor “de sol a sol”, luego, se aseaba un poco (carecían de agua caliente) y se iba a predicar la Biblia, pertenecían a una secta evangélica con principios muy rigurosos, que impedían que disfrutaran plenamente de la vida, sus hermanas no podían pintarse y debían siempre ir de largos, y todos tenían prohibido escuchar música, ir al cine, participar de fiestas o bailar.
La dura existencia que debió soportar, los trabajos exigentes para su cuerpo y los problemas económicos, no pudieron con su afán de publicar, que le surgió a partir de un viaje que hizo recorriendo el país como un hippie. Gracias a la vocación innata que poseía y la existencia de las bibliotecas públicas es que retomó sus estudios literarios y comenzó a meterse en el mundo de las letras. Debido a su empeño por salir adelante es que consiguió lo que hoy tiene, un reconocimiento en su tierra y en territorio extranjero.

Su acercamiento a las letras
Hernán cuenta que en su casa no había libros, sus padres eran analfabetos y él recién aprendió a leer a los 7 años, cuando le llegó la edad de entrar al colegio; sin embargo aprendió rápidamente, dada su pasión por las letras, devoró la Biblia como si fuera un cuento, ya que era el único libro que había en la casa. Entre risas cuenta que sólo lo indigestó el Apocalípsis, “porque la ciencia ficción nunca me ha gustado”.
La primera vez que Hernán leyó poesía fue “Vagón de tercera” de Antonio Machado, nunca había leído nada semejante, y pese a no tener conocimientos, comprendió que aquello debía leerse como simulando el ritmo de una locomotora en marcha. De todos modos, pese a emocionarse y a adquirir un gusto profundo por esa obra, aún no se volcó a las letras.
Pero algo se resistía a que Hernán no fuera poeta, y por suerte, él lo comprendió. De no ser así posiblemente hoy estaría ingresando en la última etapa de su vida (sabido es por todos lo duro que es el trabajo en las minas). El propio Hernán dice que, si no hubiera dejado aquel trabajo, la cantidad de polvo que habría inhalado cubriría hoy todos sus pulmones, y posiblemente no habría superado los 65 años de edad. Expresa que comprendió esta dolorosa verdad, a la que todos los mineros se encuentran expuestos, el día en que vio como el rostro de su padre se amorataba, instantes antes de que sus pulmones reventaran.

Un muy buen sentido del humor
Gracias al humor que lo caracteriza, Hernán no ha permitido que todo ese pasado, lleno de miserias y dolor, lo convirtiera en un hombre lleno de resentimientos y frustraciones, sino que le ha servido para encarar la vida de una manera esperanzadora, sin quejarse, más bien buscando aquello que puede hacerle bien. Afirma que el humor es algo imprescindible: “Ni siquiera en el momento de decir las grandes verdades uno debe arrugar el ceño o ponerse solemne”.
Indudablemente este hombre, surcado por las arrugas de la vida áspera y los sinsabores a los que debió enfrentarse, tiene una sensibilidad que lo pone por encima de muchos considerados “grandes” en nuestro mundo, pues ha comprendido la verdad suprema de la vida, que es que con aquello que tienes siempre puedes hacer más de lo que haces, sólo es cuestión de que lo decidas.
Además, sabiendo apreciar las pequeñas cosas es como se pueden conseguir las grandes: “Crecí pobre como rata, a matar con los piojos, a pata pelada y con pan duro, pero era feliz porque intuía que contar con ese desierto para jugar era algo que nos hacía ricos”.
El premio a la resistencia
Su primera publicación la hizo en 1988, se trató de un poemario titulado “Poemas y pomadas”, el cual debió auto publicarlo y venderlo puerta a puerta; dos años más tarde vería la luz “Cuentos breves y cuescos de brevas”, y recién en 1994 publicaría su primera novela, llamada “La Reina Isabel cantaba rancheras”. Con esta obra Hernán conquistó su objetivo, se hizo famoso, consiguiendo una gran variedad de premios y convirtiéndose en uno de los escritores chilenos más populares de esta época.
Hernán dice que le tiene un cariño muy especial a esa novela pues, desde que la publicó, su vida cambió rotundamente para bien: “Me he convertido en el hombre más feliz del mundo; hago lo que me gusta, vivo de eso y lo gozo. No he cambiado mi forma de vivir ni mis amigos, pero me siento más seguro de mí mismo.
En marzo del año pasado Hernán recibió el Premio Alfaguara de Novela, por su obra “El arte de la resurrección” y pese a que nadie puede quitarle todo el sufrimiento que debió afrontar en su existencia, al menos hoy la vida le está dando la oportunidad de vivir de aquello que le gusta.