LUZBY BERNAL

jueves, 30 de diciembre de 2010

La niña con el reloj de oro

"¡Vete ahora, Pinjas! ¡Corre!" Pinjas miró por última vez a su amada esposa, antes de saltar la alta pared

Toronto, 2004
Hecho una mirada rápida a mi reloj en esta ajetreada tarde de viernes y recuerdo una historia sobre un reloj de otra tierra y otra generación. Mi pequeña hija se da cuenta de mi expresión distante. Comienzo a describirle un tiempo distinto cuando mi propia madre, Rébetzin Batsheva Sudak de Schochet, su abuela, era una joven, no mucho mayor que ella.
"En esa tierra extranjera observar Shabat no era fácil como es hoy, que es solo cuestión de agregar una papa extra a la olla de cholent hirviendo", expliqué mientras pelaba papas. "Para savta, cuidar Shabat era una práctica peligrosa, algo que le podía costar mucho".
Comienzo a contarle de un tiempo cuando los momentos marcados por un reloj, podían marcar el propio regalo de la vida...
Samarcanda, 1943
Los ruidos de pasos no eran un buen presagio para la joven familia Sudak, reunida alrededor de la mesa de Shabat. Junto a su hogar estaba su fábrica de jabones subterránea. La fábrica era ilegal en la Unión Soviética y su descubrimiento podía significar la prisión instantánea, ser enviado al frente, o languidecer en la frígida Siberia por años.
Pero, peligroso como era, la fábrica también era la salvación de los Sudak, al proveerles de sustento mientras les permitía evitar trabajar en Shabat. En esos días de guerra total contra la religión por parte del Partido Comunista, observar el Shabat no era solo un lujo inaudito que en ningún empleo se podría tolerar, era literalmente una sentencia de muerte.
El Rabino Pinjas Sudak había tomado todas las precauciones para asegurarse que la entrada a la fábrica estuviera bien escondida de cualquier ojo curioso o entrometido, cubriéndola con grandes tablones de madera. Pero los pasos que se aproximaban sonaban como que sabían a dónde se dirigían.
Alguien les había informado a las autoridades.
Ante los fuertes sonidos de madera haciéndose pedazos, Pinjas y Batia deliberaron rápidamente.
"¡Pinjas, ándate!" ordenó Batia. "Si te arrestan, seguramente serás enviado al frente. Yo permaneceré con los niños, negando vehementemente que la fábrica me pertenece. Es de esperar que la pena no sea tan grave para mí porque tendrán compasión de una madre sola con hijos pequeños."
"¡Vete ahora, Pinjas! ¡Corre!" Pinjas miró por última vez a su amada esposa, antes de saltar la alta pared que rodeaba su casa. Con una plegaria en su corazón de que se pudiera reunir nuevamente con su familia, Pinjas huyó, corriendo a toda prisa para evitar ser detectado y capturado, con su corazón palpitando sin control.
Batia fue rápidamente enviada a prisión, dejando a su hija mayor de once años, Batsheva, atendiendo a su propio miedo y al miedo de sus dos hermanos menores, Najman y Braja.
Pero no tenían el lujo de las lágrimas o el miedo. Era momento de actuar.
Batsheva recibió un mensaje a través de un amigo de la familia para que intente inmediatamente encontrarse con la interrogadora de su madre, una fiscal insensible, que determinaría el desenlace de su caso y quien tenía las llaves de la libertad de su madre.
"Dile que tu madre no es dueña de la fábrica. Tu padre está en el ejército luchando valientemente por la Madre Rusia. El hombre que huyó era el amigo polaco de tu madre quien estaba ayudando a la familia a sustentarse. Él puso a la familia en este lío ilegal, mientras que tu madre es inocente", se le instruyó a Batsheva.
Con el pesado adoctrinamiento comunista en el sistema escolar, los oficiales tendían a creerles a los niños pequeños quienes, frecuentemente, sucumbían al lavado de cerebro que padecían y condenaban a sus propios padres por "crímenes" cometidos contra el Estado.
Sin embargo, la joven, alta y madura Batsheva comprendió su grave responsabilidad y sus amplias implicaciones. Con inmensa fe y una plegaria sincera en sus labios, se ajustó sus pequeños y jóvenes hombros y confiadamente fue a encontrarse con la fiscal.
Batsheva le contó la historia convincentemente y con lágrimas concluyó: "Por favor, la extraño mucho. ¡Quiero a mi madre de vuelta!".
La fiscal se sintió tocada por esta joven niña atractiva y agradable. "veré qué puedo hacer", le respondió fríamente.
Al día siguiente, Batsheva recibió un nuevo mensaje de su ansioso padre. "ve al piso de arriba, al dormitorio de tu madre, y abre su cajón. Encontrarás un reloj de oro valioso. Esta vez, ve a la casa de la fiscal. Dile que le quieres dar este regalo. No le pidas nada a cambio; solo explícale que quieres ver a tu madre".
Batsheva hizo como le ordenaron. Durante los siguientes días, mantuvo una guardia vigilante frente a la prisión. Ella podía ver a su madre sentada afuera en la tierra fría, en un área cercada de la prisión. Ella llevó un abrigo para mantenerla abrigada y le llevaba diariamente comida kasher para que comiera.
Aunque era reconfortante ver a su madre, era doloroso verla detrás de rejas en condiciones tan angustiosas. Eran días difíciles para una niña tan joven, llenos de intensa ansiedad por el destino de sus padres y su familia.
Después de dos semanas, ante la euforia sorpresiva de Batsheva, su madre salió de la prisión como mujer libre. La fiscal había cerrado el caso, registrando que el dueño de la fábrica ilegal era un hombre polaco que había huido cuando lo detectaron.
Pinjas permaneció escondido. El plan era que Batia y sus hijos dejaran Samarcanda prontamente y la familia se pudiese reunir en el lejano Tashkent.
Varias semanas antes de su salida, un viernes por la tarde, mientras caminaba saliendo de la casa de su madre, Batsheva se encontró con la fiscal. La mujer, a quien Batsheva le había caído en gracia, amigablemente le dijo que tenía "otro caso en su calle".
Habiendo crecido en la Unión Soviética, Batsheva comprendió el significado cubierto de sus palabras. "Un caso" solo podía presagiar cosas peligrosas para su pueblo. Inmediatamente le informó a su tío. Él corrió a la casa del Rabino Biniamín Gorodetsky, que vivía en esa calle, y le alertó del peligro inminente. Reb Biniamin salió por la puerta trasera de la casa y corrió a informarle a su hermano Simja, del peligro.
El Rabino Biniamín escapó, y eventualmente dejó Rusia para asentarse en París. Desafortunadamente su hermano no hizo caso de la advertencia y fue encarcelado por diez largos años.
Dos semanas más tarde, un viernes por la mañana antes de la partida de los Sudak de Samarcanda, Batsheva estaba caminando desde la casa de su abuela y nuevamente se encontró con la fiscal.
"Voy a hacer un arresto," le informó a Batsheva al pasar.
Batsheva corrió a la casa de su tío, El Rabino Israel Leibov, pero él desechó su advertencia, pensando que una niña joven no podría tener conocimiento de dicha información.
Esa noche, la tía de Batsheva fue arrestada y su pasaporte confiscado.
Temprano a la mañana siguiente, un pálido y tenso Israel entró a la casa de los Sudak, pidiéndole a Batsheva que le lleve algunas joyas a la fiscal. Para alivio de la familia, Batsheva pudo, nuevamente, asegurar la liberación de su tía.
En la oscuridad de la noche, al finalizar el Shabat, los Sudak dejaron Samarcanda para hacer el largo viaje hacia Tashkent. A más de trescientos kilómetros de distancia, esperaban que el largo brazo de la policía secreta soviética no los pudiera seguir.
Pero esa es toda otra historia. No una que se pueda contar en una tarde ajetreada de viernes...
Consciente de la llegada del Shabat, hago una pausa para mirar a mi propio reloj. Una joven niña... un reloj de oro.... el sagrado día de descanso... Y el indomable espíritu y la invencible fe de nuestro pueblo.

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